jueves, 31 de enero de 2008

el viento en la cara

No subía las cuestas, casi siempre la cadena daba tirones y a veces los pedales se escapaban de los pies. Una de las ruedas se me pinchó una vez y yo, que perdí la llave del candado, la dejé desinflada y aparcada frente a la casa de Fran durante un mes y me quedé sin compañera. Con lo que me gustaba cerrar los ojos cuando bajaba la cuesta de Warschauer Strasse y sentir el viento en la cara, recordándome con nostalgia lo maravilloso que era estar ahí, en ese momento. El viento frío, cortando, acariciando, helando mis manos y esa sensación de realidad, de estar viva, de que todo lo demás no importaba montada sobre esa bicicleta, con el viento en la cara y la ciudad a mis pies.

Era gris. Era vieja. Era complicada y gruñona y siempre le daba por fastidiar en los peores momentos. Era odiosa. Sin embargo no se por qué, yo me hice con ella y ella conmigo.
Prometí arreglarla si volvía. Pero no volví...

No volví y ahora mi bicicleta languidece aparcada frente al número 1 de Lubbener Strasse. Lo pienso y es entonces cuando me hieren las promesas incumplidas, las personas que deje abandonadas, los sueños en los que tiré la toalla.
Y me pongo triste.

Ahora en mi cuarto tengo otra bicicleta. Tampoco sube las cuestas pero es rosa monísima
y tiene timbre
y cesta
y luz
y también es vieja, pero está arreglada.
Esta sí.

Montada sobre ella Madrid parece menos monstruo y no me devora. No cierro los ojos (Madrid no es Berlín y aquí más que cerrarlos hay que abrirlos mucho no vaya a ser que tengamos un disgusto) pero hoy bajando por la calle del Olivo a mil kilómetros por hora volvió el viento frío en la cara y esa sensación del aquí y del ahora, del instante de felicidad que dura nada pero llena todo. Se me abrieron los pulmones (para respirar el aire contaminado de este Madrid sin lluvia) y las comisuras de la boca.

Con el viento en la cara, pensé, siento, las nostalgias no me duelen...
y se acaba la bajada
y no importan las traiciones

sigo pedaleando...

martes, 29 de enero de 2008

nosotras(h)

Pasan los años pero no importa. Ahí seguimos. Compartiendo y desentrañando nuestros triunfos y nuestras derrotas, nuestros sueños y nuestros miedos. Defendiendo con fuerza, con furia, nuestras creencias. Cada una a su manera, cada una a su forma. Desnudándonos sin miedo a escuchar voces discrepantes. Sin caretas. Para qué.

A veces somos dos, a veces tres. A veces más. Este fin de semana fuimos seis. Dejamos que la tecnología se colara en nuestro fin de semana y acabamos jugando a la wii...qué aberración. Pero lo arreglamos pronto. Hablando de tintes de pelo. De casas propias o ajenas, presentes o futuras. De definir el amor a través de un papel. O no. De quedar mucho tiempo después en el mismo sitio, con los churumbeles alborotando en torno nuestro.

Y reimos. Mucho. Y recordamos porque somos lo que somos aunque pase el tiempo.
Porque somos lo que somos.
Por eso no pasa el tiempo.

Y ahí seguimos.

Maki, Carol, Cris, Royo y Rosita
(una parte de nosotrash)

jueves, 24 de enero de 2008

La chica que mira por la ventana


Me intriga esa figura en el balcón.
Tan blanca.
Tan bella.
Tan perfecta.
Es preciosa y yo no me canso de observarla cada vez que voy o vengo de la estación de cercanías. Mira por la ventana, busca entre la gente y yo me la imagino esperando a alguien o algo que nunca llega, con la mano en el pecho (me reconozco en este gesto) con la mirada inquieta, con la fe intacta pero la sonrisa triste.

Y a sus pies la ciudad. Los ejecutivos pasando. Los militares guardando la puerta de los tribunales. Los coches pitando, contaminando, molestando. María comprando el periódico y bajando la cuesta de la calle Prim. La velocidad, el estrés
y ella.
El equilibrio.
(También la tristeza)

La chica que mira por la ventana me recuerda a mí en los días malos, los de la sonrisa pintada. Observando la vida al otro lado del cristal. Esperando sin decidirse a hacer nada. Con la angustia en el pecho (acariciándola con los dedos), con la fragilidad surgiendo en cada poro de su piel de mármol. Bella pero inaccesible. Pequeña. Pequeña. Pequeña.

Cada día la miro y me admiro. Ella no dice nada, no me ve. Sigue esperando. Y yo, con mi sonrisa roja, la de los días buenos, tengo ganas de invitarla a bajar a comerse el mundo.

Deja de esperar. Hay vida al otro lado del balcón.
Ella no me escucha y sigue mirando por la ventana.
Como yo en los días malos.

martes, 22 de enero de 2008

El mundo a oscuras

"Mientras nuestros civiles se vayan a dormir con miedo, se levanten con miedo y con miedo manden a sus hijos a la escuela, no será cómoda la vida de los palestinos en Gaza, y si no tienen gasolina, por mí que anden a pie". (Ehud Olmert)

Alucina vecina. Bonita manera de empezar el día. Inundándose de las noticias negras de este planeta negro. Abro el periódico y ahí estamos otra vez (es que acaso nos fuimos alguna vez de allí?) en Gaza, donde el fuel no llega y se acaba la electricidad y todo se queda a oscuras. Donde los hospitales ven como poco a poco se apagan los generadores que mantienen con vida a muchos enfermos. Donde las organizaciones humanitarias no tienen gasolina para llevar alimentos. Donde hay una guerra no declarada desde hace tanto tiempo que todos olvidamos los motivos.

Sin entender razones, sin escoger a buenos ni malos, algo se me apaga dentro.
La conclusión... no importa quien lo sufra ni como lo sufra mientras no sea de los nuestros.
(Porque allí, en la tierra prometida, se lleva eso del ojo por ojo, se alzan muros que recalquen más y más las diferencias y se oscurece el mundo)

Y yo mientras en este vagón de cercanías rebosante de electricidad, con mis zapatos rojos de charol y el sabor del café recién hecho aún en el paladar... Dándole vueltas a lo absurda que es la vida. Cómo es posible, pienso, en este mundo a oscuras, sin embargo, gente como tú
y tú
y tú
(y yo también, qué coño)

que lo iluminan todo...

¿Alguien me lo explica?


jueves, 17 de enero de 2008

Colchones...

En los últimos años los colchones han marcado de alguna manera mi existencia. En México los colchones de la casa se reproducían y lo abarcaban todo. Era mi único mueble en la habitación, eran los sofás en el salón, la tumbona en el jardín. Eran grandes y yo pequeña y con el calor, recorría todas sus esquinas, me envolvía en la sábana como un gusano de seda y dejaba que el sol entrara por mi ventana sin persianas.

De vuelta a Madrid, el colchón de San Telmo, en la casa de Raquel, se hundía y yo, de nostalgia por el paraiso perdido al otro lado del Atlántico, me hundía con él. Raquel a mi lado sólo me abrazaba y dejaba que suspirara sobre aquella cama doble de colchones individuales y pequeños.

Luego llegó Berlín. El colchón de Fran era cama, era sofá, era cine. Tumbado sobre él dejaba que el sol de Görtlitzer Park me diera en la cara un sábado de resaca mientras escuchaba a Fran golpear con fuerza las teclas de su ordenador. Pero el colchón de Fran no era de Fran, por eso nos quedamos con el de Kyriaki cuando se marchó y tuvimos que ir a buscarlo hasta Friedrichshaim. Tuvimos que volver andando, cargandolo (bueno...lo cierto es que el que lo cargaba era Fran, yo sólo daba apoyo moral) y cruzar el puente de Warschauer Strasse, bajarlo, llegar a Kreuzberg, subir hasta el quinto piso sin ascensor...

Ayer, en pleno ataque de Berlinitis aguda, volvía a casa por la calle Fuencarral a la 1 de la mañana cuando me crucé con dos chicos que cargaban un colchón de matrimonio sobre sus cabezas. Como nosotros. Los colchones, pensé, siguen marcando de alguna manera mi existencia.

También pensé que todas las ciudades- todos los colchones en los que las habitas- son diferentes caras de la misma...

Pero esta reflexión, si os parece, la dejamos ya para otro día.

martes, 15 de enero de 2008

Morir de FELICIDAD

Parece que por el momento se acabaron las visitas. Durante un mes México, mi pelo largo, la guitarra y los 23 han vuelto a mi vida. Han invadido Madrid de recuerdos, nostalgias y risas. Muchas. Tantas, que ahora los silencios me parecen ensordecedores.

Primero fue Philippa y volvieron las conversaciones sombre hombres imposibles.
Luego Pepín, que trajo la música, el acento y el recuerdo de aquellos que quedaron al otro lado del charco.
Por último Jean y Joaquín.

Con ellos dos nos hemos escapado de la rutina este fin de semana de mil días, mil horas y mil risas. Pero el domingo, ya de noche, cuando Jean se despedía en el aeropuerto y Joaquín, con su sempiterna camisa a cuadros, marchaba rumbo a Villalba, el Multipla se quedaba vacío y nosotras calladas. Pensando en las personas que te hacen feliz, en los caramelos que sólo pueden saborearse de vez en cuando. En los amigos que llenan fotos, que sonríen a la cámara y se quedan así. Eternamente jóvenes. Eternamente bellos. Eternos.
(en fotos que se harán viejas)

Pero como siempre me ocurre cuando un momento dulce llega a su fin, la boca que se empachó de carcajadas se llena de pronto de un regustillo amargo. Y lo que me queda es la sensación de que acabo de archivar un recuerdo feliz, de que acabo de hacerme más vieja.

Pero luego vuelvo a mirar las fotos, las sonrisas y pienso que si ser feliz nos hace viejos, quiero envejecer muy rápido...

...y morir de felicidad.

viernes, 11 de enero de 2008

El guiño


Aunque son parte de nosotros desde que nacemos hay dos cosas que nos negamos a aceptar y a entender. La primera es el paso del tiempo. La segunda es la muerte. En estos días me rondan esos dos aspectos intrínsecos de la vida.

De pronto ha pasado un año desde la muerte.
Un año.
La muerte.

Intento digerir el significado de esos dos vocablos- tiempo y muerte- y me entra un escalofrío extraño y no lo digiero...
...y lo recuerdo. Con su eterno ducados en la boca. Sus ojos pequeños y chispeantes. Su media sonrisa, sonrisa entera. Su voz. Cascada. Jocosa. Jovial. Lo recuerdo y me parece increible que haya pasado un año. Como definirlo. Pedro traía siempre el pan a casa y ese olor a tabaco que te decía que había estado rondando por la cocina, por el salón, que estaba haciendo algo en el jardín de casa. Esas eran sus marcas. El pan, el cenicero. Siempre pedía un beso. Siempre ofrecía un abrazo. Pedro me recuerda a mi padre, que también se llama Pedro y con el que reía siempre. También me recuerda a la mirada de vacío que se le quedó aquella noche horrible de enero, hace un año, cuando me abrazaba con fuerza. Al vacío que quedó después.

Pero el tiempo, ese otro misterio, pasa. Llena los vacíos y nos permite recomponernos. Nos deja el recuerdo. Las buenas cosas. Los guiños. Esther me ha pasado esta foto. Así quiero recordarle. Así le recuerdo. Aunque pase el tiempo.

Y yo también le guiño el ojo...

miércoles, 9 de enero de 2008

(re)pensando

Hace poco coincidía con un periodista argentino en el tren, que me contaba como la vida había dado un giro de 180 grados el día que se devaluó el peso. Como de pronto, el dinero dejó de valer nada y como para colmo acabaron bajándole un 20% el sueldo. Los sueños se esfumaron y apareció el fantasma de la irrealidad absurda a la que nos llevan gobernantes corruptos que no conocen nuestros rostros, ni la risa de las personas a las que más queremos. Así que para este compañero argentino, el futuro, sin saber muy bien por qué, se esfumó de la noche a la mañana. Agarró sus bartulos, se vino para España y ahora de vuelta al paro tras un año con un trabajo más o menos "periodístico" se dedica a dar clases de tenis mientras espera que salga algo. En Argentina, probablemente en toda Latinoamerica, me decía, no se pueden hacer planes.

Me baje del tren cargada de nostalgia y con Latinoamérica doliéndome en algún lugar impreciso del corazón, donde acostumbra. Pensando en el futuro impreciso. En los planes que no nos dejan cumplir, en las interrupciones brutales, en las vidas que asesinan otros. Pensando en lo absurdo e inevitable, en lo poco dueños que somos de nuestras vidas.

Pensando.
Repensando.
Sin encontrar explicación alguna...

viernes, 4 de enero de 2008

Las soledades...

Cada trabajo por terrible, insulso o aburrido que nos parezca nos enseña algo. En esta oficina desde la que me dedico a ojear la red, a soñar con el sol al otro lado de la ventana y a buscar billetes baratos de avion para vacaciones que no tendré nunca, (re)aprendo lo sólos que estamos todos, la necesidad que tenemos de hablar, de contar, de ser escuchados. Acabo de colgar a una desconocida que no buscaba consejo, ni soluciones, ni ayudas, sólo que alguien como yo, sin edad, sin rostro, sin pasado, le prestara un poco de mi tiempo. Ser escuchada. Mi marido murió hace cinco años. Estoy sola con mi hijo que tiró a la borda su vida por una mala decisión, una mala influencia. Sólo me tiene a mi en el mundo y yo tengo ya tantos años...

Y después de un rato de dramas humanos, de tristezas cotidianas y existencias vacías, cuelgo el teléfono pensando en las soledades, sintiéndome afortunada y por eso mismo culpable. (Culpable de no ser lo suficientemente feliz)

Vías de escape, comunicación. Eso lo buscamos todos. La red, el teléfono, este blog, las cañas. Comunicación.

Abro el correo del programa. Ahí está él otra vez. En el asunto pone Re:Concursar pero yo se bien que nada tendrá que ver con eso. Que me contará que pasó en el banco y si finalmente van a embargarle la casa, que despotricará contra los viejos amigos que no están cuando se necesitan. Yo contestaré dos frases de ánimo sin demasiada convicción y por un momento él se sentirá acompañado (aunque me temo, que igual de solo que siempre).

Suspiro en un viernes maravilloso de sol espléndido, viaje en coche con mi hermana y encuentro familiar. Suspiro...
Sus soledades me duelen y el mundo me parece, de repente, un sitio muy gris.

miércoles, 2 de enero de 2008

La Fernsehturm y 2milMadrid

Soy de las que nunca abandona la fiesta antes de tiempo porque siempre tiene la esperanza de que lo bueno está a punto de llegar. Por eso siempre cierro bares y veo amaneceres. Por eso me desconciertan los finales de año. Porque acaban siempre con la sensación de que lo bueno está a punto de llegar. Pero ya no ese año.

Empezamos 2008 sin sobresaltos, en una casa vacía que se me cae encima, tratando de retener la intensidad de un año de cambios que no cambiaron casi nada, de sueños cumplidos que nos supieron a poco, de esperanzas que trasladamos de estación en estación.

2007 es (fue) Berlín y una nueva María. La que se cortó los rizos el penúltimo día de 2006 en un intento por reorganizar su vida. La que el 2 de enero se compro un billete sin fecha de regreso. A la ciudad talismán. A la ciudad del muro.

Berlín no pasó del verano, pero su sombra me acompaño hasta el final, como la sombra de la Torredelatelevisión, esbelta, escueta, deliciosa y perfecta, alcanza todos los rincones. La echo de menos.

Respiro Madrid y me voy curando de la enfermedad Berlín, como ella me curó a su vez de México. Una espina saca a otra. Y Madrid me sonríe y aunque, sin éxito, busco la
Torredelatelevisión entre los coches de la Gran Vía, me siento feliz. Encantada de habernos conocido. Madrid y yo. Viejos amigos que se han dado cuenta de que es hora de vivir un romance.

Empieza 2milMadrid. Adios 2milBerlin. Volveremos pero no seremos los mismos.

La
Torredelatelevisión, en cambio, sí.

(por suerte)

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas