Recorrimos la isla en un coche alquilado en la frontera. Tú te acurrucabas en el asiento de copiloto y le dabas más volumen a un viejo disco de los Rolling. Me gustaba tenerte ahí cerca, recorriendo aquellas carreteras vacías, observando los campos desiertos, contando asombrada cada casa que descubríamos al borde del camino, gritando cada vez que se asomaba el mar. Llegábamos a una punta y nos bajábamos del coche. El viento te despeinaba y tú ponías cara de niña pequeña pillada en falta. Nos besábamos. En aquella esquina del mundo donde sólo chirríaban con desidia las gaviotas.
Por la noche buscábamos una cabaña donde descansar del frío y hacíamos el amor con ansia. Pero lo mejor, casi siempre, venía después. Tu cabeza buscaba el hueco de mi pecho en el que encajarse y comenzabas a hablar. Dibujábamos con palabras nuestros anhelos, todos los miedos, todas las risas. Los planes. Aún creíamos en el futuro y no acumulábamos heridas de guerra, ni cicatrices de antiguas batallas. Quizá por eso no nos avergonzaba desnudarnos así, con los dedos entrelazados y la piel sudada en noches sin dormir.
Más tarde nos entró el pudor, las primeras heridas y llegaron otras islas, otros viajes en coche de alquiler, mujeres de risa nerviosa que se acurrucaban en el asiento de copiloto, hacer el amor con ansia, con desesperación, con tristeza.
Luego, tras el placer desbocado, los silencios.
Yo acariciaba mis cicatrices con los ojos ciegos en la oscuridad absoluta hasta quedarme dormido junto a otro cuerpo herido.
Soñaba entonces con la isla. Contigo. Desnuda y confiada.
Cuando aún creías en el futuro.
Por la noche buscábamos una cabaña donde descansar del frío y hacíamos el amor con ansia. Pero lo mejor, casi siempre, venía después. Tu cabeza buscaba el hueco de mi pecho en el que encajarse y comenzabas a hablar. Dibujábamos con palabras nuestros anhelos, todos los miedos, todas las risas. Los planes. Aún creíamos en el futuro y no acumulábamos heridas de guerra, ni cicatrices de antiguas batallas. Quizá por eso no nos avergonzaba desnudarnos así, con los dedos entrelazados y la piel sudada en noches sin dormir.
Más tarde nos entró el pudor, las primeras heridas y llegaron otras islas, otros viajes en coche de alquiler, mujeres de risa nerviosa que se acurrucaban en el asiento de copiloto, hacer el amor con ansia, con desesperación, con tristeza.
Luego, tras el placer desbocado, los silencios.
Yo acariciaba mis cicatrices con los ojos ciegos en la oscuridad absoluta hasta quedarme dormido junto a otro cuerpo herido.
Soñaba entonces con la isla. Contigo. Desnuda y confiada.
Cuando aún creías en el futuro.
2 comentarios:
Pues sí, así son muchas historias de amor, y... desamor.
La ilusión convertida en hábito, el amor en costumbre, la vida en común en apatía...
Y con el recuerdo de los primeros tiempos.
Salud y República
El primer amor siempre se recuerda pero no siempre tiene que ser el mejor ,cuando la madurez se mete en tu cuerpo también se puede disfrutar de él.
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