lunes, 31 de diciembre de 2007

Nos curamos

Te toco y nos curamos. Tú de lo tuyo. Yo de lo mío. Por un momento. En ese preciso instante en que te toco y nuestras soledades se juntan. Nos curamos.

El uno junto al otro, cada cual en una esquina de la cama, cubriendo los huecos (los vacíos) que nos dejaron otros. Así, sin ningún sitio donde escondernos, me tocas y nos curamos. Tú de lo tuyo. Yo de lo mío. Por un momento. Nos curamos y ya no importa lo que somos, ni lo que fuimos. Sólo que no estamos solos.

En la oscuridad tu respiración acaricia la mía y sin palabras nos tocamos, y mis fantasmas, que no son los tuyos, mientras, duermen.

Luego llega el día. Ya no te toco. Ya no me tocas.

Los fantasmas despiertan.
Se reabren las heridas.
















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Que en el 2008 nos toquemos todos más.
Nos curemos más allá del instante.

viernes, 28 de diciembre de 2007

ROJO



Viernes ...trabajar hasta las 2...comer en casa...disfrutar el hogar (vacío...pero hogar). Ver una película bajo la manta. Rojo. Kieslowski. Rojo. En mi sofá Rojo. Sobre mi mesa Roja. Con mis gafas Rojas. Con mis labios Rojos. Con mi diadema Roja. La tarde. Roja.

Si la felicidad existe (y me consta que existe) debe ser Roja, como este viernes.

En el hogar.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Amanece...


Amanece...
...y somos pocos. Pocos en mi casa. Pocos bajando a la estación de Renfe. Pocos en el tren. Pocos en la oficina. Pocos en el messenger. Pocos. Por no estar, no está ni el acordeonista que cada mañana me sonríe al llegar a Recoletos. Me quedo sin música pero al menos puedo poner los pies en el asiento de en frente (sí, soy una de esas personas... a veces provoco miradas de censura en las no tan entrañables ancianitas de mi alrededor)
Amanece, empezamos otro día. He pegado en la pared una fotografía mía. La sonrisa se me escapa de la boca y el brillo de mis ojos se come la cámara. Salgo guapa porque estoy feliz. Así voy a seguir, pienso, saliendo guapa en la foto.
Pero aunque amanezco con sonrisa de pronto todo se me hace cuesta arriba. No sé por qué. Será que es Navidad y hoy desayuné sola, será que oigo a Nina Simone y el terciopelo de su voz me hace estremecer y asomarme al precipicio, serán las hormonas.

Será que ayer deshice las maletas y hoy otra vez las tengo que hacer.
Será que amanece
y somos pocos.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Barça - Madrid


Difícilmente puede una escapar de la vorágine del fútbol en una familia como ésta. En torno a una tele, con o sin camisetas, el barullo pide silencio y yo hago lo que puedo y no paro de teclear. Quería escribir sobre esta ciudad, origen de mis orígenes, sobre ese viento frío que acaricia con violencia las caras, mientras camino del brazo de mi padre, siguiendo los pasos de Miguel Unamuno y Fray Luís de León. Con mi mano refugiándose dentro del bolsillo de su abrigo, me aprieto a él y bebo de las anécdotas, propias o ajenas, que se agolpan en su boca. Las leyendas, las historias me pegan a esta tierra a la que pertenezco, de la que soy y a la que vengo. Cuentos de nobles y amantes, de tiempos de honor y de glorias. Recuerdos de años en blanco y negro, en pensiones sin duchas, en comedores universitarios y colegios que con el tiempo cambiaron de nombre. Me tomo un chocolate en el Toscano, después de pasar por la Santísima Trinidad y recordar(me) que fue allí hace 25 años donde empezó la vida. Nos asomamos a la Plaza de los Bandos y al fondo intuyo el busto de Carmen Martín Gaite, con su boina calada y pienso que si algún día me hago vieja, yo también quiero llevar ese gorro a lo francés y si puedo, las medias de colores.

Al otro lado (de mi portatil) alguien (muchos alguien) gritan penalty. Así no hay quien se concentre, pienso, e intuyo entre las cabezas, muñecos vestidos de blaugrana y de blanco. Tienen entre sus piernas, o eso se intuye por la atención que merecen, los destinos del mundo.

Vuelvo a lo mío, al paseo por Salamanca, al calor de este hogar con árbol de Navidad, regalos que esperan la noche del 24 y aceitunas sobre la mesa. Vuelvo a las navidades que desde hace años (desde siempre) no son blancas, sino del color de la piedra de Villamayor que recubre todos los edificios de esta ciudad castellana.

Sigue el algarabío. Alguien falla un gol a puerta vacía y todos le gritan. No me concentro. No acabo. 0 a 1 va perdiendo el Barça y aquí casi todos sonríen. Esto también es Navidad, supongo. También Familia.

También Salamanca.

jueves, 20 de diciembre de 2007

La desvelada

Una vez más, esta noche fueron muchas noches y este día empieza demasiado pronto. Meto en el bolso las cuatro horas que me faltan de sueño y subo al tren buscando un rincón en el que acurrucarme e ir enlazando historias sin sentido de estación en estación.

Una vez más me ha sorprendido la lluvia al salir de casa. La gente como yo - pienso, como si ese yo fuera un especimen único y privilegiado - no debería madrugar nunca. Debería beberse la noche de principio a fin sin pensar en despertadores. Debería reir por siempre con viejos amigos en casas con escaleras y nuevas compañeras francesas, donde los cigarros no queman los sofás, donde se habla a gritos y nadie termina las conversaciones que empieza. Donde todos nos conocemos tanto que no nos importa desnudarnos y reírnos de ello.

Una vez más la noche me pilló a medias y en su mitad hice mi punto de inflexión y me marque un viaje a un pasado que se hace presente. Guitarra en mano. Más moreno, sonriente y delgado de lo que le recordaba, un vuelo transoceánico me canta las canciones de antes y le pone la banda sonora a una desvelada tan difícil de llevar ante un ordenador en una oficina gris, como antes lo era ante el palacio municipal de una ciudad tropical. La risa, la música, las estrellas viejas. Demasiada vida social, bajando a Barquillo, pienso, y un largo y hastioso día de trabajo por delante.

No se recompone, ni encuentro frase con la que terminar esta entrada. No se recompone y la desvelada hace crujir cada uno de los músculos de mi espalda. Eso me pasa por coleccionar noches...

martes, 18 de diciembre de 2007

Marcella se viste de rayas

Y yo de verde y morado, a mitad de camino entre un árbol de navidad y un encapuchado de semana santa. Así, le ponemos color a un día gris.
A Marcella y a su vestido a rayas la conocí una vez en un museo. Estaba de paso, mirando la nada verde en su sofá verde con su gato blanco acurrucado a los pies. No me miró pero yo vi a través de ella y mucho después la fui a buscar a Berlín, a un barrio residencial sin comercios, sin tráfico, sin chicos jóvenes, rubios y guapos llevando querubines todavía más rubios y guapos del brazo. Era marzo y hacía frío en la ciudad del muro y quien sabe si por eso Marcella no estaba en casa. Así que sólo pude llevarme la foto de su mirada perdida, de su mirada que busca y rebusca. Como yo. Con su vestido a rayas. Con mi falda verde y mi jersey morado. Buscando. Rebuscando. Mirando la nada verde.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas