jueves, 29 de octubre de 2009

Incoherencias

Esta noche otra vida posible ha venido a buscarme. Comenzaba un otoño frío, los taxis eran amarillos y los edificios tenían cristales relucientes y tocaban el cielo. Yo llevaba el pelo muy corto, muy corto, y de un rubio platino a lo corresponsal de Asia-Pacífico de TVE. Aguien tocaba un saxofón. Parecía feliz.

Luego he despertado en una habitación con plantas y persianas de madera y afuera sonaban los mosquitos de una selva de asfalto y orín. Un sol de diez de la mañana me saludaba a las nueve y yo he hecho lo propio con el frutero que descargaba naranjas. Todo estaba en calma, la ciudad.

El sol en el tren me ha hecho cerrar los ojos y escuchar la conversación adolescente de dos estudiantes de primer año, con las carpetas apretadas contra el pecho. Luego otra vida posible se ha colado en mi ordenador. Otra ciudad que es un amante y es una estación fría, y un parque lleno de naranja y de niños rubios de mejillas sonrojadas. Pero no me he sentido triste.

Saliendo de la oficina he pensado en la magia y en los que no creen en ella y le he echado la culpa de todo a Jean Pierre Jeunet. Las chicas de ahora soñamos con ser Ameliés urbanas esperando una vespa que nos lleve a recorrer la ciudad. Escuchando un acordeón en el metro mientras contemplamos las paredes repletas de mensajes en clave dirigidos sólo a nosotras. Buscando un beso y un gato. Una camiseta a rayas. París.

Pero los hombres no llenan la ciudad de mensajes en clave ni se enamoran de Ameliés con medias de colores.

O sí, sí lo hacen.
(En todas y cada una de mis vidas posibles)

jueves, 22 de octubre de 2009

clases de baile

Para P.
por los bailes en la cocina



Se conocieron en una fiesta de cumpleaños ambientada en los años cincuenta y ambos improvisaron un swing inventado. Acabaron muertos de la risa rellenándose la copa con whisky malo y hablando de la vida. Luego pusieron Sinatra, bailaron agarrados y decidieron que debían quererse al menos como dos extraños en la noche.

Cuando dejaron de ser extraños comenzaron a verse cada día y bailaban sin darse cuenta siempre que tenían ocasión. Se acaramelaban con la música de Ella Fitzgerald encima del sofá de la casa de ella justo antes de quitarse la ropa, se desmelenaban con alguna canción de Elvis mientras esperaban a que se descongelara el pescado. Se hartaron de caipirinha y de música samba el día que el camión de las mudanzas llevó sus muebles a aquel pisito tan cuco cerca de Tirso de Molina.

No dejaron de bailar después. Lo hacían en la cola del autobús, por los pasillos de congelados del supermercado, en el salón oscuro los domingos de lluvia, en la playa brillante las tardes de verano.

Un día alguien les sugirió que se apuntaran a bailes de salón. Si lo hacéis tan bien sin tener ni idea, imaginaros si aprendéis algunos pasos. A ellos les entusiasmó el plan y buscaron una academia cerca de casa a la que acudir los lunes por la tarde. Un paso adelante, dos cortos detrás y ahora una vuelta. Parecía fácil, pero empezaron los problemas.

Vas demasiado deprisa.
Vas demasiado lento.
Son dos pasos no tres.
Déjame que te lleve yo.
Quieres no pisarme.

Un lunes ninguno se presentó en la clase. Se encontraron en casa y prefirieron no decirse nada. Pero al encender la tele para llenar aquel silencio un grupo de famosos se esforzaba por hacer coreografías perfectas para ganar un premio benéfico.

Cuando meses después volvió el camión de la mudanza, en aquel piso tan cuco de Tirso de Molina hacía mucho tiempo que ya no bailaba nadie.

miércoles, 14 de octubre de 2009

llueve



No, no me equivoco.
Llueve afuera porque aquí dentro suena jazz y yo sólo pienso en cafés llenos de humo donde acercar mi mejilla a la tuya y dejar fluir la tristeza.
Llueve porque es octubre y hace mucho que nos conocemos.
Llueve y por eso mis rizos están encrespados y me surge una aureola naranja alrededor de la cabeza, como de niña traviesa que ha saltado por los charcos de la ciudad.
Llueve porque lo decidieron mis sombreros del perchero, mis abrigos de colores, mis botas polvorientas en el armario.
Llueve y el agua limpia las calles del barrio, riega las plantas de la casa con balcón. Aparta las malas noticias y purifica los cuerpos.
Llueve porque Daimiel agoniza. Porque lo necesita. Como yo.


Llueve porque me da la gana.
Porque la vida en este universo de vestidos a rayas es tal y como una la imagina.
Perfecta.
Lluviosa.
Mira por la ventana...
¿ves como no me equivoco?

viernes, 9 de octubre de 2009

A grandes rasgos


Saltamontes,
el verano no quiere marcharse de Madrid, pero yo sí.
(No hago otra cosas que planear huidas).

El libro que compré de Beirut me hace llorar en el Cercanías.
(Te encantaría).

Tengo unos botines rojos sin estrenar.
He contado 15 pares de medias.
(Cuándo el frío).

Arreglé la bici.
Se volvió a pinchar.
(No te preocupes, de momento sobrevivo sin viento en la cara).

Cerraron el local de comida árabe frente a mi casa.
(Ya sabes, la crisis)

A mí, entre tanto, volvió a traicionarme un desconocido.
Lennon cumpliría 69.
Es viernes.

Me encantaría tomarme un café contigo
.

martes, 6 de octubre de 2009

la leona valiente



La leona, cansada de las exigencias de aquel domador de bigotes puntiagudos y culo flácido, soñaba desde hacía tiempo con escapar. Al principio no lo hizo por el león, porque no podía evitar sentirse atraída por aquella melena rabiosa, aquellos ojos felinos y esa lengua aterciopelada. Luego descubrió con decepción que ella no era la única gatita de su corazón y enrabietada se juró a si misma que se escaparía de aquel circo de tercera donde malvivía a kilómetros luz de la sabana prometida, de aquel lugar al que pertenecía aunque jamás hubiera pisado. Así que un día mientras todos se abalanzaban hacia la comida, salió tranquilamente por la puerta. Una vez fuera corrió como no lo había hecho nunca y descubrió que su piernas eran más fuertes y rápidas de lo que jamás habría imaginado.

Caminó durante horas por los bosques, trató de cazar sin éxito algún conejo confiado y escuchó el rumor del mar. Durmió sobre un alcornoque, hambrienta pero feliz de estar por primera vez sin cadenas. De ser libre. El bosque enseguida se apiadó de ella. Pobre leona, con suerte acabarás con un dardo repleto de somníferos clavado en una nalga. Pobre leona, eso si antes un padre de familia asustado no te escupe una bala llena de muerte en tu corazón libertario.

La mañana le pilló por sorpresa, la luz de aquel sol de otoño era el espectáculo más bello que había visto nunca y supo que jamás volvería a su jaula del circo, que moriría en el intento si hacía falta. Pero no tuvo miedo. Era una leona africana, la verdadera reina de la selva, la que era capaz de cazar por la manada, de compartir su presa, de cuidar de los suyos, de defenderlos mientras el león dormía y espantaba moscas con el rabo.

El bosque, conmovido por la valentía de la leona decidió protegerla.
Nunca la encontraron.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas