No siempre fui una bruja pero fui poco a poco construyendo mi castillo. Como ella, esa bruja vestida de negro de los cuentos infantiles, también nosotros nos escondimos en los muros de nuestra fortaleza. Nos volvimos infranqueables, dispersos, diversos, difíciles. Como aquellas brujas olvidadas se volvieron malas en los cuentos, así nosotros nos volvimos huraños, concentrados en el yo, en el me, en el mío.
Pero en la pared que construimos para separarnos del mundo ajeno había una puerta. Tal y como imáginamos aquella otra mañana de lluvia. Y la puerta se abrió y allá, a lo lejos, vimos otro castillo. Otra puerta entreabierta. ¿Era lo esperado? Era otra cosa pero nos dio igual. Porque era para nosotros.
Y así ocurrió. Sin muros que delimitaran nuestro dominio solo quedó compartir, desnudar y dejar de ser una bruja retirada del mundo.
Pero nos movemos en pompas de jabón. Detrás de los muros algo frágil. Detrás de los muros un cristal que se resquebraja. También algo suave. Algo dulce como por ejemplo un beso. Algo intenso. Algo feroz como por ejemplo un beso. Algo como tú. Y una delicadeza de funambulista.
Pero a veces se nos olvida. Que alrededor mucho más. Que no solo tú, te, tuyo. Que no solo lo que fue o lo que fuiste. Que hay algo nuevo que no se parece a nada.
Algo bello. Algo desconcertante. Algo maravilloso y terrible.
Como por ejemplo un beso.
Tu beso.
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