miércoles, 30 de julio de 2008

Enumerando sinsentidos


A ver. Ha salido una flor en el geranio seco de mi balcónn. Tengo gripe estival y cuerpo de jota, hormonas revolucionadas y sí, ya sé que son las hormonas, pero no puedo evitarlo. Me he pasado y he cocinado para todo el barrio. Pero solo estoy yo (y encima no tengo hambre). Tengo que escribir textito para el taller y en vez de eso solo enumero quejas en este post sin sentido. Miguel se había cansado de amigos invisibles. ¿sugerente? Es mi principio pero también el final de mi texto. El Bremen se me hunde y voy a quedar fatal. Aún quedan 24 horas y bendita oficina. Algo saldrá. Y en el escritorio de mi ordenador me encuentro un documento que alguien ha dejado sin permiso y que me revoluciona aún más la hormona.
Pero me niego y enumero mis motivos, que de nada sirven las intensidades, y que las montañas rusas es lo que tienen, que cuando estás arriba son maravillosas, pero que las caídas suelen ser estrepitosas. Y sonrío. Soy así, arriba, abajo, y mi hormona también tiene la culpa. De pronto, las cosas no parecen tan terribles y la vida es como esta calle San Marcos, llena de ruido a las 12 de la noche de un martes cualquiera. Llena de vida. Como mi geranio seco, que florece.
(Florece!!!!!!!!!,
diga la hormona lo que diga...)


PD: Adjunto canción pelín hortera pero bastante propia.

lunes, 28 de julio de 2008

Supervivencia

Caían bombas en Sarajevo cuando se conocieron. Era terrible y bello amarse mientras afuera retumbaban los disparos de mortero. Quererse así, con esa suavidad de los que se sienten frágiles, con esa desesperación que daba el miedo, en aquella ciudad a punto de explotar, que no pertenecía a ninguno de ellos.

Caían bombas en Sarajevo y los dos, empeñados en quererse con la fuerza de los que tienen los días contados, las escuchaban bajo las sábanas de aquel hotel para periodistas. Algún día muy próximo, se irían cada uno por su lado, abandonarían esa ciudad que les pertenecía en parte- cada ciudad donde te enamoras- pensaba ella- se te mete dentro y ya no se escapa.

Sarajevo, si sobrevivía a aquel invierno, sería siempre de los dos, estuvieran donde estuvieran, sin importar las coordenadas, las esquinas de las camas, los hoteles para periodistas. Sería para ellos.


Sarajevo sobrevivió, ellos sobrevivieron.
Llegó entonces la paz, en aquellos dos corazones guerreros.
La paz,
la reconstrucción
y tal vez el olvido,
-seguro, el olvido.

Cuestión de supervivencia.

jueves, 24 de julio de 2008

Demasiado tarde


Tus pies estaban mojados y desnudos en aquel amanecer de la ciudad del muro. Era la última noche y y tú querías alargarla hasta que fuera tan de día que a tus ojos no les quedara otro remedio que cerrarse. Se respiraba calma en aquel puente sobre el Spree, a pesar de que dentro de ti fluía un torbellino, un montón de preguntas sin respuestas, una cuerda floja sobre la que balancearte. Y siempre el miedo a la caída, al vacío, al desamor. Él se había marchado mucho antes de que la lluvia de verano mojara tus pies. Se había marchado con una promesa en la boca y muchas mentiras dentro. Y tú no sabías si creerle, aunque querías hacerlo, aunque sabías que creerle no era menos doloroso que no hacerlo.

Fue, en efecto, la última noche. Cogiste tus maletas y te fuiste, con las promesas y las mentiras, con las preguntas sin respuestas. Por el camino te entretuviste imaginando que las verdades no dolían, que podíais crear un pequeño universo en el que el mundo girara sin vosotros, ajenos a todo, felices. Fue real un instante, lo sentiste, lo viviste: era una habitación blanca con vistas al mar, eran las líneas de su espalda y tú querías seguirlas, ver hasta donde te llevaban. Fue real, pero sólo un instante. Después el miedo se cumplió y llegó la caída, el vacío, el desamor.


Tiempo después regresaste. Él ya no tenía mentiras que ofrecerte, ni promesas, solo algo abstracto que ni tú ni él queríais definir. La ciudad del muro volvió a mojar tus pies desnudos en un amanecer tranquilo que decidiste alargar hasta que la luz del día te permitiera ver la cosas con más claridad. Sobre el puente del Spree tus torbellinos se ahogaban sin remedio, y no importaban las respuestas porque ya no había preguntas. Las líneas de su espalda habían quedado difuminadas bajo las sábanas de una habitación con vistas al mar. Ya sabías donde te llevaban y no querías seguirlas. Eras distinta y no tenías miedo.

Él supo entonces que ya era demasiado tarde y le dolió.
Pero no lo lamentaste.

lunes, 21 de julio de 2008

poniendo ojitos


Se puso una de sus minifaldas favoritas, se alisó con calma su melena rubia, y salió a la calle a ponerle ojitos a todos los chicos guapos de Madrid. Pero Malasañaa, aquel sábado de calor imposible, era un desierto y los chicos guapos había huido a la playa o hacia otros brazos y otras melenas rubias. Apuró su cerveza en aquel bar con el aire acondicionado a todo trapo y se fue con su minifalda a ponerle ojitos a su cama vacía.

Pero cuando llegó, su cama vacía estaba repleta de recuerdos y de fantasmas. A punto de romperse en pedazos buscó con ansia el paquete de tabaco.
No
le
quedaban
cigarros.

Así que, minifalda y melena rubia, salió a buscar un bar abierto con máquina de tabaco. Lo encontró dos calles más abajo, casi llegando a Gran Vía. Era una taberna que debía estar a punto de cerrar y en la que nunca antes había entrado. Cuando pidió al camarero que autorizara a la máquina a venderle el maldito paquete de tabaco, se encontró con una mirada profunda que la traspasó entera.

- ¿sólo quieres eso? ¿no te apetece una cerveza? Te invito
- No gracias, sólo eso. Pero te tomo la palabra. Volveré a por esa cerveza.
- Eso espero Rubia.



Aquella noche soñó con chicos guapos que le ponían ojitos mientras subía marcando paso, minifalda y melena rubia, por la Gran Vía de Madrid.

martes, 15 de julio de 2008

donde regresa siempre el fugitivo


Madrid no duele y me gusta. No es una herida, ni una cicatriz, no es un esguince crónico que se resiente los días de tormenta. No es una foto que se queda amarilla, ni unas gafas que pasan de moda, ni un producto con fecha de caducidad. Madrid soy yo y nunca se escapa a pesar de las huidas.

Es donde esperas y te esperan. Donde lo conoces todo y todo te sorprende. Donde aterriza siempre el avión de vuelta de cualquier parte, y descansan las maletas sin deshacer. Madrid es donde no hay fiestas de despedida sin fiestas de bienvenida, donde se esconden todas las nostalgias y todos los proyectos, agazapados, a la espera de otro verano.

No es una postal, ni una foto fija.
Es una felicidad a ratos, un mar donde el oleaje no descansa, pero la playa te ofrece un lugar donde dormir, una fiesta que no acaba nunca, que acaba y no hay que recoger. Una borrachera sin resaca.

Madrid no duele, y me gusta.
Aunque a veces, mi alma nómada- la de los que tuvimos un mapa mundi, durante la infancia, colgado en la pared-, me haga olvidarlo.

sábado, 12 de julio de 2008

sábado cualquiera...


Podría ser un sábado cualquiera en Kreuzberg.
El parque está lleno, por fin, tan tarde, el sol. Llego a casa de Fran y bajamos a por un falafel hasta el sitio sudanés de Schleschises Tor. En la Wrangel Str. nos encontramos con la manifestación. Llena de gente, de música, de pancartas. Un poco más tarde nos unimos y llegamos hasta el río. Me encanta esa vista, la torre, el gris, el cielo que parece que va a caer sobre nosotros. Echo de menos la bicicleta, pero corre el viento y caminar también es una buena idea. Nos tomamos un helado cerca de casa. Ahora, de nuevo la ventana sobre Görtlitzer Park. Fran duerme y yo me pinto el ojo, cogeremos el tranvía en Warschauer Str. y con una cerveza llegaremos a Prenzlauer, iremos tal vez a la fiesta de Nadia, encontraremos con suerte algún Klub donde matar la noche a base de música industrial y luces de colores. Llegará el domingo.

Podría ser un sábado cualquiera en Kreuzberg, un sábado de una de mis vidas posibles, tan normal que no merecería ni una entrada de blog. Pero no lo es, es un sábado que robamos al calendario y que disfrutamos casi de prestado, que sólo nos pertenece en parte.

Como esta ciudad.
Como las vidas posibles.

miércoles, 9 de julio de 2008

Despertarse en una ciudad, acostarse en otra

Despertarse en una ciudad. Regar los geranios para que no se estropeen estos días. Guardar el cepillo de dientes. Bajar sonriendo a la calle y que la gente te mire. Te mire, sí, con tu maleta verde, con tu sonrisa. Disfruta de este día, será irrepetible, me dice mi móvil cuando lo enciendo en la estación de cercanías y así ni siquiera me importa que mañana abran el tunel de la risa y mi tren deje de pasar por Recoletos, y que me toque hacer trasbordo.
Ya
lo
pensaré
a
la
vuelta.Acostarse en otra. Llegar a Tegel: un abrazo que espera, un abrazo y una sonrisa y de repente LA CIUDAD, y un atardecer, y un montón de bicicletas, y dónde nos tomamos esa cerveza, y menos mal que te vas ya de aquí porque subir hasta este quinto sin ascensor es un horror, y comemos algo que estoy muerta de hambre, en el Rissani, ¿no?, y llamamos a Frauke, y...

Se me atragantan los y (¿los ys?, ¿las y griegas?)
y
en el fondo me da igual
porque es bonito, tan bonito, tan tan bonito:
despertarse en una ciudad,
acostarse en otra.

y
que esa otra tenga tu nombre
y
que ese nombre sea Berlín.

lunes, 7 de julio de 2008

Hay que mojarse

(...o como acabar unas fiestas de Chueca con dignidad)



Hay que mojarse Elena, hay que mojarse.


Cuántas veces se lo había dicho. Pero ella no hacía caso y Minerva se cansaba de repetirlo, se cansaba de aquella relación que no iba a ningún lado, de esa Elena alocada y fantasiosa que no quería darse entera.

Con las ganas que tenía ella. Desde el principio. Desde aquel bar y aquella copa, desde que supo de su mirada de agua, de sus manos pequeñas, de su fragilidad. Desde siempre. Pero Elena estaba sin estar y a veces a Minerva le agotaba ser la única que tiraba del carro, la única dispuesta a darlo todo, a establecer prioridades, a dejarse la piel en el camino.

Eran las 6 de la mañana y estaba cansada. De la fiesta, del ruido en la calle, de la gente alegre, de las banderas arcoiris, de Elena.

Vámonos.

Enfiló Hortaleza con la sensacón de que estaban pasando por un campo de batalla a punto de ser devastado: vasos de plástico por las aceras, chicos meando en las esquinas, grupos de borrachas desafinando, chinas vendiendo cerveza...
A Minerva, aquel paisaje desolador le recordó a su relación medio muerta:

Elena, no puedo más. Si quieres que esta relación siga adelante tienes que mojarte.

El mismo ronroneo, las mismas respuestas vacías, las mismas mentiras. Lo de siempre.

Joder Minerva, mira que eres pesada. Que sí, que sí. Si quieres que me moje, me mojaré...

Y entonces, de la nada, un chorro de agua cayó sobre ellas. Las dos miraron hacia arriba con caras incrédulas.

Qué coño ha sido eso...

En un balcón de la tercera planta vieron a un grupo de imbéciles gritando "orgullo" y sonriendo felices mientras lanzaban vasos de agua a la calle.

Minerva no pudo evitar reirse de aquella situación tan absurda. La gente, sin duda, estaba mal de la cabeza. Pero hacía calor y era solo un poco de agua y finalmente Elena se había mojado. Había cumplido su palabra aunque aquello probablemente no cambiara las cosas.

O quien sabe, se dijo mientras la abrazaba muerta de la risa.
Tal vez, merecía la pena seguir intentándolo.

(La foto está sacada de Internet. Es de Ricardo Cordero. De las fiestas del Orgullo Gay de Madrid en 2007)

viernes, 4 de julio de 2008

Poquito a poco llegaremos a Defalé

Poquito a poco se alcanzan las metas más lejanas. Poquito a poco recorremos un largo camino, cumplimos objetivos y no nos rendimos. Conseguimos cosas, engordamos de orgullo y orgullosas, disparamos sonrisas en esta guerra vital sin tregua.

Por no desesperar.
Por confiar.
Por enarbolar la bandera del optimismo.
Por regalar estrellas e infinito.
Por seguir creyendo que las cosas pueden cambiar.
Por cambiarlas.
Porque te lo mereces, por eso, ahí va tu entrada:

Las luces de Defalé iluminaron una pantalla negra y enorme, la más grande de un cine. Fue ayer, en una noche especial en que nos dejamos seducir por unas imágenes llenas de color y de vida, llenas de esfuerzo y de esperanza. Las luces de Defalé es un documental que un grupo de apasionados de África, de la realidad social y del compromiso hecho imagen, han estado llevando a cabo durante el pasado año.

El resultado es un bello documento gráfico en el que una vez más el continente olvidado nos da una lección de humildad y felicidad a nuestra superpoblada, -poblada de necesidades innecesarias- sociedad occidental. El documental es también la constatación de que en la vida no hay que desesperar nunca, que las cosas siempre llegan, que hay que tener paciencia y no tirar la toalla. Que lo iremos consiguiendo.

Las luces de Defalé brillan en los ojos de Charo, la flamante ayudante de dirección del docu, -entre otro millón de cosas-, y alumbran el salón del hogar que compartimos.
Y a mí, que me sí de pronto tan afortunada de tener esa luz cerca, me explotan dentro las ganas de contárselo a todo el mundo.


(El video es una parte del documental. Fue rodado en Togo y cuenta la historia de tres personas y su relación con el Centro Hulmen, un proyecto creado en 1990 por dos misioneras españolas para promover el desarrollo local)

martes, 1 de julio de 2008

La tierra


Hay muertes que no son tristes. Simplemente son el final de un viaje que llegó a su meta, que alcanzó su destino.

Mateo viajó durante 89 años, vivió una guerra, estuvo en la cárcel en una ciudad que huele a azahar y a sal pero que en aquellos tiempos solo olía a metralla, volvió a su tierra y trabajó la tierra, encontró una compañera y se casó con ella, se deslomó para sacar adelante a una familia de 6 miembros y llegado el momento, se jubiló, dejó la tierra y se sentó en el sillón junto a la mesa camilla a filosofear y ver pasar veranos.

En su viaje, silencioso, tranquilo, reservado, castellano en todos sus rincones, Mateo regalaba de la nada verdades absolutas, versos desorientados y refranes quijotescos.

Siempre en el momento oportuno.

Por eso, Mateo dio por finalizado su viaje cuando se dio cuenta de que ya no disfrutaba con la travesía. Abandonó el sillón, la mesa camilla, los veranos secos y amarillos, la filosofía de los que saben mirar con distancia, y volvió a la tierra, a los campos de trigo, a la meseta donde la vista se pierde buscando el final del horizonte. Se llevó con él, eso sí, toda su sabiduría y ese aire tranquilo que agita las espigas cuando ya no están verdes.

Hay muertes que no son tristes,
simplemente son el final de un viaje.

Lo triste,
es la ausencia que queda
-en el asiento de al lado-
durante el resto del trayecto...

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas