lunes, 23 de febrero de 2009

Viaje a las ciudades amarillas:retraso


Con retraso quiero contar cosas que parece que sucedieron hace mil años. Una llegada a una ciudad repleta de mujeres invisibles, fantasmas negros sin ojos ni manos, té dulce en cada esquina, carteles en idiomas imposibles, taxistas que chapurrean ingles y que nos cuentan, colchones duros, ruinas y mezquitas. Con retraso quiero contar una ciudad que me acogió con lluvia y luego me descubrió un patio maravilloso donde comer manjares repletos de especias. También podría hablar del millonetis kuwaitíes y su tropa de amiguetes que cazaban con halcones en el desierto. Era tan guapo que habríamos formado parte de su harem si nos lo hubiera pedido. Podría hablar de Fran y sus ciudades amarillas, de cómo se defiende en árabe y como su casa, sea en la esquina del mundo que sea, sigue siendo su casa, llena de papeles, revistas, libros, llena de ropa tirada y de post it con cosas escritas en la pared.
Podría hablar de Siria pero lo haría con retraso. Estamos en Petra y una ciudad excavada en la roca nos espera. Será esta noche y no importará el frío.

Y aunque esté oscuro todo será amarillo...

lunes, 16 de febrero de 2009

Viaje a las ciudades amarillas: Las maletas


No tengo alma de viaje y sin embargo las maletas sin hacer esperan en mi habitación junto a un billete y una guía. Podría ser verano pero es febrero y en mí se crea una extraña confusión. Mi cuerpo desorientado piensa en ciudades amarillas y en abrazos con barbilla clavada en la espalda. En reencuentros sin lugares comunes. En un sitio del que solo conozco el color amarillo de su nombre y las difusas referencias de una conversación en Malasaña.

No tengo alma de viaje y sin embargo, en algunas horas, la aventura. Hago las maletas. Guardo nombres y recuerdos, regalos futuros y Marías pasadas, y zapatos fuertes por si acaso. Pienso en la tarde inquieta de mediados de junio en que las ciudades amarillas se cruzaron en mi destino, se convirtieron en (EL) destino de unas vacaciones sin fecha concreta y el recuerdo me lleva de la mano a un Berlín lluvioso repleto de cervezas y despedidas. Y más maletas. Siempre maletas.

No tengo alma de viaje ni de batallas. Pero quiero subirme a ese avión y dejar que Madrid se vaya alejando, que se pare el tiempo mientras todo en la gran ciudad continúa. Impregnarme de amarillo y a la vuelta, dejar que las maletas den cuenta de todo lo vivido.

miércoles, 11 de febrero de 2009

finales


El escritor abandonado estaba a punto de terminar su última novela. Habían pasado muchas cosas desde que la comenzara una tarde oscura de octubre en que decidió que ya no más. Ella se había marchado cuando el verano empezaba a flaquear, cuando ya no hacía calor en la cama y daba gusto sentir por las mañanas la brisa fresca entrando por la ventana abierta. Se marchó y el escritor abandonado enloqueció de dolor. Estuvo 11 días bebiendo sin parar, arrastrando su pena en forma de risa etílica por todos los bares de la ciudad. Cuando se había bebido toda la ginebra de Madrid comenzó a frecuentar prostíbulos. Fueron 13 días de orgasmos pagados y caricias que no curaban pero que le permitían conciliar el sueño. Cuando habían pasado 25 días exactos desde que ella se marchara, como 25 años tenían sus muslos de caramelo y su mirada de gata, el escritor abandonado encendió su ordenador y empezó a trabajar sin descanso. Acumulados polvos y borracheras pudo recluirse en su casa sin necesidad de nada más que dos paquetes diarios de Fortuna.
Así pasaron los párrafos y los cigarros y llegó el capítulo final. El escritor abandonado, con las ideas más o menos claras en la cabeza, enchufó el ordenador, abrió la carpeta y sin previo aviso, sin elegirlo, sin saber muy bien por qué el icono del correo se iluminó.
Un mensaje nuevo.
Ella.
Ella que no decía nada pero que estaba ahí, recordando, hurgando en la herida, dándole un giro a la trama de su vida para la que él ya había escrito un final una tarde oscura de octubre en que decidió que ya no más. Apagó el ordenador con rabia y salió a la calle en busca de un trago de ginebra. En busca de un nuevo final, del olvido, del delirio y de otros brazos.
En busca de otra novela incompleta.

viernes, 6 de febrero de 2009

sola

Siempre que voy me pasa. Rodeada de embarazadas en esa sala de espera pija y horriblemente calurosa en pleno barrio de Salamanca. No puedo evitar llevarme la mano al vientre como si yo también ocultara dentro un secreto, una vida, un futuro. Pero dentro no hay nada, o al menos nada que vaya a cambiar mi vida de la noche a la mañana. Tampoco a mi lado hay nadie cogiéndome de la mano, acariciando la incipiente barriguita. Tampoco es algo que me importe últimamente.

Pero siempre que voy me pasa. Siempre siento los ojos curiosos de esas embarazadas felices sobre mí y me empequeñezco, como si un libro no fuera suficiente compañía, como si los proyectos, los relatos no escritos, los viajes y todos los sueños no fueran suficientes. No pudieran competir con esos vientres fértiles en pleno proceso de crecimiento. No lo hacen, no me miran, pero a mí me da la sensación de que sí, de qué se preguntan qué hago ahí.
Sin barriga.
Sin acompañante (en caso de que haya barriga)

Yo me escondo de esas miradas inexistentes y me concentro en el libro mientras espero y me repito, como siempre que voy, que la próxima vez no lo haré sola.

Luego salgo a la calle y me meto en una librería.
Se me olvida todo.

martes, 3 de febrero de 2009

La tristeza

Si es domingo y llueve lo que esperas es la tristeza. Sentada en alguna silla roja del salón espantando fantasmas con la mano y comiendo a deshoras, lo que toca, sin duda, es la tristeza y lo sabes. Lo niegas pero no te creo. Sonríes. Estás muy guapa a pesar del cansancio y las ojeras, a pesar de la melena indomable y el pijama descolorido. Si no te conociera diría que se te escapa una felicidad pausada por las esquinas de tu boca y que caminas en equilibrio sorteando los obstáculos con elegancia.

Pero no me engañas. Eres tú y es domingo y llueve y sé que esperas la tristeza para que una vez que te alcance puedas salir a pasear conmigo bajo la lluvia, dejar que te resbale dentro, escupirme a la cara malos presagios y soñar historias de final incierto.

Sin embargo algo ha cambiado y ni tú ni yo sabemos qué es. Esperas la tristeza este domingo de lluvia pero no llega y maldices en alto. Contrariada. Extrañada. Inquieta. Luego me miras con resignación y te intuyo un vacío dentro. Pero no hay nada que hacer, te digo, tu invitado, esa tristeza de domingo, últimamente no hace más que darte plantón.

Y así, con la lluvia al otro lado de nuestro salón, nos entregamos al placer de la risa.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas