sábado, 19 de mayo de 2012

Hundirse

Nos hundimos. Como Venecia, como los barcos españoles que cruzaron los mares del Caribe y nunca llegaron a su destino. Se hunden los bancos, los países de alfabetos diversos, los proyectos y la ciencia. Nos hundimos nosotros, tú y yo, anegados de palabras que no nos llevan a ningún lado, rascando el futuro, saboteando el presente como si acaso no fuera lo único que nos queda.

El presente. Se hunde y sale a flote en Sol, entre ruidos de metales, cazuelas desorientadas a años luz de sus cocinas, con voces desgarradas, con una barrera de madera mirando al otro lado del cristal de sus cascos de cocos malos. Nuestro presente, el tuyo y el mío, sale a flote en una azotea, con un Madrid que nos mira de lado a lado. Con un beso y otro y otro. Con una fuerza imantada entre tu cuerpo y el mío. Luego algo rompe el hechizo (la mañana, la rutina, el qué se yo) y entonces la fuerza que nos arrastra de una manera irracional se transforma en lágrimas, en una ansiedad que me deja vacío el estómago.

Miro como nos hundimos y solo tengo ganas de correr y gritar. De arrancarme la vida a pedazos, en cada poro de la piel donde duele y solo dejarme la risa pintada en la cara, la risa en el pelo, la risa entre los dedos de mis pies. Solo la risa y arrancarme las entrañas revueltas donde las mariposas amenazan con hundirse también.

Hundirse. Irse a la mierda. Como este país. Como los veinte años. Como las historias bonitas. Como las feas también.

O salir a flote. Escapar hacia adelante. Agarrarse a cualquier trozo de nuestra barca y romper con el maleficio. Evitar el hundimiento. Dejarse llevar por las olas a una isla desierta. Solos tú y yo. Y ser felices.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas