viernes, 13 de agosto de 2010

Imagina

Imagina que tienes 17 años y es verano aunque hace frío por la noche y los dedos de los pies que asoman por tus sandalias con tacón te quedan helados a pesar de las hormonas y el maquillaje y los rizos perfectos y la nariz grande y adolescente.

Imagina que suena una canción que luego te hará llorar al rememorar el instante preciso, las luces que van y vienen en una discoteca de tercera, la copa sobre la mano, alguien que te sugiere algo que no recordarás pero que en el momento te hará reir.

Imagina que no tienes voz de tanto hablar por las noches con desconocidos que se hacen amigos para desaparecer en unas horas, justo cuando recuperes la voz y la conciencia y el calendario.

Imagina que no amanece nunca y que alguien te coge la mano y miras las estrellas mientras piensas que ese es el momento exacto en el que tu vida empieza y que no hay nada más bello que estar ahí, creyendo que eso es el amor y a lo mejor lo es.

Imagina una despedida que parece un drama, un verano que se acaba, una era amarilla y seca como el sol, la meseta y los ancestros y un amigo que comienza a contar los días que aún faltan para la próxima vez y esa última cena.

Imagina una fiesta, un abrazo, una conversación cómplice, una tragedia, una comedia. Imagina un lugar donde nunca pasa el tiempo aunque es el reloj que marca los años. Imagina no envejecer en un lugar lleno de viejos a los que le ronda la muerte. Imagina un sueño adolescente, una dulzaína, unos brazos ateos y descreídos levantados ante un santo de madera. Imagina un lugar lleno de primeras veces, de nostalgia y futuro.

Imagínalo. ¿Lo tienes? Eso es Macotera.

viernes, 6 de agosto de 2010

árboles

Un árbol se marchita durante el fuego cruzado y su tronco rasgado y muerto ya no importa a nadie aunque se luche por ello. No es el árbol, es la tierra sobre la que están asentadas sus raíces la que provoca el estruendo de las bombas. Si fuera por sus ramas fuertes, por su sonrisa verde, por su tronco arrugado, por el dulce rumor de sus hojas. Si lucháramos por eso quizá no todo estaría perdido.

Un árbol en una frontera imprecisa provoca una guerra y un corazón se encoge al otro lado de la montaña. Esperas que llegue el viernes y el muecín llame a los fieles desde el alminar y a la ciudad omeya se la trague el polvo amarillo de una carretera y otro sello en el pasaporte y el cambio de moneda y ella que espera en esa ciudad desvencijada. Pero la guerra no entra en tus planes y por eso da miedo.

Bajo las ramas de un árbol de una ciudad cualquiera nos comemos a besos. Su sombra nos salva de esta ciudad-desierto, ciudad-infierno, ciudad-acero, ciudad-tanques y playa gris. Sus hojas susurran palabras de amor que te repito al oido mientras te hago cosquillas en los pies y prometo ser siempre tu guerrero. No luchamos en balde.

Planta un árbol con sus manos pequeñas y rechonchas. Es el día del árbol y en el colegio nos llevan hasta lo alto del monte que un día fue fortaleza árabe. Hubo siete torres y siete puertas y las siete saltaron por los aires, me cuenta y vuelve orgullosa a casa y promete al árbol, que ya tiene nombre, que volverá a verle. Pero no lo hace.

Me compro una goma y un sacapuntas. Lápiz no, porque tengo muchos en casa. Pero ninguno tiene punta todavía. Cojo el manuscrito y leo. Se me escapan las comas, me aturullan las tildes y las palabras, amigas-enemigas, no me suenan bien. Un castaño centenario me cuenta sus historias y yo me siento ligada a la corteza rugosa de su realidad inventada. Me encabrito con el mundo y me sosiego con su calma. Miro por la ventana y no hay árboles en la calle, ni oxígeno, ni verde.

Necesito una tregua.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas