La y griega que une tu nombre con el mío, que lo compacta en una sola unidad es como los dedos que entrelazo con los tuyos y convierten tu cuerpo en una continuación del mío.
La y griega que une nuestros nombres en las conversaciones de los amigos, en las invitaciones, es como el beso con el que callas mi boca y conviertes el silencio en el mejor de los paraisos.
Somos y griega, uno al lado del otro, sin importar el orden:
quien va antes, quien va después o si vamos solos.
Cada letra de tu nombre, cada letra del mío no es tan importante como esa y griega por la que me deslizo hasta tu cama como por un tobogán. No es tan necesaria como esa y griega a la que te agarras como a una cuerda para trepar hasta mi cuerpo.
Si se rompe la y griega, si se resquebraja, la coma entre tu nombre y el mío será como el muro que separa nuestros cuerpos. La coma despegará nuestros dedos, se interpondrá entre nuestros labios.
Será entonces el silencio el peor de los infiernos.
La y griega que une nuestros nombres en las conversaciones de los amigos, en las invitaciones, es como el beso con el que callas mi boca y conviertes el silencio en el mejor de los paraisos.
Somos y griega, uno al lado del otro, sin importar el orden:
quien va antes, quien va después o si vamos solos.
Cada letra de tu nombre, cada letra del mío no es tan importante como esa y griega por la que me deslizo hasta tu cama como por un tobogán. No es tan necesaria como esa y griega a la que te agarras como a una cuerda para trepar hasta mi cuerpo.
Si se rompe la y griega, si se resquebraja, la coma entre tu nombre y el mío será como el muro que separa nuestros cuerpos. La coma despegará nuestros dedos, se interpondrá entre nuestros labios.
Será entonces el silencio el peor de los infiernos.