Vacaciones. Qué extraño término. Una se toma vacaciones del trabajo, de su ciudad, de su país, a veces también de su gente. Una coge un avión, o un coche o una bicicleta. Una recorre a golpe de pedal un río centroeuropeo y todo gira al ritmo de sus ruedas, todo marcha a la velocidad que el viento y tus piernas marca.
Pero la conciencia no tiene vacaciones, ni el corazón, ni el planeta. La cabeza sigue dando vueltas. El mundo también. Y una se aisla. E Internet se apaga y no hay ningún quiosco en esos pueblos bárbaros donde se pueda comprar un periódico español. Y entonces es como si el mundo se parara.
Y de vuelta a casa vemos que no, que no hubo vacaciones. Que el mundo no para. Que Madrid no duerme. Que cada día sigue saliendo el Sol.
Pero la conciencia no tiene vacaciones, ni el corazón, ni el planeta. La cabeza sigue dando vueltas. El mundo también. Y una se aisla. E Internet se apaga y no hay ningún quiosco en esos pueblos bárbaros donde se pueda comprar un periódico español. Y entonces es como si el mundo se parara.
Y de vuelta a casa vemos que no, que no hubo vacaciones. Que el mundo no para. Que Madrid no duerme. Que cada día sigue saliendo el Sol.