jueves, 29 de abril de 2010

No sé nada


Ya lo sé. Que nunca escribo nada. Podría ponerte excusas: un ordenador roto, una convocatoria pegada en la pared, un balcón al que le empiezan a salir geranios. Este calor estúpido de verano en abril. No quiero reconocer que dejé de tener amantes fuera de estas fronteras. Que ahora mi amante es esta ciudad y que no hay nada más perfecto que la imperfecta Madrid.

Ya lo sé. Es demasiado tarde para muchas cosas y ni siquiera tengo derecho a quejarme. No soy como esas, soy esa. La chica joven que no puede levantarse de la colchoneta a la hora de hacer abdominales. Rodeada de mujeres de mediana edad.

Ya lo sé. He olvidado tu cara. Me ocurrió ayer. De repente me asaltó clara y concisa. Un gesto tuyo, una mueca que ya no recordaba. Apareció ante mi tan precisa y real que me encogió por dentro. Pero desapareció y ahora ya no puedo por más que lo intente. Ha dejado de ser. Te haces transparente.

Ya lo sé. No hay respuestas para nuestras preguntas. No somos más que sombras. Perfiles en un desierto sin caminos de regreso. Un desierto que devora nuestras huellas. De qué vale preguntarse si estuvo bien.

Ya lo sé.
Que no sé nada.
Ya.

jueves, 15 de abril de 2010

posesiones

Tengo una mesa llena de libros de cuentos, un par de cuadros apoyados contra la pared, una bicicleta rota y un móvil que no suena. Tengo un antiguo novio con una promesa incumplida y un desconocido que jamás llegó a gustarme pero que tampoco cumplió.

Tengo la habitación por fin limpia y una puerta bajo mi cama y una ventana desde la que no se ve el sol. Tengo frío y la cama sin hacer y un ordenador que apenas funciona y una radio que solo pone canciones de amor. Tengo una tele que nos trae Venecia y pienso que nunca subí a una góndola, ni visité el Museo de la Academia, ni hice todas esas cosas que suelen hacer los turistas. O las parejas.

Tengo un decálogo en el frigorífico con solo ocho puntos y una lista de tareas sin tachar. Tengo una agenda apretada y un montón de recuerdos bonitos. Tengo un sueño que nunca confieso y miles de libretas empezadas que no creo que termine. Escribo tan poco a mano.

Tengo una nostalgia añeja, una felicidad inquieta, una suavidad fiera. Tengo un Madrid lluvioso, un Berlín difuminado y una casa con balcón.

Tengo una sonrisa roja, unos rizos locos y unas alitas en la espalda que no sirven para volar (todavía).

También tengo ganas.
Todas.

viernes, 9 de abril de 2010

Virginia, la Loca



Virginia, la Loca, nos ha mandado un mail con una foto. Tiene una barriga enorme y redonda, los rizos alborotados de siempre, la sonrisa soñadora, los ojos cerrados. La última vez que la vi, ni recuerdo hace cuántos veranos, acababa de conocer a un chico guapo, de mirada tímida, que apenas hablaba. Vivía en una casa en el campo, muy cerca de Florencia y tenía un huerto y una furgoneta. Virginia aún vivía en Fiesole, estaba enredada en algun proyecto social con sus amigas de siempre. Nos llevó, ella y su novio guapo, a ver a un grupo circense alemán que hacía un espectáculo callejero en plena Toscana, en un pueblo del que sólo recuerdo los malabares y los niños haciendo volteretas. Cenamos con aquel grupo de titireteros, bebimos vino, hablamos de la globalización, de Berlusconi, del mundo y como siempre que estaba con Virginia, la Loca, quise reescribir mi historia, hacer algo que realmente mereciera la pena. Echar una mano.

Virginia, la Loca, chapurreaba español, me abrazaba siempre y reía fuerte. Tenía algo de triste a pesar de su alegría, algo de pesimismo a pesar de su energía por cambiar el mundo y una confianza ciega en mi.

Ahora tiene una barriga y un futuro que le crece dentro.
Y es maravilloso.

sábado, 3 de abril de 2010

gracias



Cuando estaba de Erasmus en Alemania hace al menos dos mil años, a una buena amiga le detectaron cáncer. Probablemente fueron los 9 meses más duros de su vida, pero salió adelante y nos enseñó una lección muy importante: que no hay que rendirse nunca.

Recuerdo que cuando leí el mensaje de que estaba curada, yo estaba en las taquillas de la biblioteca y tuve que encerrarme en uno de los baños a llorar a moco tendido de emoción. (Es verdad eso de que se puede llorar de alegría). El mensaje decía (más o menos) esto: Dicen que el que busca encuentra y que toda lucha tiene su recompensa. Estoy curada, no habría podido hacerlo sin vosotros. Gracias.

Con los años, dicen algunos que me conocen que me he vuelto una escéptica, que ya no creo eso de que siembra y recogerás, que he olvidado que toda lucha tiene su recompensa. Pero no es cierto. Soy una eterna soñadora disfrazada de gruñona pesimista. Pero sigo creyendo que los sueños a veces pueden cumplirse. Y sé, como mi amiga aquel año, que el que busca encuentra y que las cosas nunca pueden hacerse sola. (Mejor si son con a little help from my friends)


A veces se me olvida, pero yo lo sé.
Al final las cosas siempre salen bien.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas