Es verdad todo lo que cuentan. Que las embarazadas tienen un brillo especial, que están mucho más guapas. Es verdad que la barriga que les crece es preciosa y que uno no deja de admirarla con cierto reparo, como si fuera a caerse de un momento a otro, como alucinado de que algo tan simple como la vida pueda surgir de un cuerpecito esquelético y pequeño, de una cabeza llena de complicaciones. No deja de sorprenderme.
Es sábado y ayer bebí demasiada cerveza. Estoy en la cama pensando en niños ajenos, en bebés sin nombre y barrigas llenas de futuro. En las responsabilidades que llegan, en las patas de gallo de los ojos, en el amor que nace por un ser que no conoces pero es tuyo, tuyo y tuyo. Todo me parece extraño, ¿no pasa eso a veces? Nos extrañamos de lo cotidiano, de la vida de pronto, de las cosas que nos pasan sin darnos cuenta, sin saber por qué. Lo normal es extraordinario pero no lo vemos.
Pat está gorda, gorda, gorda. Y feliz.
Pero eso no me extraña para nada.