lunes, 31 de diciembre de 2012

Dosmiltrece



Al echar la calabaza al fuego para la cena de esta noche el aceite ha salpicado y me he quemado la muñeca. La piel chamuscada va arrugándose poco a poco mientras en la radio habla un hombre sin derechos en un estado de derecho. Saldrás esta noche a celebrar el año nuevo, pregunta la locutora y él, voz negra y nombre de personaje de cuento, contesta tímidamente que no, que no puede arriesgarse a que le pille la policía. Echo agua a mi muñeca y el frío, durante un instante alivia el dolor. Pero al cerrar el grifo sigue ahí, como la indignación que no cesa.

Este dosmildoce se me pega a la piel y se arruga como si fuera una quemadura. Y el futuro, ese trece en el que algunos afirman como si fuéramos idiotas que saldremos, se plantea tan nebuloso como hoy la ciudad desde el autobús de la EMT. Tu mejor viaje, tu mejor fiesta, tu mejor momento. Miraremos hacia atrás y ahí estará: la niebla.

Y en el interior, en lo más dentro, en eso personal e individual que solo vivo yo y yo y yo con quien se preste hay un sol culpable. Hace tiempo que nos volvimos radicales en los extremos y descubrimos que las cosas nunca son grises, que son blancas y negras al mismo tiempo. Este dosmildoce en que me envolvió la felicidad y la indignación. En el que todo se volvió perfecto mientras caminaba irremediablente hacia la más puta de las mierdas.

Es posible desear que todo permanezca y cambie al mismo tiempo.
Es posible.
Y eso será dosmiltrece.

martes, 18 de septiembre de 2012

La aguja sobre el disco



Ponte un disco. Y el vinilo gira mientras con miedo acerco la aguja a su superficie. Es tan frágil, es tan fácil. Pasar el límite y que la propia aguja que crea (música), destruya (música). Pero no pasa nada. Solo el sonido que nos inunda mientras bebemos una cerveza, mientras nos miramos a los ojos sin decir nada, mientras nos besamos sin descanso.

¿Le das la vuelta? Y otra vez el sagrado ritual. Pararlo, sacarlo y de nuevo esa aguja que quiere acariciar los surcos del vinilo. Esa aguja que crea y destruye. Y la música otra vez y beber cerveza y mirarse a los ojos y acabar con un gemido la retahila de besos.

Pasa la tarde y no hacemos otra cosa. Darnos al placer de la risa. Bebernos las horas. Tan juntos que nuestros rostros se deforman. Tan lejos que necesitamos buscarnos con las manos. Y el mundo fuera no se detiene pero dentro se ha quedado dormitando entre las sabanas arremolinadas a nuestros pies.

Algo así debe ser la felicidad. Un ronroneo de gata melosa. Una lágrima que se escapa sin permiso. Un abrazo en silencio. Y que no importe el tiempo. Solo el dibujo de tus lunares en la espalda. Algo así.
 
Pero en el tocadiscos la aguja sigue girando y sin mirarme en ningún espejo sé que he vuelto a hacerlo. Que me he desnudado del todo. Como el disco que gira bajo la aguja. Lo busqué en la estantería. Me dejé llevar por su portada. Me atreví a retirarlo de su funda y ahí está. Dispuesto. Expuesto. Como yo. Bajo la aguja que puede sacar la mejor de mis melodías o rayarme para siempre. En el límite entre la belleza y la destrucción. 

Buscando el equilibrio.


jueves, 23 de agosto de 2012

La casa ya no es un hogar




La casa ya no es un hogar. Es un lugar frío en este Madrid ardiente.
La casa ya no es un hogar. Es un lugar vacío-cerrado, que no vacío-abierto.

Era vacía-abierta cuando llegamos a ella. No había nada y las paredes blancas nos invitaban a pintar. Y eso hicimos. Pintamos un montón de preguntas y un montón de sonrisas y un montón de lágrimas también. Ya sabes lo llorona que soy a veces. Era vacío-abierto a la nueva vida, a ese Madrid desconocido y propio, a esos domingos de calma en Chueca Town. Luego además vinieron viernes en el balcón y sábados de jarana. Abierto a madrugones y madrugadas.

La casa que era un hogar acogía a quien gritara nuestro nombre desde la calle, a quien oyera las teclas gastadas de la máquina de escribir desamores, a quien se fumara los cigarros y las noches frente a un ordenador lleno de proyectos. A quien subiera a tocarse una rola. La casa que era un hogar lo era un poco de todos los que pasaron frío en aquel salón repleto de sofás. Aquellos que compartieron esquinas de la cama, vasos de vino, fiestas de disfraces, domingos de limpieza.

La casa que era un hogar, hoy es vacía-cerrada. Llena de agujeros que como cicatrices marcan donde colgamos nuestros pensamientos, donde aferramos nuestros recuerdos, donde clavamos nuestros amores. Agujeros de los que ya no cuelga nada. Todo nos lo llevamos amontonados en cajas de cartón, tatuado en nuestra piel.

La casa que ya no es un hogar sigue impasible en el mismo punto de la calle San Marcos. Ve pasar parejas de hombres tatuados desde su balcón. Ve pasar travestis en dirección al Día. Ve pasar modernos desfasados en busca de un after para tomarse la penúltima. Ve pasar artistas, ejecutivos, padres de familia, abuelas con bastón, turistas despistados, motoristas, perros. Alguna vez también niños.

El hogar que ya no está en esa casa viaja en furgoneta. Va rumbo al sur sin perder el norte.
El hogar que ya no está en esa casa viaja también en bicicleta. Y en carricoche.
Se expande, como el universo.
Se transforma, como la energía.

Y lo abarca todo.

martes, 26 de junio de 2012

Canción triste en Si menor

Lo sé. Ya lo sé.
Pero no lo digas.
Déjalo estar un segundo.

Porque si cierro los ojos, si te cojo de la mano, tirados en este parque de mentira, tal vez pensemos que no es verdad, que no nos atraparon los duendes de la hoguera de San Juan. Si te callas, si me callo, si solo estamos en silencio el uno junto al otro, el mundo no existe y todo es perfecto y todo es posible. Y fuera no hay una guerra declarada, ni bancos basuras, ni mierda horadando el espacio que nuestros corazones dejaron para el amor.

Si me abrazas. Si me abrazas cierro los ojos y siento tu olor y mis dedos recorren tu espalda y sienten una a una las estrellas que se te pegaron a la piel alguna noche de otro verano. Tu olor, tu piel y mis ojos cerrados. ¿Hay algo más real que las cigarras que cantan exiliadas en ese bosque de ciudad, bosque de cemento y arena? Y sin embargo no es más que una sensación, no es más que una ilusión. Tú ya no existes y yo ya no soy nada. El brillo de una estrella que hace años luz que se ha apagado.

Si no hablamos. Si no pensamos. Si dejamos que sean nuestros cuerpos los que vivan nuestras vidas. Si nos arrancamos la cabeza. Si nos quedamos sin recuerdos. Si nos quedamos a este lado de la realidad. Si solo nos besamos. Una y otra vez. Sin parar. Si no existe nada más que este pedazo de césped seco en el que hemos detenido el tiempo. Si eso ocurre, entonces qué. Qué más da el resto.

Pero no digas nada. Así, piel sobre piel dejemos que llegue la noche, que pase el verano, que se nos vaya la vida. No te separes. No te marches. No abras los ojos bajo ningún concepto. Si lo haces tal vez todo haya desaparecido. Creámonos esta mentira. Sigue acariciando con suavidad mis dedos como si esa mano que me coge pudiera aún recoger todos estos pedazos y unirlos con la paciencia de un artesano.

Lo sé. Ya lo sé.
Pero no lo digas.
Déjalo estar un segundo. Uno más.

martes, 19 de junio de 2012

Por ejemplo, un beso


Déjame que ponga orden las ideas. Una mañana con lluvia, en otro tiempo, en otra ciudad, me sumergí en una piscina cuyo agua borró mis lágrimas. Nadie me esperaba en casa cuando llegué mojada y con la bicicleta llena de barro. Pero había un abrazo esperándome en algún lado. Solo tenía que encontrarlo.

No siempre fui una bruja pero fui poco a poco construyendo mi castillo. Como ella, esa bruja vestida de negro de los cuentos infantiles, también nosotros nos escondimos en los muros de nuestra fortaleza. Nos volvimos infranqueables, dispersos, diversos, difíciles. Como aquellas brujas olvidadas se volvieron malas en los cuentos, así nosotros nos volvimos huraños, concentrados en el yo, en el me, en el mío.

Pero en la pared que construimos para separarnos del mundo ajeno había una puerta. Tal y como imáginamos aquella otra mañana de lluvia. Y la puerta se abrió y allá, a lo lejos, vimos otro castillo. Otra puerta entreabierta. ¿Era lo esperado? Era otra cosa pero nos dio igual. Porque era para nosotros.

Y así ocurrió. Sin muros que delimitaran nuestro dominio solo quedó compartir, desnudar y dejar de ser una bruja retirada del mundo.

Pero nos movemos en pompas de jabón. Detrás de los muros algo frágil. Detrás de los muros un cristal que se resquebraja. También algo suave. Algo dulce como por ejemplo un beso. Algo intenso. Algo feroz como por ejemplo un beso. Algo como tú. Y una delicadeza de funambulista.

Pero a veces se nos olvida. Que alrededor mucho más. Que no solo tú, te, tuyo. Que no solo lo que fue o lo que fuiste. Que hay algo nuevo que no se parece a nada.

Algo bello. Algo desconcertante. Algo maravilloso y terrible.
Como por ejemplo un beso.
Tu beso. 


jueves, 7 de junio de 2012

A veces

Y no te pasa a veces que una fuerza extraña te oprime el tórax, justo ahí, sí, señalas bien, debajo del pecho y no te deja respirar y te agota. Y esa fuerza a veces se te sube a los ojos y tienes ganas de llorar desconsoladamente como si el mundo se hubiera descalabrado por un precipicio y tú fueras detrás, cayendo también.

Y no te pasa a veces que eso te ocurre con las manos llenas de espuma en la cocina, o esperando un autobús en plena Gran Vía, o recorriendo un desierto, o luchando contra dragones, o esperando la sonrisa que te hace sonreír. Y te pilla así, con las defensas dormidas, sin haber preparado las trincheras desde las que disparar contra esa tristeza.

Y no te pasa a veces que cuando eso ocurre lo bello te pone triste, la dulzura araña como una gata en celo, el sol te hace daño a los ojos y duele mirar las estrellas que deslumbran en el cielo oscuro de una noche de verano. Y ese dolor impreciso se extiende por el resto del cuerpo, debilita tus dedos, afloja tus rodillas, hace girar tu cabeza.

Y entonces, qué. Dejas que las lágrimas te recorran, te remueves por dentro, sales corriendo y te arrancas las entrañas y te dejas caer como si pudieras escapar del cuerpo. Como si pudieses abandonar tu mente, como si te sacaras de dentro esa angustia que te oprime como un corsé.

Y luego, simplemente, sigues fregando, te subes al autobús, llegas al oasis, matas dragones y besas a la sonrisa que te hace sonreir. Y todo pasa. Sin más.

sábado, 19 de mayo de 2012

Hundirse

Nos hundimos. Como Venecia, como los barcos españoles que cruzaron los mares del Caribe y nunca llegaron a su destino. Se hunden los bancos, los países de alfabetos diversos, los proyectos y la ciencia. Nos hundimos nosotros, tú y yo, anegados de palabras que no nos llevan a ningún lado, rascando el futuro, saboteando el presente como si acaso no fuera lo único que nos queda.

El presente. Se hunde y sale a flote en Sol, entre ruidos de metales, cazuelas desorientadas a años luz de sus cocinas, con voces desgarradas, con una barrera de madera mirando al otro lado del cristal de sus cascos de cocos malos. Nuestro presente, el tuyo y el mío, sale a flote en una azotea, con un Madrid que nos mira de lado a lado. Con un beso y otro y otro. Con una fuerza imantada entre tu cuerpo y el mío. Luego algo rompe el hechizo (la mañana, la rutina, el qué se yo) y entonces la fuerza que nos arrastra de una manera irracional se transforma en lágrimas, en una ansiedad que me deja vacío el estómago.

Miro como nos hundimos y solo tengo ganas de correr y gritar. De arrancarme la vida a pedazos, en cada poro de la piel donde duele y solo dejarme la risa pintada en la cara, la risa en el pelo, la risa entre los dedos de mis pies. Solo la risa y arrancarme las entrañas revueltas donde las mariposas amenazan con hundirse también.

Hundirse. Irse a la mierda. Como este país. Como los veinte años. Como las historias bonitas. Como las feas también.

O salir a flote. Escapar hacia adelante. Agarrarse a cualquier trozo de nuestra barca y romper con el maleficio. Evitar el hundimiento. Dejarse llevar por las olas a una isla desierta. Solos tú y yo. Y ser felices.

sábado, 28 de abril de 2012

Cortarse el pelo

Llevo meses pensando en cortarme el pelo. Mucho antes de saberlo ya amenazaba temporal en estos tiempos de derrota. Un cambio en los rizos deshechos, como un acto de rebeldía absurdo, como tirarle una patata frita llena de ketchup a la estatua silenciosa de Adam Smith.  Desde Edimburgo, fantasmas, frío y piedras, luchando a golpe de fish and chips contra el liberalismo.

Nunca llegué a cortarme el pelo aunque lo pensé una y otra vez. No lo sabía pero necesitaba un cambio, aunque desistí en mi empeño. Cortarme los rizos era como reconocer que me había contagiado de la tristeza, del desánimo, del desasosiego de este país irreal. Y no era cierto. A pesar de los informativos, de las conversaciones robadas, del dolor y la añoranza, la ciudad parecía seguir brillando a mis pies. Estábamos por encima, a muchos años luz de toda esta amargura. Paseando como si acabáramos de reinventar Malasaña. Bajando las cuestas con mi melena al viento, clareada en las puntas por un sol de ensueño al otro lado del Atlántico.

Y sin embargo, mucho antes de saberlo, esta ciudad y este país ya se me habían pegado al paladar con un sabor amargo. Dato tras dato, noticia a noticia, me dolían los huesos, me estallaba la cabeza, se me encogía la piel y no paraba de pensar en cómo echaba de menos una mano en mi mano. Aunque el resto fuera perfecto. Ante todo y sobre todo se me cortaba la respiración cuando en plena Gran Vía buscaba donde aferrarme y no había mano a la que enlazar mis dedos. Me servía el bolsillo de un pantalón o del asa de una mochila, pero no era lo mismo. Era un yo contra el mundo. Como ha sido siempre.

Por fin llegó la lluvia y solo trajo la tristeza. Soñábamos con escondernos del agua de primavera bajo un edredón de manchas. Escuchar cada gota marcando el tiempo y señalándonos la eternidad. Pero no sirvió para limpiarnos. El mundo estaba fuera esperando. El mundo y su gris, y sus malas noticias. El mundo donde la ternura no sirve, donde el talento no vale, donde los sueños no se cumplen, donde los amigos cogen las maletas y se despiden en los aeropuertos.


No hay remedio. Me han contagiado.
Definitivamente, tengo que cortarme el pelo.

miércoles, 4 de abril de 2012

Horas tempranas: Bogotá

Bogotá se despierta pronto, muy pronto, cuando a las 5:30 ya empieza a aclarar el día. A nosostras no nos despierta el sol sino el jet lag, que me abre los ojos como platos y me deja dando vueltas en una cama extraña.

Desde la ventana de casa de Cristina se ven todos los tejados de la Castellana (curioso, irse tan lejos para acabar en un lugar de nombre tan familiar). Son tejados de chapa, con antenas y bidones en los techos que me retrotraen a Córdoba, Veracruz. Aquí también hay una montaña imponente que lo llena todo de verde (aunque sin las nieves perpetuas del gigante Orizaba).
También hay un gato tranquilo apoyado junto a la ventana, observando, como yo, los tejados de este gigante de ocho millones de habitantes. Tiene el pelo atigrado y un gesto de león asilvestrado. Mi chaqueta está llena de pelos otra vez y unos se juntan con otros: los blancos con los color canela.

Ya pitan los taxis amarillos en la avenida cien. Ya despertó la ciudad hace tiempo. Y nosotras, cuerpo de jota, no llegamos a dormir nunca.

viernes, 30 de marzo de 2012

helicópteros sobre la ciudad



La ciudad está tomada por todo un ejército de hombres azules. Suenan las hélices de un helicóptero sobrevolando la ciudad (¿uno o cientos?). Estamos en guerra, me pregunto bajando Bravo Murillo con los ojos cerrados y el viento en la cara. Abrazando a un forzudo en los semáforos en rojo.

Siempre hemos estado en guerra (o eso me dijo Charo una vez). Algunos. Otros no. En guerra contra el sistema, en guerra contra el tiempo, en guerra contra lo real y contra lo ideal, en guerra contra la tristeza, en guerra contra el absurdo, contra la razón, contra lo injusto. Batallando siempre. Discordante. Quejica. Insostenible. Insoportable.

Estamos en guerra otra vez y un helicoptero sobrevuela la ciudad. Pero en mi cama, las batallas son otras. El tiempo parece habernos dado una tregua, pero no es verdad. La tarde tibia se me enreda entre los rizos, se me escurre por el escote, se precipita hacia el suelo. Afuera un helicoptero nos ronda, nos vigila, nos controla. Pero aquí, al otro lado de las rejas de mi ventana la libertad de unos dedos ansiosos me recorren entera y no existe nada. Nada más. La ciudad está quemándose ahí afuera ¿te das cuenta?. La ciudad tiembla y yo también y no existe nada. Nada más. Solo esto. Una calma antigua, una nostalgia dulce, una felicidad inquieta. Ójala siempre fueran días de huelga.

El helicóptero sigue sobrevolando la ciudad cuando las dos ruedas de nuestras bicicletas pisan el asfalto caliente. Pero se ha acabado la nada. Ahora es el todo y estamos todos. O casi todos. O algunos.

Y gritamos.
En pie de guerra.

martes, 20 de marzo de 2012

Cambio de planes



Era una noche con estrellas y solo tenía, cuántos, ¿quince años? Ahí, sin saber, dibujé los planes irrealizables al amparo de una luna nueva. Soñé viajes, soñé futuros, soñé con la mano que agarraría mi mano por las ciudades malditas que recorrería libreta en mano.

Luego llegó el futuro y el cambio de planes. Y no ocurrió nada. Ocurrió otro todo que distaba de ser aquel que imaginé aquella noche con estrellas. Los viajes nunca fueron aquellos, los gatos no se arremolinaron a mis pies, tampoco me metí en política, casi nada. Nunca viví en París y si me apuras tampoco en Berlín. Jamás fui corresponsal de nada y poco o muy poco correspondida en mis elecciones. No viví de las rentas de mis nostalgias e hice cosas mejores con mis labios de las que imaginaba (como dejar que se llenaran de rojo). También susurré cosas bonitas, escribí algunos cuentos, me pasé veranos persiguiendo amores imposibles, y perdí todas las batallas contra el tiempo.

Fuimos sorteando los cambios de planes. Adaptándolos, esperándolos, escondiéndolos, superándolos a veces, a veces agradeciéndolos. Disfrutando de la marea, de los nuevos rumbos, de las noticias que nos cambiaron, de los puntos de partida de los que nunca partimos.

Está a punto de acabarse un invierno sin planes que nunca fue como soñamos. Está a punto de arrancar una primavera cronometrada, un calendario cerrado, un futuro abocetado.

Y una vez más.
Nos quitamos el abrigo y llegó el frío.
Nada será como esperamos.
Cambio de planes.

jueves, 23 de febrero de 2012

primavera



No sé si soy yo o está empezando a llegar la primavera a esta ciudad sin lluvia. No sé si lo inventé o vi flores incipientes en los árboles secos. Tal vez fueron alucinaciones, proyecciones nocturnas, sueños de piezas desfiguradas que solo encajan durante la noche. Pero ahí estaba, el sol de un marzo a la vuelta de la esquina, el brillo de un día con más horas, un montón de caminos en bicicleta.

Seré yo y no la ciudad, porque en la calle el frío encoge mis músculos a primera hora del día y los teléfonos móviles echan humo. Un ejército cifrado de signos ortográficos olvidados (corchetes, almohadillas, arrobas) toman la calle y la guerra. Llueven palos, solo eso, y así no hay quien construya una primavera, ni un país, ni un futuro. Pero así se hacen las cosas y ya nadie regala libros.

No sé si soy yo pero mi cuerpo en plena primavera se me rebela como durante las astenias de mayo y yo solo quiero meterme en la cama y revolver las sábanas y cerrar los ojos y soñar lo justo para despertar con una sonrisa en los labios un minuto antes de que el radiodespertador escupa sus noticias. Quiero dormir un rato más y olvidar el mundo y después de una ducha dejar el cuerpo hecho un burruño a los pies de mi cama y salir a recorrer esta ciudad sin lluvia (y sin cuerpo).

Me he comprado un billete una vez más y a Berlín aún no llega la primavera. Solo quiero emborracharme de cerveza y de amigos y pedalear con los ojos cerrados mientras un viento cuchillo de hielo me corta bajando la cuesta de Warschauer Str.

Solo quiero que allí salga el sol y aquí no deje de llover en quince días. Quizá así los días grises puedan llenar los titulares de primaveras que hoy ocupan otros grises que nos vendieron azules. Quizá el cielo gris nos invite a perdernos en una cama, a recorrer esquinas, a enlazar una a una las estrellas de tu espalda hasta encontrar el dibujo secreto bajo tu piel.

Mientras, quizá así y solo así, afuera se vaya gestando una verdadera primavera. Una que solo nos pertenezca a nosotros. Que no se la apropien estafas globales, ni mercados sin nombre, ni uniformados sin placas.

Una primavera que, por una vez, en estos tiempos que corren, llene la ciudad de flores. 

domingo, 22 de enero de 2012

Domingo

Y como nosotros, la semana.
Toca fondo el domingo pero vuelve a la vida el lunes.

Una y otra vez.
Una y otra vez.
Una y otra vez.

Y otra más.

jueves, 19 de enero de 2012

No tardarán en separarme de ti



La carretera en dirección a Toledo me ofrece una explosión de sol y luna. A un lado del autobús comienza un día muy largo, al otro termina una noche demasiado corta. Yo sonrío al recordarla y cierro los ojos para que a través del cristal ese sol de hielo la pegue a mí como un tatuaje. Olvidé pintarme los labios, olvidé dormir suficiente. Olvidé los malos días.

Luego en clase una niña con la camiseta roja y los ojos achinados me dice que sí, que tengo razón. Que ella cuando llegó nueva y nadie le hacía caso pensó que Fulanita (y señala a la niña de al lado, una rubita gafotas y con una sonrisa alegre y desdentada) no era muy simpática pero que ahora es su mejor amiga. Que a veces nos dejamos llevar por las apariencias, que a veces no damos la oportunidad de demostrar a la gente lo estupendísima, maravillosísima, súper fantástica y fenomenal que puede llegar a ser. Eso lo añado yo y todos me dicen que sí emocionados. Con este público da gusto.

Pero no soy yo, son ellos. De alguna manera me he contagiado de su entusiasmo, aunque hace tiempo que mis dientes volvieron a salir. Quiero acariciar cada una de las cabecitas que me miran alucinadas, que me dicen María, a mi tío una vez...y me acompañan hasta la puerta y me dicen adiós con sus manitas y sus sonrisas inocentes. Quizá no esté todo perdido.

Pero a mi regreso, la ciudad, aunque menos sombría, sigue teniendo un no sé qué enroscado en los árboles desnudos de las avenidas. Por suerte aún llevo en la cabeza el recuerdo de sol cuando me meto en el suburbano y esa caricia me hace olvidar las manos frías, los músculos contraídos, el cansancio. En la radio no nos dan tregua: las ondas siguen escupiendo realidades inquietantes y las facturas no se pagan solas a fin de mes. Me dejo morir en una cama revuelta y sueño con la vida propia de los dedos inquietos y torpes de un niño llamado Harris.

Más tarde me topo con este cartel: No tardarán en separarme de esta vertical que me sostiene sobre ti. Lleva ahí más de un mes, sostenido en esa vertical, resistiendo a las crisis mundiales, al pesimismo, a los días fríos, a las malas noticias, a las esperas inútiles, a los sueños truncados. Lleva ahí más de un mes. Resistiendo.

Bella poesía urbana para no perder la esperanza.

jueves, 5 de enero de 2012

Huertas-Malasaña



Al volver a casa veo la pared de cemento en la puerta del Hotel Madrid. Otra evidencia más: hay cierto pesimismo en el aire. Todos hablan de lo mismo a mi alrededor y tengo la sensación de que una realidad plomiza se ha apoderado del cielo de este país. Es como si el apocalipsis que anunciaran los mayas estuviera preparando su llegada. No sé desde cuándo, no sé qué, pero hay algo raro en el ambiente. La ciudad ha dejado de brillar como lo hizo en primavera, como seguía deslumbrando en verano, como iluminaba, suave y nostálgica, el otoño que se fue sin darnos cuenta.

Hace unas horas un polvo de harina llenaba un escenario. Una voz y otra y otra más. Los acordes de una guitarra, las frases antiguas de un libro de la tierra. Un orgullo ajeno me hincha el pecho y me remueve. Me conmuevo cuando voy y veo, cuando descubro que a veces las cosas ocurren: el esfuerzo merece la pena, lo ambiguo se vuelve concreto. Y sin más (sin menos) se cumplen. Se logra. Funciona. Y entonces quiero creer, quiero escapar de ese pesimismo del ambiente, de la resignación de este guión mal escrito.

Después abandonamos el teatro y olvidamos las promesas. Nos bebemos una caña, nos comemos una tosta, abandonamos el barrio de las letras. El cemento del Hotel Madrid me devuelve a la realidad. Hay algo extraño en esa calle que siempre me hace recordar a hombres que me hicieron vibrar. Miro la luna que ya no es la sonrisa traviesa de Oporto y cruzo Sol. En Callao los operarios bajan las luces de Navidad de los grandes almacenes. Ha debido terminar y yo sin enterarme.

Me ha picado un mosquito en el escote en pleno enero y me pregunto cómo es posible (el mosquito y el escote), atravesando la Gran Vía, oscura y denostada. Pero hay cosas que no se explican. De repente tengo miedo, de repente no. Es una certeza que me recorre por dentro y no me importa esperar. Sé que es y que será, no tengo prisa. Pero esa misma certeza me tambalea entre tal vez. Porque tal vez no sea certeza sino deseo. No sea real, sino ilusión. Y no sirva de nada esperar. Se desvanecerá como los sueños al llegar el día.

Hace tiempo que no hay nadie en la pista de hielo de la plaza de la Luna.
Tampoco en mi cama.
Duermo.

lunes, 2 de enero de 2012

último día




El último mediodía de este 2011 lo paso mirando desde una cristalera el océano. He metido mis pies desnudos en sus olas espumosas y el frío me ha cortado la respiración. Luego he dejado que la arena se me pegue a la piel, se me cuele entre los dedos y viaje así, camuflada entre mis uñas, al otro lado de la frontera.

Luego hemos conducido durante horas, se nos ha hecho de noche. Hemos hecho nuestro particular ranking de 2011: nuestros mejores momentos, nuestras mejores fiestas, nuestros mejores libros, nuestros mejores viajes. Al otro lado de la ventana iban pasando kilómetros. Veloces, como el tiempo.

De repente, tengo una sensación de pérdida que no entenderé hasta mucho más tarde y un cansancio en forma de tos que se me agarra al pecho, como la nostalgia los días de frío. Aún así me siento feliz de estar de vuelta.

Brindamos con champán pero sin alegría, tal vez porque hemos convertido la nochevieja en algo tan cotidiano que nos alegramos más las tardes que nos reunimos sin darnos cuenta al calor de la chimenena, cuando afuera cae el frío sobre las higueras. Tal vez esa emoción que me embargaba cuando era una niña y todos gritábamos al terminar las campanadas no podrá volver nunca. Será otra cosa.

Nos abrazamos y nos besamos y yo quisiera creer en todos los buenos propósitos. Tal vez sea un feliz 2012, tal vez no. Tal vez no sea ni una cosa ni la otra. Tal vez sea vida ni más ni menos. Vida en su totalidad. Feliz y triste, plena y vacía, grande y pequeña, mísera y maravillosa. Y no será peor ni mejor. Será. 
Simplemente.

Un año lleno de vida.
Para todos.


Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas