Hay muchas maneras de crecer. En años, en centímetros, en sabiduría.
Gema nunca creció mucho en centímetros. Eso a pesar de la leche que le obligaron a beber toda la vida. Aunque nunca le importó demasiado: jugó al baloncesto, se hizo tupes impensables que aumentaban su estatura, y entre calcio y endocrinos su cuerpecillo de bailarina superó el metro sesenta.
En años crecemos todos inevitablemente. Pero algunos lo aprovechan mejor que otros. Gema me salvó cien veces sobre una balsa de madera en un río imaginario lleno de cocodrilos. Ellos mordían mi pierna y cuando estaba a punto de ser devorada, Gema tiraba de mi y me curaba las heridas. Luego, como si no hubiera pasado nada nos ibamos a ver la tele. Fuimos cajeras mientras sacábamos los platos del lavavajillas, gimnastas artísticas al son del Amor brujo, diseñadoras de moda, presentadoras de televisión emulando a Julia Otero, canguros sumergidos en el río del Soto, asesinas y detectives y otras cien profesiones más.
En sabiduría siempre estuvo por delante. Pero es que es la hermana mayor, y eso viene de fábrica. Por cierto que les diré que ella es rubia y yo morena, ella tiene el pelo liso y yo rizado, ella es de ciencias y yo de letras, pero compartimos escote escurridizo, piernas bonitas y la capacidad de hablar durante horas. Y aunque nos hemos hecho parecidas con el tiempo, yo sigo envidiando su energía, su alegría y el optimismo que no se le agota nunca.
Hace una semana fue su cumpleaños. Celebramos que hace tiempo que dejó de crecer en centímetros, que en años poco importa porque está estupenda y que en sabiduría ha crecido más que nunca. Que ha muerto y ha resucitado.
Y todo con un año de adelanto del propio cristo.
Pero qué quieren, ella siempre fue por delante del resto...