No recuerdo el nombre de aquel pueblo en el que decidimos perdernos una tarde de calor espeso. Es posible incluso que ni siquiera fuera verano, que ni siquiera hiciera calor. Por algún motivo que desconozco tu imagen siempre viene de la mano de aquel último verano, como si solo nos hubiéramos querido bajo el sol intenso de la canícula, como si no hubiera habido tardes de lluvia compartida, noches de manos frías en tu espalda. Tampoco sé por qué no consigo recordar que hacíamos en aquel pueblo aquella tarde de estación incierta, pensarte es siempre llenarme de incertidumbre.
Lo que sé es que nos gustó aquella ventana, aquel balcón. Imáginate cómo debe ser por dentro, imáginate. Y no hizo falta más. Hoy soy capaz de evocar el interior de esa casa, aunque jamás cruzáramos sus paredes, recuerdo lo que puede observarse desde ese balcón, las plantas con que lo adornamos, la luz de esa ventana los domingos por la mañana. Puedo incluso escuchar las risas en el salón, las tuyas, las mías, las que soñamos en una casa inventada. Era lo que más nos gustaba. Dibujar futuros que sabíamos irreales, y hacer nuestro ese porvenir compartido que no nos pertenecía.
En la magia con la que inúndábamos todo, ahí estaba la felicidad.
Y ahí se quedó.
Hace poco estuve ordenando viejos álbumes y encontré las fotos del último verano. Estaban amarillas y desordenadas, como nuestro pasado. Hundí mi mano en la herida abierta que dejaste cuando te marchaste y hurgué entre las vísceras y la sangre. Pensé en la magia, en la capacidad de inventarnos la felicidad y apropiarnos de lo ajeno. Era bonito. Estaba bien. Pero no era real.
Luego me dí cuenta de que me estaba quedando sin luz. Subí la persiana y salí al balcón. Mi balcón, uno de verdad y exclusivamente mío. Afuera un lugar apacible, un verano eterno, gente mayor saludándose con la cabeza. Con la foto de aquella casa de aquel pueblo en la otra mano me sentí vieja, pero no me importó. Me gustó sentir el paso de los años, me gustó saberme distinta. Dejé de revolverme por dentro y saqué la mano de la herida.
De repente la felicidad estaba en aquella ventana.
Era mía.
Y la magia no tenía nada que ver...
Lo que sé es que nos gustó aquella ventana, aquel balcón. Imáginate cómo debe ser por dentro, imáginate. Y no hizo falta más. Hoy soy capaz de evocar el interior de esa casa, aunque jamás cruzáramos sus paredes, recuerdo lo que puede observarse desde ese balcón, las plantas con que lo adornamos, la luz de esa ventana los domingos por la mañana. Puedo incluso escuchar las risas en el salón, las tuyas, las mías, las que soñamos en una casa inventada. Era lo que más nos gustaba. Dibujar futuros que sabíamos irreales, y hacer nuestro ese porvenir compartido que no nos pertenecía.
En la magia con la que inúndábamos todo, ahí estaba la felicidad.
Y ahí se quedó.
Hace poco estuve ordenando viejos álbumes y encontré las fotos del último verano. Estaban amarillas y desordenadas, como nuestro pasado. Hundí mi mano en la herida abierta que dejaste cuando te marchaste y hurgué entre las vísceras y la sangre. Pensé en la magia, en la capacidad de inventarnos la felicidad y apropiarnos de lo ajeno. Era bonito. Estaba bien. Pero no era real.
Luego me dí cuenta de que me estaba quedando sin luz. Subí la persiana y salí al balcón. Mi balcón, uno de verdad y exclusivamente mío. Afuera un lugar apacible, un verano eterno, gente mayor saludándose con la cabeza. Con la foto de aquella casa de aquel pueblo en la otra mano me sentí vieja, pero no me importó. Me gustó sentir el paso de los años, me gustó saberme distinta. Dejé de revolverme por dentro y saqué la mano de la herida.
De repente la felicidad estaba en aquella ventana.
Era mía.
Y la magia no tenía nada que ver...
8 comentarios:
Tosabu dijo:¡Qué bonito María¡ siempre me haces emocionarme.
Besitos.
La felicidad en las cosas mas simples
que linda tarde de verano
Saludos María
Yo sólo puedo decir lo mismo, María.
Siempre te leo, y esté donde esté, siempre consigues que me emocione y que me ausente de lo que me rodea...
Gracias y besos ^^
¡Qué grande!
Aunque es duro, últimamente, salir al balcón en Madrid, es conveniente salir a tomar el aire y mirar atrás para ver, como dices tú, que aquello es mío y lo he logrado yo.
Un poco de magia sí que hay.
Saludo y salud
A mi me das envidia malsana, fea y pululenta. Me encantan tus recuerdos fingidos y reales, los balcones, las casas, los olvidos y recuerdos de relaciones que tuviste o inventaste. Que tú, no seas tú, que seas ese alguien que se vierte en estas letras. Me gusta como escribes. Me gustas sin más.
Requetemuac
Con lo que conocemos y la inteligencia,creamos cosas tan bonitas como ésta. Un balcón, el calor, una fotografía y una cara beblinosa y ulcificada para hacerla más fácil de mirar.
Beso artista.
gracias a todos chicos...en el fondo el objetivo es ese, tocar la fibra sensible de todos, porque de los recuerdos (fingidos o no) uno siempre puede rascar y encontrar algo propio...
un beso muy fuerte
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