Papá siempre hablaba de Tánger. Podía tirarse horas recordando su zoco, la plaza, los olores intensos que impregnaban todo y el cuscús con carne que hacía cada domingo la señá Mari en el hostal donde malvivió los primeros años. Fue tan feliz allí que se habría quedado en Tánger si el abuelo no le hubiera amenazado con dejarle fuera de la herencia si no volvía. Se habría quedado sin duda, y entonces su historia habría sido otra y la mía, la mía simplemente no habría sido.
Papá decía que nunca fue más feliz en su vida que allí, yendo y viniendo con el taxi mugriento que compartía con Hassan, pero yo sé, aunque nunca quise indagar en ello, que era por una mujer de ojos oscuros por la que papá no habría vuelto. Una mujer, ¿no es ese acaso siempre el motivo?
Al final mi abuelo se puso pesado y papá se fue de Tánger. Nunca volvió a pisar esta tierra y eso que el destino le puso el regreso en bandeja cuando me casé con María, que ya era casualidad que María fuera precisamente de Algeciras. Al viejo siempre le gustó venir a visitarnos, sobre todo cuando murió mamá. Pasaba mucho tiempo con nosotros, aunque no molestaba: la casa era grande y papá tan independiente y discreto como lo había sido toda su vida. A papá le gustaba bajar al puerto y mirar el mar. Al fondo, a apenas 14 kilómetros, estaba África, estaba Tánger y todos los recuerdos guardados de papá.
Una vez le dimos una sorpresa y compramos los billetes para cruzar en ferry. Pensamos que le haría ilusión volver, contarnos, in situ, todas sus batallitas. pero el viejo se negó rotundamente y hasta se enfadó cuando le insistimos. Venga Papá, déjate de tonterías, que ya tenemos los pasajes. No hubo nada que hacer. Papá no vino aunque nosotros sí. Él se quedó en el puerto despidiéndonos con la mano, contemplando a lo lejos esos 14 kilómetros de mar que volvían Tánger un lugar exótico y lejano, perdido en su mente, anclado en un tiempo en blanco y negro, cuando las arrugas no surcaban su cara, ni la nostalgia teñía sus recuerdos. Tampoco quiso ver fotos, mís fotos son mías y están aqui, decía señalando su cabeza. No necesito más.
Papá murió mirando el mar una tarde de agosto y yo le hice una promesa.
Que volvería.
Y es por eso que estoy en este barco.
¿cuáles son tus razones?
Foto de David Ruiz.
Taller Bremen 21/04/2010