martes, 8 de junio de 2010

La isla (cicatrices)


Recorrimos la isla en un coche alquilado en la frontera. Tú te acurrucabas en el asiento de copiloto y le dabas más volumen a un viejo disco de los Rolling. Me gustaba tenerte ahí cerca, recorriendo aquellas carreteras vacías, observando los campos desiertos, contando asombrada cada casa que descubríamos al borde del camino, gritando cada vez que se asomaba el mar. Llegábamos a una punta y nos bajábamos del coche. El viento te despeinaba y tú ponías cara de niña pequeña pillada en falta. Nos besábamos. En aquella esquina del mundo donde sólo chirríaban con desidia las gaviotas.

Por la noche buscábamos una cabaña donde descansar del frío y hacíamos el amor con ansia. Pero lo mejor, casi siempre, venía después. Tu cabeza buscaba el hueco de mi pecho en el que encajarse y comenzabas a hablar. Dibujábamos con palabras nuestros anhelos, todos los miedos, todas las risas. Los planes. Aún creíamos en el futuro y no acumulábamos heridas de guerra, ni cicatrices de antiguas batallas. Quizá por eso no nos avergonzaba desnudarnos así, con los dedos entrelazados y la piel sudada en noches sin dormir.

Más tarde nos entró el pudor, las primeras heridas y llegaron otras islas, otros viajes en coche de alquiler, mujeres de risa nerviosa que se acurrucaban en el asiento de copiloto, hacer el amor con ansia, con desesperación, con tristeza.

Luego, tras el placer desbocado, los silencios.
Yo acariciaba mis cicatrices con los ojos ciegos en la oscuridad absoluta hasta quedarme dormido junto a otro cuerpo herido.

Soñaba entonces con la isla. Contigo. Desnuda y confiada.
Cuando aún creías en el futuro.

jueves, 3 de junio de 2010

el altillo del armario

He guardado la ropa de invierno en el altillo del armario. Se ha quedado lleno de lana y rayas, de rojos y bufandas, de sombreros de fieltro. Mi piel de este enero nevado amontonada en el altillo. A la espera de otra estación.

Sueño invierno en mi casa iglú y redescubro un verano que olvidé con el frío. Se me escurre el escote por los vestidos de gasa y observo mi piel blanquecina. Volvemos al mismo punto sin ser los mismos, a las sandalias que me destrozan los pies que nacieron para andar desnudos, a los collares con los que crucé un océano, al Madrid deshabitado.

Todo está en orden. Camisetas, vestidos, blusas y faldas. Arriba en el altillo el futuro y también el pasado. Lo que fuimos, lo que viene. La ropa es lo que somos cuando el resto nos mira y no ve nada. La risa, la despedida, la tarde aquella en que decidi quererte, el día gris en que quise olvidar.

Se nos ha colado el verano, sin darnos cuenta. Tanto lo deseábamos.
Cierro la puerta del altillo y otro invierno más.
Y ya han pasado tantos...

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas