martes, 26 de junio de 2012

Canción triste en Si menor

Lo sé. Ya lo sé.
Pero no lo digas.
Déjalo estar un segundo.

Porque si cierro los ojos, si te cojo de la mano, tirados en este parque de mentira, tal vez pensemos que no es verdad, que no nos atraparon los duendes de la hoguera de San Juan. Si te callas, si me callo, si solo estamos en silencio el uno junto al otro, el mundo no existe y todo es perfecto y todo es posible. Y fuera no hay una guerra declarada, ni bancos basuras, ni mierda horadando el espacio que nuestros corazones dejaron para el amor.

Si me abrazas. Si me abrazas cierro los ojos y siento tu olor y mis dedos recorren tu espalda y sienten una a una las estrellas que se te pegaron a la piel alguna noche de otro verano. Tu olor, tu piel y mis ojos cerrados. ¿Hay algo más real que las cigarras que cantan exiliadas en ese bosque de ciudad, bosque de cemento y arena? Y sin embargo no es más que una sensación, no es más que una ilusión. Tú ya no existes y yo ya no soy nada. El brillo de una estrella que hace años luz que se ha apagado.

Si no hablamos. Si no pensamos. Si dejamos que sean nuestros cuerpos los que vivan nuestras vidas. Si nos arrancamos la cabeza. Si nos quedamos sin recuerdos. Si nos quedamos a este lado de la realidad. Si solo nos besamos. Una y otra vez. Sin parar. Si no existe nada más que este pedazo de césped seco en el que hemos detenido el tiempo. Si eso ocurre, entonces qué. Qué más da el resto.

Pero no digas nada. Así, piel sobre piel dejemos que llegue la noche, que pase el verano, que se nos vaya la vida. No te separes. No te marches. No abras los ojos bajo ningún concepto. Si lo haces tal vez todo haya desaparecido. Creámonos esta mentira. Sigue acariciando con suavidad mis dedos como si esa mano que me coge pudiera aún recoger todos estos pedazos y unirlos con la paciencia de un artesano.

Lo sé. Ya lo sé.
Pero no lo digas.
Déjalo estar un segundo. Uno más.

martes, 19 de junio de 2012

Por ejemplo, un beso


Déjame que ponga orden las ideas. Una mañana con lluvia, en otro tiempo, en otra ciudad, me sumergí en una piscina cuyo agua borró mis lágrimas. Nadie me esperaba en casa cuando llegué mojada y con la bicicleta llena de barro. Pero había un abrazo esperándome en algún lado. Solo tenía que encontrarlo.

No siempre fui una bruja pero fui poco a poco construyendo mi castillo. Como ella, esa bruja vestida de negro de los cuentos infantiles, también nosotros nos escondimos en los muros de nuestra fortaleza. Nos volvimos infranqueables, dispersos, diversos, difíciles. Como aquellas brujas olvidadas se volvieron malas en los cuentos, así nosotros nos volvimos huraños, concentrados en el yo, en el me, en el mío.

Pero en la pared que construimos para separarnos del mundo ajeno había una puerta. Tal y como imáginamos aquella otra mañana de lluvia. Y la puerta se abrió y allá, a lo lejos, vimos otro castillo. Otra puerta entreabierta. ¿Era lo esperado? Era otra cosa pero nos dio igual. Porque era para nosotros.

Y así ocurrió. Sin muros que delimitaran nuestro dominio solo quedó compartir, desnudar y dejar de ser una bruja retirada del mundo.

Pero nos movemos en pompas de jabón. Detrás de los muros algo frágil. Detrás de los muros un cristal que se resquebraja. También algo suave. Algo dulce como por ejemplo un beso. Algo intenso. Algo feroz como por ejemplo un beso. Algo como tú. Y una delicadeza de funambulista.

Pero a veces se nos olvida. Que alrededor mucho más. Que no solo tú, te, tuyo. Que no solo lo que fue o lo que fuiste. Que hay algo nuevo que no se parece a nada.

Algo bello. Algo desconcertante. Algo maravilloso y terrible.
Como por ejemplo un beso.
Tu beso. 


jueves, 7 de junio de 2012

A veces

Y no te pasa a veces que una fuerza extraña te oprime el tórax, justo ahí, sí, señalas bien, debajo del pecho y no te deja respirar y te agota. Y esa fuerza a veces se te sube a los ojos y tienes ganas de llorar desconsoladamente como si el mundo se hubiera descalabrado por un precipicio y tú fueras detrás, cayendo también.

Y no te pasa a veces que eso te ocurre con las manos llenas de espuma en la cocina, o esperando un autobús en plena Gran Vía, o recorriendo un desierto, o luchando contra dragones, o esperando la sonrisa que te hace sonreír. Y te pilla así, con las defensas dormidas, sin haber preparado las trincheras desde las que disparar contra esa tristeza.

Y no te pasa a veces que cuando eso ocurre lo bello te pone triste, la dulzura araña como una gata en celo, el sol te hace daño a los ojos y duele mirar las estrellas que deslumbran en el cielo oscuro de una noche de verano. Y ese dolor impreciso se extiende por el resto del cuerpo, debilita tus dedos, afloja tus rodillas, hace girar tu cabeza.

Y entonces, qué. Dejas que las lágrimas te recorran, te remueves por dentro, sales corriendo y te arrancas las entrañas y te dejas caer como si pudieras escapar del cuerpo. Como si pudieses abandonar tu mente, como si te sacaras de dentro esa angustia que te oprime como un corsé.

Y luego, simplemente, sigues fregando, te subes al autobús, llegas al oasis, matas dragones y besas a la sonrisa que te hace sonreir. Y todo pasa. Sin más.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas