viernes, 24 de enero de 2014

Incoloro

La luz de la habitación es naranja y fuera la calle es blanca. Arrastro los pies para no caer mientras siento el frío polar como si fuera algo más cálido y doloroso: el golpetazo del agua cuando aprendíamos a tirarnos de cabeza y acababamos cayendo en plancha. Respiro bajo la bufanda y mis gafas se empañan y entonces no veo nada, encogida como voy y rodeada de hielo. Me da miedo.

La luz de la habitación es naranja y las incertidumbres no tienen ningún color pero flotan por la habitación cuando me quito las catorce capas de piel textil que protegen mi piel celular. Sirve vino a mi copa o brindemos con champán porque es un día cualquiera y nuestra vida es maravillosamente desastrosa. Sirve vino a mi copa y brindemos bajo la luz naranja de una lámpara de papel comprada por cuatro duros.

Luego en la cama leeré en alto y Berlín será un personaje más en la novela. Y no me cansaré de pronunciar cada palabra, de repetir aquellos párrafos que más me gustaron, de sentir tu cabeza apoyada contra mi pecho. No sé si duermes pero sigo leyendo.

La luz naranja de la habitación se apagará hasta mañana y fuera, la calle, guardará el blanco.
Y las incertidumbres incoloras, pero no indoloras, seguirán flotando entre nosotros.

sábado, 4 de enero de 2014

Resaca



La ciudad está llena de abetos abandonados. Fueron los protagonistas de la fiesta apenas un segundo. Su gloria de espumillón y luces de colores duró apenas un minuto y ahora se pudren en las calles de esta ciudad mojada. El Amor se queda mirando con pena aquellos que fueron y se han desvanecido, los señala con el dedo, les llama por su nombre y luego continúa pedaleando.

La ciudad está llena de botellas rotas, fragmentos hirientes de vidrio verde de mal champán que ahora parecen trampas mortales para ciclistas valientes. La algarabía humana es en cierto modo así. Alegre, ostentosa y asquerosamente sucia. Todo está repleto de basura. Son los restos de una fiesta en la que ningún vecino se quejó porque todos estaban invitados.

La ciudad se llenó de niebla cuando llegó la medianoche y al fondo la torre de la televisión fue un fantasma primero y luego, simplemente desapareció. El cielo era una fiesta y los cohetes, como antaño los ábetos abandonados, brillaban en su momento de gloria, justo antes de desaparecer. Allí, aturdida por el estruendo, sobrecogida por la luz, el futuro parecía una carcajada salvaje. Tócalo. Es tuyo. Disfrútalo. Es un jolgorio. Emborráchate y sé feliz.

Pero el presente que quedó pasada la primera noche tenía forma de pegotes de cartón adheridos a la acera. De bicicletas pinchadas abandonadas en las esquinas. De tristes árboles de Navidad desnudos y vomitonas entre los coches.

Y aquel futuro que brillaba en forma de fuegos artíficiales acabó convertido en ceniza como estos.
Flotando en el cielo sin rumbo fijo.


Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas