miércoles, 4 de abril de 2012

Horas tempranas: Bogotá

Bogotá se despierta pronto, muy pronto, cuando a las 5:30 ya empieza a aclarar el día. A nosostras no nos despierta el sol sino el jet lag, que me abre los ojos como platos y me deja dando vueltas en una cama extraña.

Desde la ventana de casa de Cristina se ven todos los tejados de la Castellana (curioso, irse tan lejos para acabar en un lugar de nombre tan familiar). Son tejados de chapa, con antenas y bidones en los techos que me retrotraen a Córdoba, Veracruz. Aquí también hay una montaña imponente que lo llena todo de verde (aunque sin las nieves perpetuas del gigante Orizaba).
También hay un gato tranquilo apoyado junto a la ventana, observando, como yo, los tejados de este gigante de ocho millones de habitantes. Tiene el pelo atigrado y un gesto de león asilvestrado. Mi chaqueta está llena de pelos otra vez y unos se juntan con otros: los blancos con los color canela.

Ya pitan los taxis amarillos en la avenida cien. Ya despertó la ciudad hace tiempo. Y nosotras, cuerpo de jota, no llegamos a dormir nunca.

No hay comentarios:

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas