jueves, 23 de febrero de 2012

primavera



No sé si soy yo o está empezando a llegar la primavera a esta ciudad sin lluvia. No sé si lo inventé o vi flores incipientes en los árboles secos. Tal vez fueron alucinaciones, proyecciones nocturnas, sueños de piezas desfiguradas que solo encajan durante la noche. Pero ahí estaba, el sol de un marzo a la vuelta de la esquina, el brillo de un día con más horas, un montón de caminos en bicicleta.

Seré yo y no la ciudad, porque en la calle el frío encoge mis músculos a primera hora del día y los teléfonos móviles echan humo. Un ejército cifrado de signos ortográficos olvidados (corchetes, almohadillas, arrobas) toman la calle y la guerra. Llueven palos, solo eso, y así no hay quien construya una primavera, ni un país, ni un futuro. Pero así se hacen las cosas y ya nadie regala libros.

No sé si soy yo pero mi cuerpo en plena primavera se me rebela como durante las astenias de mayo y yo solo quiero meterme en la cama y revolver las sábanas y cerrar los ojos y soñar lo justo para despertar con una sonrisa en los labios un minuto antes de que el radiodespertador escupa sus noticias. Quiero dormir un rato más y olvidar el mundo y después de una ducha dejar el cuerpo hecho un burruño a los pies de mi cama y salir a recorrer esta ciudad sin lluvia (y sin cuerpo).

Me he comprado un billete una vez más y a Berlín aún no llega la primavera. Solo quiero emborracharme de cerveza y de amigos y pedalear con los ojos cerrados mientras un viento cuchillo de hielo me corta bajando la cuesta de Warschauer Str.

Solo quiero que allí salga el sol y aquí no deje de llover en quince días. Quizá así los días grises puedan llenar los titulares de primaveras que hoy ocupan otros grises que nos vendieron azules. Quizá el cielo gris nos invite a perdernos en una cama, a recorrer esquinas, a enlazar una a una las estrellas de tu espalda hasta encontrar el dibujo secreto bajo tu piel.

Mientras, quizá así y solo así, afuera se vaya gestando una verdadera primavera. Una que solo nos pertenezca a nosotros. Que no se la apropien estafas globales, ni mercados sin nombre, ni uniformados sin placas.

Una primavera que, por una vez, en estos tiempos que corren, llene la ciudad de flores. 

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas