Leo en el periódico que el gobierno revisará la sentencia a muerte dictada contra el poeta Miguel Hernández y pienso en papá. Hay autores a los que uno le tiene cariño por las personas que le evocan. Mi padre, que el 31 de diciembre, valiente e idealista, se atreve a desafiar la piedra fría de Salamanca para acudir a un homenaje al Maestro Unamuno, es el mismo al que se le escapan versos de Machado cuando la nostalgia le inunda, o le da por evocar a Lorca las noches de luna llena. Puedo recitar a dúo la canción del pirata (pero yo la dejaré a medias y el la dirá de carrerilla), escucharle embelesada como una doña Inés cualquiera sus palabras de don Juan enamorado o verle copiar con su letra elegante citas cervantinas que encuentra colgadas de los muros de las ciudades viejas. No me sorprende, le he visto hacerlo siempre.
Aunque de nada sirvió repetirlo tanto.
Desperté de ser niño.
(Nunca despiertes)
Aunque de nada sirvió repetirlo tanto.
Desperté de ser niño.
(Nunca despiertes)