sábado, 29 de mayo de 2010

Suerte

Adrián tiene las manitas arrugadas y las uñas perfectas y largas. Duerme y nosotras lo miramos embelesadas. Somos cinco mujeres sin idea de casi nada, que le miramos con ternura, miedo y sorpresa. Qué tendrá dentro, nos preguntamos mientras el pequeño Adrián agita las manos en pleno sueño, como asustado ante una pesadilla que le lleva de vuelta al útero oscuro y cálido donde surgió la vida.

Luego alborotamos, hacemos planes, sonreímos a la cámara que dispara automáticamente apoyada en la repisa. Mira a esas cuatro mujeres, le murmuro suavemente a su minúscula oreja. ¿No son perfectas?

Él vuelve a agitar espasmódicamente sus manos, abre los ojos, me mira sin ver, vuelve al sueño.
Hemos tenido suerte, Adrián.
Mucha suerte.


miércoles, 19 de mayo de 2010

Tengo tantas ganas de escribir...
las flores en mi balcón
la primavera que me eriza la piel
los adolescentes que se besan en los parque
esa sensación de que todo está bien, por fin,
la gente que me falta
la que me araña
la sombra de septiembre.

tengo tantas ganas de escribir...
...y tan poco tiempo.

domingo, 9 de mayo de 2010

Seguro



Ana me preguntó una vez sorprendida si no era feliz. Para ella la vida era algo mucho más sencillo, más real y más palpable que mis devaneos adolescentes. Pero no había un abismo entre nosotras, solo una mirada distinta que nos acercaba y nos completaba.

Ana me preguntó un día si no era feliz, incapaz en su corazón grande de entender la infelicidad de las personas cercanas. Ese día, sin que ninguna lo supiéramos, firmamos un contrato de amistad eterna. Tenía razón, lo teníamos todo, aunque con eso no bastara.

Pero la vida da vueltas. La vida es perra a pesar de las cosas maravillosas, de las risas y los viajes, de las cadenas interminables de e-mails, de las canciones desafinadas y los conciertos, de las confesiones y los anhelos, de los proyectos y los sueños. La vida ladrona y compleja.

A Ana hoy le falta algo. (Le falta alguien)
Pero aunque ya no lo tengamos todo, seguro que basta.
Pasará. Volverá.
La felicidad.

Seguro.

domingo, 2 de mayo de 2010

Papá



Papá siempre hablaba de Tánger. Podía tirarse horas recordando su zoco, la plaza, los olores intensos que impregnaban todo y el cuscús con carne que hacía cada domingo la señá Mari en el hostal donde malvivió los primeros años. Fue tan feliz allí que se habría quedado en Tánger si el abuelo no le hubiera amenazado con dejarle fuera de la herencia si no volvía. Se habría quedado sin duda, y entonces su historia habría sido otra y la mía, la mía simplemente no habría sido.

Papá decía que nunca fue más feliz en su vida que allí, yendo y viniendo con el taxi mugriento que compartía con Hassan, pero yo sé, aunque nunca quise indagar en ello, que era por una mujer de ojos oscuros por la que papá no habría vuelto. Una mujer, ¿no es ese acaso siempre el motivo?

Al final mi abuelo se puso pesado y papá se fue de Tánger. Nunca volvió a pisar esta tierra y eso que el destino le puso el regreso en bandeja cuando me casé con María, que ya era casualidad que María fuera precisamente de Algeciras. Al viejo siempre le gustó venir a visitarnos, sobre todo cuando murió mamá. Pasaba mucho tiempo con nosotros, aunque no molestaba: la casa era grande y papá tan independiente y discreto como lo había sido toda su vida. A papá le gustaba bajar al puerto y mirar el mar. Al fondo, a apenas 14 kilómetros, estaba África, estaba Tánger y todos los recuerdos guardados de papá.

Una vez le dimos una sorpresa y compramos los billetes para cruzar en ferry. Pensamos que le haría ilusión volver, contarnos, in situ, todas sus batallitas. pero el viejo se negó rotundamente y hasta se enfadó cuando le insistimos. Venga Papá, déjate de tonterías, que ya tenemos los pasajes. No hubo nada que hacer. Papá no vino aunque nosotros sí. Él se quedó en el puerto despidiéndonos con la mano, contemplando a lo lejos esos 14 kilómetros de mar que volvían Tánger un lugar exótico y lejano, perdido en su mente, anclado en un tiempo en blanco y negro, cuando las arrugas no surcaban su cara, ni la nostalgia teñía sus recuerdos. Tampoco quiso ver fotos, mís fotos son mías y están aqui, decía señalando su cabeza. No necesito más.

Papá murió mirando el mar una tarde de agosto y yo le hice una promesa.
Que volvería.


Y es por eso que estoy en este barco.
¿cuáles son tus razones?

Foto de David Ruiz.
Taller Bremen 21/04/2010

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas