domingo, 22 de enero de 2012

Domingo

Y como nosotros, la semana.
Toca fondo el domingo pero vuelve a la vida el lunes.

Una y otra vez.
Una y otra vez.
Una y otra vez.

Y otra más.

jueves, 19 de enero de 2012

No tardarán en separarme de ti



La carretera en dirección a Toledo me ofrece una explosión de sol y luna. A un lado del autobús comienza un día muy largo, al otro termina una noche demasiado corta. Yo sonrío al recordarla y cierro los ojos para que a través del cristal ese sol de hielo la pegue a mí como un tatuaje. Olvidé pintarme los labios, olvidé dormir suficiente. Olvidé los malos días.

Luego en clase una niña con la camiseta roja y los ojos achinados me dice que sí, que tengo razón. Que ella cuando llegó nueva y nadie le hacía caso pensó que Fulanita (y señala a la niña de al lado, una rubita gafotas y con una sonrisa alegre y desdentada) no era muy simpática pero que ahora es su mejor amiga. Que a veces nos dejamos llevar por las apariencias, que a veces no damos la oportunidad de demostrar a la gente lo estupendísima, maravillosísima, súper fantástica y fenomenal que puede llegar a ser. Eso lo añado yo y todos me dicen que sí emocionados. Con este público da gusto.

Pero no soy yo, son ellos. De alguna manera me he contagiado de su entusiasmo, aunque hace tiempo que mis dientes volvieron a salir. Quiero acariciar cada una de las cabecitas que me miran alucinadas, que me dicen María, a mi tío una vez...y me acompañan hasta la puerta y me dicen adiós con sus manitas y sus sonrisas inocentes. Quizá no esté todo perdido.

Pero a mi regreso, la ciudad, aunque menos sombría, sigue teniendo un no sé qué enroscado en los árboles desnudos de las avenidas. Por suerte aún llevo en la cabeza el recuerdo de sol cuando me meto en el suburbano y esa caricia me hace olvidar las manos frías, los músculos contraídos, el cansancio. En la radio no nos dan tregua: las ondas siguen escupiendo realidades inquietantes y las facturas no se pagan solas a fin de mes. Me dejo morir en una cama revuelta y sueño con la vida propia de los dedos inquietos y torpes de un niño llamado Harris.

Más tarde me topo con este cartel: No tardarán en separarme de esta vertical que me sostiene sobre ti. Lleva ahí más de un mes, sostenido en esa vertical, resistiendo a las crisis mundiales, al pesimismo, a los días fríos, a las malas noticias, a las esperas inútiles, a los sueños truncados. Lleva ahí más de un mes. Resistiendo.

Bella poesía urbana para no perder la esperanza.

jueves, 5 de enero de 2012

Huertas-Malasaña



Al volver a casa veo la pared de cemento en la puerta del Hotel Madrid. Otra evidencia más: hay cierto pesimismo en el aire. Todos hablan de lo mismo a mi alrededor y tengo la sensación de que una realidad plomiza se ha apoderado del cielo de este país. Es como si el apocalipsis que anunciaran los mayas estuviera preparando su llegada. No sé desde cuándo, no sé qué, pero hay algo raro en el ambiente. La ciudad ha dejado de brillar como lo hizo en primavera, como seguía deslumbrando en verano, como iluminaba, suave y nostálgica, el otoño que se fue sin darnos cuenta.

Hace unas horas un polvo de harina llenaba un escenario. Una voz y otra y otra más. Los acordes de una guitarra, las frases antiguas de un libro de la tierra. Un orgullo ajeno me hincha el pecho y me remueve. Me conmuevo cuando voy y veo, cuando descubro que a veces las cosas ocurren: el esfuerzo merece la pena, lo ambiguo se vuelve concreto. Y sin más (sin menos) se cumplen. Se logra. Funciona. Y entonces quiero creer, quiero escapar de ese pesimismo del ambiente, de la resignación de este guión mal escrito.

Después abandonamos el teatro y olvidamos las promesas. Nos bebemos una caña, nos comemos una tosta, abandonamos el barrio de las letras. El cemento del Hotel Madrid me devuelve a la realidad. Hay algo extraño en esa calle que siempre me hace recordar a hombres que me hicieron vibrar. Miro la luna que ya no es la sonrisa traviesa de Oporto y cruzo Sol. En Callao los operarios bajan las luces de Navidad de los grandes almacenes. Ha debido terminar y yo sin enterarme.

Me ha picado un mosquito en el escote en pleno enero y me pregunto cómo es posible (el mosquito y el escote), atravesando la Gran Vía, oscura y denostada. Pero hay cosas que no se explican. De repente tengo miedo, de repente no. Es una certeza que me recorre por dentro y no me importa esperar. Sé que es y que será, no tengo prisa. Pero esa misma certeza me tambalea entre tal vez. Porque tal vez no sea certeza sino deseo. No sea real, sino ilusión. Y no sirva de nada esperar. Se desvanecerá como los sueños al llegar el día.

Hace tiempo que no hay nadie en la pista de hielo de la plaza de la Luna.
Tampoco en mi cama.
Duermo.

lunes, 2 de enero de 2012

último día




El último mediodía de este 2011 lo paso mirando desde una cristalera el océano. He metido mis pies desnudos en sus olas espumosas y el frío me ha cortado la respiración. Luego he dejado que la arena se me pegue a la piel, se me cuele entre los dedos y viaje así, camuflada entre mis uñas, al otro lado de la frontera.

Luego hemos conducido durante horas, se nos ha hecho de noche. Hemos hecho nuestro particular ranking de 2011: nuestros mejores momentos, nuestras mejores fiestas, nuestros mejores libros, nuestros mejores viajes. Al otro lado de la ventana iban pasando kilómetros. Veloces, como el tiempo.

De repente, tengo una sensación de pérdida que no entenderé hasta mucho más tarde y un cansancio en forma de tos que se me agarra al pecho, como la nostalgia los días de frío. Aún así me siento feliz de estar de vuelta.

Brindamos con champán pero sin alegría, tal vez porque hemos convertido la nochevieja en algo tan cotidiano que nos alegramos más las tardes que nos reunimos sin darnos cuenta al calor de la chimenena, cuando afuera cae el frío sobre las higueras. Tal vez esa emoción que me embargaba cuando era una niña y todos gritábamos al terminar las campanadas no podrá volver nunca. Será otra cosa.

Nos abrazamos y nos besamos y yo quisiera creer en todos los buenos propósitos. Tal vez sea un feliz 2012, tal vez no. Tal vez no sea ni una cosa ni la otra. Tal vez sea vida ni más ni menos. Vida en su totalidad. Feliz y triste, plena y vacía, grande y pequeña, mísera y maravillosa. Y no será peor ni mejor. Será. 
Simplemente.

Un año lleno de vida.
Para todos.


Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas