viernes, 26 de junio de 2009

La princesa de la sonrisa que es abrazo

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?

La princesa de la sonrisa que es abrazo sueña con castillos encantados de marmol blanco, con habitaciones soleadas de grandes ventanales a los que asomarse y ver pasar la vida. Sueña con una felicidad con sabor a fresa, que como un chicle se estira y se encoge, y puede masticarse una y otra vez. Sueña con escaparse volando las noches de luna llena, como una bruja buena sobre su escoba, y llegar a tu cama y que le estés esperando. Sentarse junto a tí y desnudarse entera. Y por la mañana, con los primeros rayos de sol, volver a su castillo encantado a masticar el chicle de felicidad con sabor a fresa.
Y tenerte en la parte de atrás de la escoba como polizonte.

La princesa de la sonrisa que es abrazo se despierta asustada una noche sin estrellas. No hay castillos, ni ventanales y la felicidad es un chicle al que se le ha ido el sabor de tanto masticarlo con fuerza. La felicidad no sabe a nada y produce dolor de barriga piensa la princesa y mientras, su sonrisa que es abrazo, se le diluye en la cara. Se le ha colado una pena oscura y fría como los muros brillantes de mármol blanco de su castillo encantado y no sabe cómo sacársela de dentro.

La princesa de la sonrisa que sigue siendo abrazo, a pesar de la tristeza, me hace preguntas sin respuestas y yo no contesto nada. Me quedo muda un instante a su lado, le cojo la mano, le beso el pelo. No te contaré mentiras, le digo, yo tampoco sé si la felicidad sabe a fresa o a clorofila. Tampoco sé si se puede comprar en la tienda de los chinos de la esquina o hay que irse más lejos.

No te contaré mentiras, le digo y salimos a pasear por la ciudad sin escobas ni polizontes.
Juntas.

jueves, 25 de junio de 2009

17



No recuerdo mi cara cuando tenía 17. No sé si estaba más o menos guapa, si al reírme no me salían en los ojos las arrugas que me salen ahora, si mis dientes no estaban amarillos, si llevaba la raya a un lado o el pelo largo. Sé que no tenía flequillo pero no recuerdo si me daba por sonreír tanto como ahora, si llevaba ropa oscura, suspiraba cada dos por tres o estaba malhumorada más a menudo. He olvidado los libros que leía y a duras penas reconozco los sueños que perseguía. Ha pasado el tiempo y he perdido la conciencia de los años, de los 17.

Recuerdo sin embargo tu cara. Guapo, tan guapo como sólo los 17 y el primer amor pueden hacer a una persona. La mirada limpia y tímida, las manos torpes, el discurso fácil. Recuerdo haberte odiado durante los 17, haberlo intentado al menos 17 veces para darme por vencida otras 17 veces más. Recuerdo haberte buscado con ansia, haber hablado de tí por las esquinas, bajo la lluvia, bajo la embriagadora adolescencia de fines de semana. Recuerdo haberte mirado a los ojos y haber dicho: no puede ser. Y haber cumplido 18 enganchada al mar en calma de tus ojos profundos.

Ahora me llegan noticias del otro lado del Atlántico y te imagino feliz y enamorado. Y me encanta. Te conozco. Sé cómo eres cuando te enamoras, cómo sonríes, cómo te asusta el futuro y cuanto necesitas planearlo. Pero pienso en los 17. En el momento en que se cruzaron nuestros caminos. En lo que construimos y luego dejamos morir y en lo que volvimos a construir después. Tan bello y limpio como tu mirada a los 17.

Y ha pasado el tiempo y hemos avanzado. Pero a veces siento que no camino en línea recta, que ando dando vueltas. Siento que siempre llueve sobre mí, que llueve, no tengo paraguas y estoy perdida.

Perdida. Exactamente cómo con 17, (aunque ya no naufrague en el mar en calma de tus ojos profundos).
Perdida. Pero la adolescencia ya no me sirve de excusa.

viernes, 19 de junio de 2009

Sueños



Hoy me he quedado dormida. Me he levantado 27 minutos después de que sonara el despertador. No he encendido la radio, no he escuchado últimas horas, atentados, muertos, más crisis en Irán. Me he metido en la ducha corriendo pero lenta (con esa sensación de estrés que te produce el saber que llegarás tarde y esa calma que te entra cuando sabes que ya llegarás tarde)

He recordado. En el sueño tú aparecías más joven, más gordo y con mucho más pelo. Salías en la televisión y yo buscaba las cintas en una sala enorme (y color granate, como la habitación de los baúles de casa de mi abuela, donde nos disfrazábamos de niños y nos vestíamos con la ropa vieja de mamá). Había una mudanza, y una búsqueda. Y luego mucho después yo te decía que había olvidado mi cumpleaños. El mío propio, y me dormía en tu regazo mientras me acariciabas el pelo.

Al salir de la ducha me he sentado en la cama, pensando en todo eso. Te he visto frente a mí, con el pelo largo, la sonrisa escueta y un poco de barriga. Me he dado cuenta de que aquellos sueños eran ciertos, en parte. Tal vez no dormía, porque es verdad que me olvidé de cumplir años. De repente lo sé, hicimos un pacto y ahora duermo siempre en tu regazo. Me he mudado y ahora comparto piso con Satán y llego tarde al trabajo. Y me da igual.

Luego me han llamado por teléfono y una voz irritada me ha gritado al otro lado. Habían pasado 2 horas y 43 minutos desde que sonó el despertador.

Y al darme la vuelta no estabas.

lunes, 8 de junio de 2009

Me escriben

Me escriben. Me cuentan y yo imagino realidades que no me tocan, que no son mías aunque me pertenezcan de rebote. Yo miro alrededor y le cuento de una ciudad que de tanta ausencia ya sólo le pertenece en parte. Pero yo insisto por si acaso. Por si le entran ganas y se coge la maleta y nos da una alegría.

Le hablo de que Madrid es a veces una ciudad imposible. Que está toda levantada y fea.
Que por suerte a veces también pasan cosas increibles que sorprenden.
Librerías en las que se cuelan palomas a leer a Cortázar.
Personas que al decirles donde vives te preguntan si tu casa es la del balcón con geranios donde a veces suena una máquina de escribir.
Travestis que se fuman el último cigarro de la jornada junto a la puerta de un bar y te preguntan dónde vas tan roja, y te llaman salá.
Hombres con sombreros y camisas horteras que cantan con voz rasgada en el metro y te hacen sonreír cada mañana.

Yo le escribo pero no basta. Desde la pantalla sus palabran chisporrotean y se salen del ordenador para revolotear nerviosas por la oficina. Las pienso y las repienso y me decido a poneroslas aquí, (sin pedir permiso). Para que ustedes también las repiensen...

Estuve también en Golán, en la frontera con el territorio ocupado por Israel, un gran contraste entre los campos cultivados en territorio ocupado, verdes, perfectos, y la semi-pobreza siria, los medios de seguridad también como el sol y la luna, y los cascos azules de la ONU en el medio, yendo y viniendo entre los dos puestos fronterizos, mientras se ve al fondo la bandera de Israel. Ahí en Golán hay una ciudad que se llama Quneitra, que ocuparon los israelíes inicialemente en 1967, abandonaron años después ante la presión internacional, no sin antes acribillarla a balazos y bombardear sus edificios. Lo que queda es una especie de parque temático de la destrucción, un lugar extrañísimo y tan real que parece de ficción.

Me escriben.
Y entonces Madrid no basta.

viernes, 5 de junio de 2009

viernes erótico



Es un viernes erótico y anuncian que llegarán tormentas. Te quitas la ropa, descalzas tus pies. Sigues sudando. Entras, piel oscura. Buscas, vaso frío. Miras, pelo entre los dedos. Disparas, boca de deseo. ¿Sabes lo que buscas? ¿Temes lo que encuentras?

Sabes bien que no: lo tienes claro. Un cuarto oscuro en el que sentir una piel ajena en la tuya y una fuerza extraña como la de dos imanes que cambian de cara, que se atraen y se repelen aunque siguen siendo la misma cosa. Que tienen que unirse a pesar de los polos. Por los polos.
De pronto
t o d o v a l e n t o
y cada movimiento se te pega a las esquinas de la cama y nos ponemos serios. Nos ponemos intensos y nos miramos con los ojos cerrados.

Es un viernes erótico y afuera nace un verano. Y no hablamos de amor que ya pasó la primavera. Ahora lo que importa es la carne. Morder. Saciar. Reventar con violencia.

Después de todo sólo somos animales y esto, una jungla sin árboles bajo los que guarecerse.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas