lunes, 24 de enero de 2011

Una imaginación desbordante


La imaginación desbordante de Teresa le hacía pasar miedo. Por las noches las sombras del gotelé parecían caras de monstruos dispuestos a devorarla y Teresa, con valentía, alargaba la mano para tocar el techo y hacer desaparecer aquellas formas vivientes que la aterraban. En la litera de abajo, Mercedes dormía tranquila mientras Teresa se preguntaba qué extraños seres habitarían debajo de la cama para convertir el sueño pausado de su hermana en ese ir y venir de aullidos guturales.

Cuando se lo contaba a Mamá, esta callaba y Papá, siempre con la misma cantinela, le acariciaba su cabeza rizada y susurraba: ¡Cuánta imaginación desbordada!

La casa era nueva y más grande y había algo de aterrador en cada esquina. Vivían en un segundo con una terraza que daba a un patio donde una canasta olvidada inquietaba a la pequeña Teresa. ¿Dónde estaban aquellos que jugaron antes allí? ¿Por qué no se escuchaba el golpeteo continuo del balón en el tablero?

- A lo mejor vivían unos gigantes que jugaban todo el día con la canasta – le contaba las tardes de lluvia a Mercedes - Pero se aburrieron porque encestar era muy fácil. Así que se fueron.

Pero lo que más miedo le daba a Teresa era el piso de arriba. No sabía si era su imaginación desbordante o los delirios del sueño pero cada mañana escuchaba el llanto triste y desgarrado de una mujer.

- Mercedes, despierta, ¿no lo oyes?

Aunque Mercedes, probablemente absorbida por los inquietantes monstruos que habitaban bajo su cama, ni se despertaba, ni oía nada. Teresa se encogía bajo la manta, se tapaba los oídos y cerraba los ojos para no ver lo que la imaginación, cruel, terrorífica, certera, quería mostrarle.

Luego, en el desayuno Mamá callaba y Papá, siempre con la misma cantinela le acariciaba su cabeza rizada y susurraba: ¡Cuánta imaginación desbordada!

Más miedo daban los golpetazos que venían del techo. Como si alguien martilleara con saña el suelo del piso de arriba, primero. Como si alguien caminara con zapatos de hierro, después. Teresa escuchaba aquellos golpes mientras merendaba en la cocina y Mercedes tocaba el piano en el salón.

No era su imaginación desbordante. En aquella casa pasaba algo raro. Tal vez vivía dentro una princesa hecha prisionera por un militar de pesadas botas y gesto enfurruñado que la había raptado para convertirla en su mujer y que reinara a su lado en el bosque encantado de la tercera planta. Tal vez la princesa, sola, aburrida y lejos de casa, lloraba cada mañana esperando que alguien la escuchara.

- Seguro que llega un príncipe vestido de azul y la rescata un día de estos – imaginaba, lloraba, rezaba Teresa mientras se cubría con el edredón y dejaba que aquella oscuridad tibia la alejara de los malos pensamientos.

Pero no fue un príncipe azul quien rescató a la princesa sino un par de policías uniformados que procedieron al levantamiento del cadáver.

jueves, 6 de enero de 2011

y por fin Madrid

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Primero un atasco, luego una casa helada y destartalada, ahora cuatro paredes y un termómetro. No veo la luz desde hace dos días. Por fin llegó Madrid o yo llegué a ella (¿es Madrid un hombre o una mujer?) y apenas aquí me encerré en la habitación verde. Me sube la fiebre y me rondan los fantasmas y lloro como una niña asustada. Sé que es la debilidad de mi cuerpo pero la fuerza del llanto estremece mi piel. Escalofríos.

Cuánto tiempo ha pasado desde la nieve. Cuántos kilómetros. Cuántas copas de champán. Por qué quieres vivir entre dos ciudades, me pregunta Javi. No quiero, pero soy incapaz de vivir sin ninguna de ellas. Inmersa en este triángulo amoroso repleto de esquinas que recorrer.

Me ha costado llegar a Madrid. Y ahora, cuatro paredes y un termómetro. Quizá fue la noche sin frío en Salamanca. Cantábamos como locas y en ningún sitio escuchábamos electrónica ni las cervezas se agarraban a mi boca como besos furtivos. Me dejé embaucar por la ternura pero luego pasó. Soy práctica y estoy hecha de hielo, por eso el calor de la fiebre me derrite. Hay un charco de agua bajo mi cama y un hueco vacío a mi lado. Estornudo una y otra vez y busco unos ojos que me observen mientras duermo. Los veo aunque no existan y me digo que no, que no me siento sola, que es la fiebre.

Que son las ansias de salir de esta cama que me engulle.
Que son las ansias de Madrid.
Por fin Madrid.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas