La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
La princesa de la sonrisa que es abrazo sueña con castillos encantados de marmol blanco, con habitaciones soleadas de grandes ventanales a los que asomarse y ver pasar la vida. Sueña con una felicidad con sabor a fresa, que como un chicle se estira y se encoge, y puede masticarse una y otra vez. Sueña con escaparse volando las noches de luna llena, como una bruja buena sobre su escoba, y llegar a tu cama y que le estés esperando. Sentarse junto a tí y desnudarse entera. Y por la mañana, con los primeros rayos de sol, volver a su castillo encantado a masticar el chicle de felicidad con sabor a fresa.
Y tenerte en la parte de atrás de la escoba como polizonte.
La princesa de la sonrisa que es abrazo se despierta asustada una noche sin estrellas. No hay castillos, ni ventanales y la felicidad es un chicle al que se le ha ido el sabor de tanto masticarlo con fuerza. La felicidad no sabe a nada y produce dolor de barriga piensa la princesa y mientras, su sonrisa que es abrazo, se le diluye en la cara. Se le ha colado una pena oscura y fría como los muros brillantes de mármol blanco de su castillo encantado y no sabe cómo sacársela de dentro.
La princesa de la sonrisa que sigue siendo abrazo, a pesar de la tristeza, me hace preguntas sin respuestas y yo no contesto nada. Me quedo muda un instante a su lado, le cojo la mano, le beso el pelo. No te contaré mentiras, le digo, yo tampoco sé si la felicidad sabe a fresa o a clorofila. Tampoco sé si se puede comprar en la tienda de los chinos de la esquina o hay que irse más lejos.
No te contaré mentiras, le digo y salimos a pasear por la ciudad sin escobas ni polizontes.
Juntas.
Y tenerte en la parte de atrás de la escoba como polizonte.
La princesa de la sonrisa que es abrazo se despierta asustada una noche sin estrellas. No hay castillos, ni ventanales y la felicidad es un chicle al que se le ha ido el sabor de tanto masticarlo con fuerza. La felicidad no sabe a nada y produce dolor de barriga piensa la princesa y mientras, su sonrisa que es abrazo, se le diluye en la cara. Se le ha colado una pena oscura y fría como los muros brillantes de mármol blanco de su castillo encantado y no sabe cómo sacársela de dentro.
La princesa de la sonrisa que sigue siendo abrazo, a pesar de la tristeza, me hace preguntas sin respuestas y yo no contesto nada. Me quedo muda un instante a su lado, le cojo la mano, le beso el pelo. No te contaré mentiras, le digo, yo tampoco sé si la felicidad sabe a fresa o a clorofila. Tampoco sé si se puede comprar en la tienda de los chinos de la esquina o hay que irse más lejos.
No te contaré mentiras, le digo y salimos a pasear por la ciudad sin escobas ni polizontes.
Juntas.