jueves, 27 de noviembre de 2008

Relato de luz


Necesito un relato de luz, me dijiste una tarde de lluvia con el alma oscura. Pero a mí solo se me ocurrían historias de amor con final trágico así que sin abrir la boca preparé un té y me senté a tu lado. Ninguna decía nada. Ninguna sabía qué decir. Pero nos acompañábamos sin más, mano a mano sobre la cama de tu cuarto.

Necesito un relato de luz, pensé una mañana de frío mientras salía por el portal de casa. Brillaba el sol y me dolían las manos bajo los guantes. Sígueme, dijiste leyéndome el pensamiento y acabamos en un puente sobre la Nacional II mirando pasar aviones.

Los relatos de luz no siempre tienen palabras, reflexionaste una noche frente a una cerveza en un bar lleno de humo. A veces simplemente se trata de ruido y bailamos hasta que cerraron.

A este desayuno de domingo le falta un relato de luz. Bajé a por el periódico mientras lo preparabas y acabamos mojándolo en el café con leche.

¿No se acaban nunca los relatos de luz?, te pregunté un otoño triste. Tú me cogiste la mano y la apretaste fuerte.

No, nunca.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Salir al frío


Dicen que llega una ola de frío polar y yo mientras tanto perdiendo pañuelos mexicanos con los que arroparme. No le echo la culpa al viento aunque se lo llevo él. Me da la sensación de que a pesar de la pérdida todo se trata de una estrategia del destino para indicarme el siguiente paso. Acepto el consejo y salgo a devorar la noche y me como una paella descongelada para desayunar.

Despierta el domingo con sol y con Charo colándose en mi cama. Salimos, cañeamos, respiramos este día soleado de noviembre y tarde, muy tarde, cocinamos que para eso es festivo y comemos queso y bebemos vino. Sandra se acurruca en el sofá de nuestro salón recién recolocado y maldice el invierno. Luego Frauke y yo nos tomamos un té caliente y yo me duermo a sus pies mientras pasa de largo otro domingo. Llega el lunes. Llueve.

En mi oficina, a punto de escapar, comienza a colarse la noche por la ventana. Yo sueño con mojar mis pies en alguna playa del Adriático. Cerrar los ojos y sentir el sol caliente de algún verano, pero tengo las manos frías así que recupero pronto mis coordenadas. Una ciudad amarilla tampoco estaría mal. Cuadro fechas, busco billetes, sigo soñando. Paty escribe un email desde La India y es extraño porque en casa aún se huele su presencia.

Repaso la tarde y las horas que me quedan hasta llegar a casa y me digo a mi misma que tengo que dejar de hacer tantas cosas. Pero no creo que me haga caso. Guardo un borrador de un email que tal vez no envíe nunca. Me lo pienso. Trato de sacudirme la pereza de los dedos y corregir otro guión más.

Pero ya es casi la hora de salir al frío. No merece la pena.

viernes, 21 de noviembre de 2008

De cómo nos marcó Heidi

Hubo un tiempo en que las cadenas privadas eran tan solo un experimento, había programación infantil en la televisión y yo medía menos de un metro y no era pelirroja (ni gafapasta). En aquellos tiempos legendarios había un programa en Telecinco que se llamaba "Super Guay". Estaba patrocinado por Nocilla y enlazaban uno detrás de otro dibujos animados nipones que iban más allá de la omnipresente Heidi. Todas las chicas eran cabezonas y tenían unos ojos enormes. Algunas jugaban al voleibol, otras hacían gimnasia rítmica y luego estaban los de Campeones, que se tiraban dos capítulos recorriendo un campo de fútbol kilómetrico. Lo ponían a las 8:30 y era una movida en casa porque coincidía con el telediario, que por aquel entonces empezaba a esa hora y duraba solo 30 minutos.

De aquellos años de animación nipona nos quedó en casa un balón de voley Mikasa que nos regalaron unos Reyes y una cierta manía mía a hablar en japonés inventado, especialmente con mi primo Miguel. Solíamos hacerlo en Navidades y a él le encantaba porque además de hablar en japonés inventado hacíamos artes marciales inventadas. Es lo que tiene ser niño, que todavía utilizas la imaginacion para divertirte de lo lindo sin pensar en lo que dirán los demás.

Pero pasado el tiempo las cadenas privadas se convirtieron en una plaga (y hasta aumentaron hace poco!!), los dibujos animados dejaron de estar destinados para los más pequeños y yo pasé del medio metro, me hice miope y me volví loca por el rojo. Además el balón de voley se debió de perder en alguna mudanza y a mí se me olvidaron las nociones de japonés inventado que durante tanto tiempo practiqué con mi primo.

Pero hace poco no sé por qué, y juro Anabel que el vino no tuvo nada que ver, recordé que moshi mo sihikae (frase mundialmente famosa por ser el principio de la canción de Heidi) significaba algo así como: deja que el japonés entre en tu vida.

Le dejé pasar, me eché unas canciones (sin artes marciales que una ya no está para estos trotes) y ahora el japonés me persigue. Esta es la última rareza con la que me he topado sin querer. Es France Gall cantando Poupee de Cire, Poupee de Son versión manga.

No se la pierdan
y buen fin de semana...

martes, 18 de noviembre de 2008

Llovía en Venecia


Llovía en Venecia y ningún turista se sentaba en las terrazas de la plaza San Marcos. Tú cruzabas corriendo con los pantalones arremangados hasta las rodillas cuando te encontraste conmigo. ¿Qué haces aquí? Hay que aprovechar a ver esta plaza invadida cuando la lluvia nos da una tregua. Y tenías razón, era genial caminar sin palomas, sin flashes de fotos, sin americanos de acento pastoso. Pero aún así yo sabía que aquello era una excusa, no lo nieges, me estabas buscando.

Yo ni siquiera sabía que habías vuelto pero ahí estabas, algo más delgado y más calvo pero con la misma boca de deseo que tanto me gustaba. Esa boca. Era mi perdición y tú lo sabías mientras comías los cacahuetes que nos habían puesto al pedir un Spritz. Cuánto he echado de menos esta bebida. Y yo esa boca, pero no dije nada. Hacía tiempo que me había propuesto callarme las cosas, cortar mis impulsos. Al menos contigo.

Los dos sabíamos que acabaríamos desnudos en alguna cama pero disimulábamos hablando de otras cosas. Te interesaste por la carpeta que llevaba y yo te mostré algunos de mis últimos dibujos. No te dije sin embargo que planeaba abandonar Venecia, que me había cansado de sus callejuelas estrechas, que ya no me inspiraban los canales, ni la noche veneciana, tan oscura y vacía. Quería volver a casa pero no lo había hecho antes porque temía que de hacerlo, nunca más volviéramos a vernos. Nos perdiéramos la pista.

Llovía en Venecia y la ciudad de agua parecía a punto de hundirse. Te habías quedado dormido y yo te observaba con mi carboncillo entre los dedos. Atrapado ahí, en aquellos trazos ansiosos, podría guardar toda tu poesía, nuestra tragicomedia, y llevarte siempre conmigo sin que me hicieras daño. O eso quería creer.

Cuando dejó de llover te acompañé a que cogieras el tren. No hablamos de volver a vernos pronto, ni de intentarlo de nuevo, solo nos despedimos sin dejar de mirarnos a los ojos, sin decir nada. Pero yo ya sabía.

No tendría valor suficiente para irme.
Estábamos perdidos.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

MEME (de los seis motivos de felicidad)

Lo tenía pendiente:
Contaros que Rafa había escurrido el bulto de los memes hacia mí y que yo me había hecho la sueca y no había encontrado todavía un ratito para pensar en qué pequeñas cosas me hacen feliz. Porque para quien no lo sepa los Memes son unos premios de la blogosfera en que el elegido debe pararse a reflexionar sobre las cosas que nos hacen sonreír y compartirlo con todos. Además de esto hay otra serie de normas que me voy a saltar (así es la "a rayas", se permite estas licencias) como designar nuevos ganadores y continuar con esta cadena hasta el infinito...

Total, que a los memes voy...

1.- Me gusta llegar un sábado por la tarde a mi casa y encontrarme mi salón lleno de amigos disfrazados de yo misma con una tarta de cumpleaños retrasados...

2.- Me gusta que un domingo de resaca nos arremolinemos en el sofá de Sandra (y en su abrazo) y guitarra en mano nos montemos un sarao de repente y porque sí. (Bueno, porque sí no, porque tiene un escenario plantado en el salón con un micrófono que me vuelve loca y me hace acabar cantando canciones en japonés...)

3.- Me gusta ir a comer a casa de mis padres los fines de semana y ver la cara de alegría que se les pone cuando llegamos. Preguntarles qué libros se están leyendo ahora y qué tal les va en el cole. Además seguro que mi madre ha preparado algo riquisimo (que luego me mete en un tupper y me lo puedo comer entre semana en esta triste oficina: doble felicidad).

4.- Me gusta abrir mi correo y encontrar noticias felices de gente que no está cerca. Me pone triste cuando lo leo, sí, pero luego a medida que voy dándole vueltas a las noticias que me llegan me siento contenta de tener cerca-lejos a gente tan maravillosa e inquieta.

5.- Me gusta cuando la calle está cuesta abajo y no hay gente y puedo pedalear rápido con la bicicleta (lo cual no sucede muy a menudo, debo decir). Cuando ocurre me gusta llenar mis pulmones de Madrid y olvidar la contaminación y el tráfico y el estrés. Cuando ocurre me gusta sentir como se me agarra a la piel esta ciudad.

6.- Me gusta caminar sin paraguas, sobre todo cuando me siento triste. Llegar mojada a casa y que Charo haya preparado una ensalada de canónigos y me deje contarle cómo me siento y planear ver una película que al final nunca vemos porque se nos hace tarde. Pero no nos importa.

y seguiría, porque la verdad me ha entrado la inspiración y se me ocurren miles de memes más (como los labios rojos o llevar sombreros), pero la norma es la norma y tan poco es plan de aburrir al personal...

Adjunto una foto sinónimo de felicidad, porque a mi, cuando me siento feliz, me encanta sonreir de una manera forzada y brutal hasta acabar con agujetas en la cara....


martes, 11 de noviembre de 2008

coordenadas


Tengo tres mandarinas sobre la mesa y un ventanal que no da a la calle. Una factura con el IRPF mal calculado y una agenda llena de tareas sin hacer. No se si hace sol o nubes y no me importa, porque mi ventana al mundo es este ordenador desde el que escribo, porque cuando salga, ya no habrá ni sol ni nubes, solo una oscuridad que lo absorberá todo.
Estas son mis coordenadas. Aquí estoy.

Mi ventana al mundo me trae noticias de otros rincones. Nuevas coordenadas, un piso viejo-nuevo que compartir en una ciudad de lluvia y Europa fácil. Una ciudad amarilla y llena de olores. Un hospital sin medios en el trópico donde comenzar una carrera brillante. Una maleta a medio hacer rumbo a una furgoneta, rumbo al sur. Más coordenadas.

No lo oigo pero lo intuyo y un pitido violento en mi móvil me lo recuerda. Sobrevolando mi cabeza, este Madrid contaminado, los aviones se desvían hacia Barajas, aterrizan. Otros despegan y los mismos que llegaron se fueron. Sin marcar coordenadas, de puntillas. Tan cerca, podría invitarte a tomar un café. O a comer mandarinas. Tan a punto de estar lejos, de fijar nuevas coordenadas, quien sabe en qué lugar impreciso del mapa.

Yo en mi oficina- las coordenadas claras- miro hacia la ventana que no da a la calle y pienso en el mismo cielo que no disfrutamos.

Pelo una de las mandarinas sobre mi mesa y sigo trabajando.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Fotografíar una estrella

Había estado lloviendo todo el día, pero por la noche se abrió el cielo. Había muchas estrellas y una luna estrecha, sonriente y amarilla. Una vez traté de fotografiar el cielo estrellado con mi cámara, pero no salió nada: tres puntos azules que poco se parecían a lo que veía con mis ojos. Y me mostraste la pantalla oscura donde en efecto, tres puntos azules eran una burla cruel a esa belleza que teníamos sobre nosotros, todas esas estrellas.

Aquellos eran los primeros días fríos del último verano. Tú te habías empeñado en llevarme a los campos de viñedos que había junto a tu casa y yo te seguí arrastrada, sin poder dejar de mirarte: cada rasgo, cada gesto, cada pequeña imperfección de tu cara.

Bebíamos vino blanco, respirábamos ese aire a mar cercano e invisible y hablabámos de futuros paralelos en los que no nos tocábamos. Yo te hablaba de Madrid y tú de viajes infinitos, de tierras exóticas, de estrellas lejanas.
No nos poníamos de acuerdo, pero sonreíamos complacientes.

Luego en la cama tú te quedaste dormido en seguida y yo no paré de dar vueltas bajo el edredón de flores. Me levanté a cerrar la ventana que se había quedado abierta y contemplé aquel cielo estrellado de finales de verano. Me habría gustado hacer una foto al cielo, materializarlo y dejarlo así, tal y como estaba, perfecto. Pero no se pueden fotografíar las estrellas y volví a la cama.

Ahí me esperabas con los ojos cerrados y el alma tranquila. Como una estrella en el cielo que no puede fotografiarse.


Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas