martes, 30 de diciembre de 2008

rojo sobre amarillo



Las ciudades amarillas se tiñen estos días de navidad de rojo sangre. Otra vez y otra más y bonita manera de aprender de la historia. Sembrando odio, cultivando odio, recogiendo odio. Dando lecciones de como matar moscas a cañonazos.

Lo que ocurre en Gaza no tiene nombre, es solo una mezcla letal de colores en una paleta sin musas ni artistas. El rojo sobre una tierra amarilla como la ira y seca como la miseria. Rojo sobre amarillo y de la mezcla el negro, la oscuridad que borra cualquier vestigio de verde esperanza.

Faltan apenas dos días para que acabe 2008.
Otro año que tiramos por el desagüe...

Viñeta de Ramón de El País

martes, 23 de diciembre de 2008

carretera y manta

Para Sara...
Carretera y manta.
Y nos vamos.
Adónde.
A un lugar donde nos encontremos y nos reencontremos. Donde me mires y me digas que no pasa nada, que todo va a ir bien. Que lo finito se volverá infinito y que no viviré con el miedo a que te vayas una noche de casa y no vuelvas. A que se vacíe el armario, a que se despeguen tus pies de nuestro suelo. A que no te huela en las dobleces de la cama.

Cogemos carretera y manta y nos escapamos. Huimos de este desamor estructural, de esta sociedad con fecha de caducidad. Tú al volante y yo acurrucada a tu lado exterminaré los temores a la luz de tus promesas. Y ya no me asustará pensar que tal vez me despierte una mañana y sienta que ya no te quiero, que me ahogo, que quiero más.

Nos vamos.
Déjame la eternidad, que ya volveremos.

viernes, 19 de diciembre de 2008

regresando

Tengo un billete de autobús sobre la mesa y un recorte de periódico sobre una exposición de tebeos durante la Guerra Civil en el Centro de Memoria Histórica de Salamanca. Planes y una vuelta a casa por Navidad no del todo cierta, puesto que mi casa no está en Salamanca pero mis padres ahora sí, y en entas fechas (en todas las fechas) el hogar está donde se encuentran las personas que quieres.

Algo se mueve en esta ciudad y se nota. Gente que va y que viene, encuentros y despedidas. Buscamos el hogar, volvemos. Frauke estará ya tomándose un café en la Oranien, recordando que lo de Madrid, por mucho que se queje, no es frío. Fran sobrevuela el espacio aéreo europeo cruzando los dedos para que las protestas griegas no le tengan retenido en el aeropuerto más tiempo del necesario. Paty agota sus últimas horas en La India. Lamelilla calculará el tiempo qué le queda para descubrir cuántos centímetros creció su sobrina en estos meses.

Y yo mientras pienso en maletas y en barras de turrón. En las luces horteras que este año se han colado en la plaza de Chueca, en la cola que día a día invade la Gran Vía junto al puesto de Doña Manolita, en qué ni siquiera sé cuando es el sorteo y en que no me importa.

Porque lo importante en estos días es tener un abrazo en el que perderse, uno de salida y uno de entrada (en este orden). Lo maravilloso es tener a alguien esperando, volver al hogar de las personas que quieres, recuperar momentos, recuperar esquinas y lugares, compartir cafés y charlas, dejar que el corazón se encienda y falten minutos, horas, días.

Que lo importante es volver, (parezco un anuncio de la DGT).
Aunque solo sea por Navidad y después con el año nuevo, otra vez las maletas y los aviones.

lunes, 15 de diciembre de 2008

pimientos


Ella atendía cada viernes tras el puesto de frutas del mercado turco de Kreuzberg. Su rostro brillaba al igual que las manzanas acidas de verde ácido, las naranjas de piel rugosa, las berenjenas oscuras y resbaladizas y los racimos de uvas colgados alrededor de los postes. No perdía la sonrisa a pesar de las mujeronas de pañuelos sobre la cabeza y carritos de niños que a codazo limpio buscaban las mejores ofertas, las que ella tenía.

Él solía acudir a última hora, justo cuando los puestos bajaban los precios con el único fin de acabar las existencias. A esa hora podías llevarte cuatro kilos de naranjas por el precio por el que antes te podías llevar dos, o acabar con una lechuga de regalo por cada kilo de tomates. Podías también comprar Gözleme de espinaca y queso en alguno de los puestos y comerlo tranquilamente con una cerveza en el canal. Era mucho más que hacer la compra. Era un ritual.

Él, rubio, alto y rosado se fijó en sus ojos oscuros que sonreían una tarde de lluvia en que ella tenía como único objetivo acabar con los pimientos rojos al precio que fuera. Acabó comprando tres kilos, además de cuatro calabacines, una bolsa de mangos, un manojo de espárragos y media sandía en pleno mes de abril traída de a saber dónde. Cargado como una mula y calado hasta los huesos regresó a casa en su bicicleta sin cesta sin quitarse de la cabeza el rumor de su voz y el movimiento ligero de su cuerpo redondo.

Muchos kilos de pimientos después se atrevió a invitarla a dar una vuelta por el canal una vez que hubiera terminado de recoger el puesto y ella que ya le conocía como el chico transparente de los pimientos rojos no supo decirle que no. Era una tarde soleada de verano. Se sentaron en un banco sin saber muy bien cómo romper aquel incómodo silencio, y aunque ninguno quería recurrir al tema que les había unido fue imposible no hablar de frutas y verduras.

- ¿Sabes una cosa? Ni siquiera me gustan los pimientos.

Ella le miró divertida y comenzó a reírse.
Desde entonces sus silencios ya nunca más fueron incómodos.

jueves, 11 de diciembre de 2008

negro renegro



Últimamente pienso mucho en Sekou e Ismaila. En sus ojos negros renegros, en su piel oscura como la noche, en su sonrisa llena de agradecimiento, de vida, de esperanza. Cómo casi todos han llegado aquí con una historia a cuestas que no siempre cuentan y vienen a clase con un cuaderno bajo el brazo, con la clara convicción de que cuanto mejor hablen español y mejor puedan entenderlo, más fácil les será encontrar un trabajo, encontrar un lugar en esta sociedad que les arrincona.

Hace un par de semanas Sekou e Ismaila me dijeron que no vendrían a clase en una temporada, que habían decidido marcharse a Jaén a recoger aceituna. No hay trabajo en Madrid, me dijeron con una sonrisa. No es que tuvieran un especial interés en dejar esta ciudad hostil y marcharse al campo traicionero, pero no veían otra oportunidad. Así que se iban contentos a trabajar.

Ahora les busco con la mirada inquietante en las fotos de los periódicos, en los reportajes de la tele. Pero no les encuentro. Me pregunto si estarán bien, si dormirán en la calle, si vagarán sin rumbo por las calles de Jaén. Lo pienso bajando Gran Vía, atiborrada de luces brillantes, atiborrada de personas repletas de bolsas, atiborrada de coches devorando gasolina.

Así que esto es la crisis, me pregunto, y se me rompe el alma...

martes, 2 de diciembre de 2008

mar de tierra

Cuando llegaron a la playa el viejo supo a que se referían los periódicos. El mar se había convertido en una enorme explanada de tierra repleta de conchas sin vida. Se habían acabado los buenos tiempos. Antes, le dijo el viejo al niño, esto era un lugar lleno de agua donde podías hundirte sin remedio, pero también nadar, saltar las olas, sentir la sal. Era precioso. Había siempre un murmullo suave, como una canción de cuna y graznidos de gaviotas por todas partes.

El niño se desprendió de la mano del abuelo y corrió a la orilla seca. Recogió con la mano una de las conchas y sintió cómo se convertía en polvo entre sus dedos. Caminaremos sobre este mar sin olas y encontraremos algún lugar habitable, no te preocupes, le tranquilizó al comprobar por su mirada que estaba aterrado.

Le cogió de la mano y emprendieron el viaje.
Pero no encontraron nunca su destino.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas