viernes, 31 de julio de 2009

ganas de matar


Cuando ella se marchó aquella mañana aciaga de principios de enero, él se quedó tumbado en su cama un día entero. No tuvo fuerzas para ir a trabajar, ni para inventar excusas. Permaneció acurrucado e inmóvil bajo el edredón de plumas, en aquella cama compartida, aquel barco sin rumbo que de repente era una balsa de náufragos a punto de encallar. Estuvo toda la mañana sintiendo su presencia, hablando con fantasmas, secándose las lágrimas con la manga de la chaqueta. Tratando de entender.

Al segundo día decidió poner en orden sus pensamientos, no pasar por alto los pequeños detalles, destruir para reconstruir a su manera y curarse así aquella herida abierta. Fue entonces cuando empezó a nacerle un rencor mezclado con melancolía: ella se había marchado sin cumplir ni una sola de todas sus promesas, se había marchado al fin.

Pero la conocía. Supo que volvería tarde o temprano y preparó la venganza.
Compró una caja de madera donde guardar los malos deseos, las posibles humillaciones, las ganas de matar. Y por fin, rebosante la caja, esperó.

Cuando llegó el momento cogió su caja de madera repleta de rencores y acudió al lugar indicado. Se sentó frente a ella en un café lleno de humo y cuando la tuvo ahí delante, dispuesta a encajar los golpes, se dio cuenta de que no podría hacerlo.

Porque sentado frente a ella en aquel café lleno de humo lo único en lo que podía pensar, era en rozar con sus dedos su barbilla puntiaguda, perderse en un beso.

Dejarse matar.

miércoles, 29 de julio de 2009

tan fácil














Si esos labios te buscan acabarán encontrándote.
No podrás escapar.
Te pillarán desprevenida una tarde de lluvia.
Te acorralarán contra un muro.
Del susto te entrará la risa.
Entonces dirás: tan fácil.

Y después, sólo silencio.

miércoles, 22 de julio de 2009

La minifalda, los toros y el amor global



Hoy, y sin que sirva de precedente, les hablaré de mi trabajo. No de mi oficina, ya saben, ese lugar enmoquetado y gris donde viven pingüinos y otras especies animales, sino de lo que hago aquí. Digamos que soy una experta en trivial, en banalidades, en datos curiosos que no sirven para mucho, pero que pueden hacerte quedar bien (o mal) en conversaciones intrascendentes. Se lo voy a demostrar:

Estamos en la barra de un bar tomando unas cañas. Hablamos del amor global, de esa fiebre que nos ha dado por querer a los que, como dicen David, están más allá de la M-50 (prohibido, prohibido). Una habla de un amigo de Veracruz que viene a ver a la novia de Pamplona. La otra cuenta del colega madrileño que se enamoró de una libanesa, de una griega o de cualquier mujer de escritura diferente. Otra explica que un amigo mexicano tuvo un hijo con una argentina que se marchó. Y entonces yo les digo...

Hoy me he enterado de que Manolo Escobar conoció a su mujer en un lugar de playa donde tocaba. Ella, alemana de Colonia, veraneaba en la costa catalana. Él, de Almería, emigrado a Barcelona se debió quedar prendado de su rostro germano, de su hablar extraño o de vete a saber tú qué, que el amor es así de extraño. Ninguno de ellos hablaba el idioma del otro y sin embargo siguieron adelante. Por aquel entonces las alemanas eran como las suecas, una panda de liberales y de golfas. Sin embargo a esta no le importó que su hombre le prohibiera ir a los toros en minifalda. Así que continuó el idilio. Acabaron casándose.

Corría el año 1959, ella se apellidaba Marx y la boda se ofició en francés y alemán.
Un amor global como dios manda, y eso que de la globalización aún nadie sabía nada.
Pero es que esto del amor global viene de antiguo.
Que se lo digán si no a Hernán Cortés y a la Malinche.

Sigo así dos cañas más. Nadie dice nada. Ya saben...

viernes, 17 de julio de 2009

Otra

A Gema...



Así que el amor era esto. Un juego sin normas donde compartíamos una baraja sin comodines. No se trataba de ganar y sin embargo hemos perdido. Tú te descartas de todo y a mí no me sirve nada de lo que tiras en el tapete. Juegas con otra baraja, juegas a otro juego y yo estoy fuera. Me voy.

Desobedezco una y otra vez a las lágrimas y me cuelo en una fiesta y descubro entonces cuánto tiempo hace que no me bebo los jueves, que no me arrastro por las esquinas del viernes, que no visito camas y bocas y cuerpos.

Salgo después a una gran terraza, veo cómo se apaga Madrid, cómo se vuelve otra ciudad. Ahora es el viento quien levanta mi vestido y es otro el que mira por debajo, el que busca por debajo. Pido un hielo y dejo que la Gran Vída me haga cosquillas en los pies. Nada tiene sentido pero no importa, hace tiempo que dejamos de buscarlo. Hace tiempo que dejamos de intentarlo. Pero no pienso ponerme triste.

Me dejo arrastrar porque después de la noche llega el día y mi cuerpo cansado no te busca. Sonríe. La ciudad, que hoy parece otra, es de pronto un lugar maravilloso y mi cuerpo es mío, y mi vida es mía y la libertad estira mis comisuras y camino como si el mundo también fuera sólo mío. La gente me mira, despeinada, feliz. No he dormido les susurro. No he dormido sola. Y todos giran la cabeza.

Sale música de las alcantarillas, de las paredes de metro, de mi reproductor de música encajado en las orejas.
No es la ciudad la que es otra.
Soy yo.

miércoles, 15 de julio de 2009

El café Gaudí



Te espero en el Café Gaudí. Rakija, dejamos las maletas y luego fiesta. Ganas de verte.
Y cuando baja del avión y lee el mensaje piensa en el tiempo que hace desde la última vez que pisó Belgrado, en si esos casi 5 años habrán servido para mejorar las cosas. Luego piensa en ella, para un taxi y le indica como puede al conductor la manera de llegar hasta el café. Hace calor en Belgrado pero todo sigue pareciéndole bastante gris. Luego aparece el Danubio frente a sus ojos, y se da cuenta de que difícilmente podrá sacudirse de dentro esa región sin fortuna del mundo.

A medida que se internan por las calles del centro se olvida de la ciudad y se concentra en ella. ¿Cómo estará?

Se habían conocido en Pristina una primavera extraña. La ciudad dormitaba después de los últimos enfrentamientos de 2004. Hacían falta dos o tres vasos de Rakija para que la gente confiará en ti, te hablara de sus miserias, de sus espranzas. Había tanto por hacer y tanta incomprensión. Ella formaba parte de un programa de voluntariado que trabajaba con niños y él estaba como parte de un plan empresarial de recuperación de redes eléctricas. La conexión fue inmediata.

Se veían por las tardes y se tiraban horas hablando sobre la situación del país, el nacionalismo serbio, el nacionalismo kosovar, lo que debía o no debía hacerse en La Haya con Milosevic. Luego salían a algún pub y bailaban canciones balcánicas. Al final del verano, antes de volver, decidieron viajar por la zona. Conocieron las islas croatas, se enamoraron de la nostalgia de Sarajevo y les apasionó la complejidad de Belgrado. Una noche salieron a la Akademia, el local que había sido uno de los más punteros de Europa durante los ochenta y que como casi todo, guardaba un aire decadente y triste que conmovía. Entre cerveza y cerveza él la susurró cuánto la quería y ella le abrazó pero no dijo nada y siguieron bailando hasta el amanecer.

Ahora van a volver a verse y es extraño. Paga al taxista y carga la mochila. Ella está sentada al fondo del bar, con el pelo más corto y la mirada más alegre. Se abrazan en el Café Gaudí, se ponen al día de sus vidas, se escapan de fiesta y acaban bailando canciones balcánicas hasta el amanecer. Los cinco días pasan volando. En el aeropuerto, justo antes de la despedida, él sabe que no hará falta susurrarla cuánto la quiere.
Los dos lo saben.
Siempre se querrán en Belgrado.

martes, 14 de julio de 2009

La chica de Varsovia



Cuando nos conocimos tú aún no tenías 18. Cargabas una mochila, llevabas trenzas, tenías la boca grande y sonriente, los ojos claros. Querías pasar el verano en París. Querías entrar en la escuela de teatro de Varsovia el otoño siguiente y perfeccionar tu francés. Luego no te aceptaron en la escuela y empezaste filología en la universidad y comenzaste a escribirme emails en español. Casi no cometías fallos.

Luego yo también me fui a vivir al Este y tan cerca la una de la otra cogí un tren con literas, compartí cigarro y ronquidos con un iraquí repatriado y escribí el principio de un relato que nunca terminé. Era junio y hacía calor, acababan de romperme el corazón y yo atravesaba en la noche una frontera ya sin sellos, una Polonia suave y veraniega. Tú me contaste que te habías enamorado del novio de tu mejor amiga, que había sido un año duro porque al final él también se había enamorado de ti, y tu amiga te había dejado de hablar y a veces te dolía la culpa. Pero eras feliz con aquel chico callado y tímido de origen lituano que apenas hablaba inglés.

Me enseñaste Varsovia en verano. Los pianos tocaban Chopin en los parques, los libros se columpiaban en librerías donde tomarse un café. Comíamos helado y chocolate y me hablabas del guetto, de aquella escultura de un muchacho con botas y casco que había salido a defender quien sabe qué. Me hablabas de la escuela de teatro en la que ya no entrarías y me dejaste dormir en un sofá destartalado en el trigésimo cuarto piso de un bloque de pisos con ascensor y moqueta.

Luego viniste a Madrid un verano que yo trabajaba de noche y te enseñé el desierto de la Puerta del Sol a principios de agosto. De vez en cuando aún me escribías emails. Después crucé el charco y te perdí la pista. Volví a vivir al Este, tan cerca. Pero no nos vimos.

Una tarde de verano estaba buscando las calles solitarias de una Venecia atestada de turistas cuando recibí un mensaje en el móvil. Te casabas, en septiembre, con aquel chico callado y tímido que te hacía feliz. Yo, de la mano de un extraño con acento italiano, acababa de fotografíar un gato acurrucado atento a una presa y tú me mandabas mensajes y firmabas invitaciones de boda.

Prometí enviarte un regalo, pero no lo hice. Luego cambiaste el apellido y el correo, aunque me dijiste que seguías viviendo en aquel trigésimo cuarto piso de un bloque de pisos con ascensor y moqueta. Hoy me has mandado una foto de una niña preciosa con la boca grande y sonriente, los ojos claros. Me cuentas que has terminado el segundo año de tu doctorado, preguntas qué es de mi.

Y a mí, ya ves que tontería, sólo me da por pensar en aquel gato acurrucado atento a una presa.

viernes, 10 de julio de 2009

Dance with somebody



Deja que todas tus preocupaciones se queden en casa. No lo pienses. Nos empeñamos en pensar las cosas pero pensar no soluciona nada. ¿No te parece?

Así que no lo pienses y ven conmigo. Nos ocultaremos de la realidad en un lugar oscuro con luces de colores moviéndose intermitentemente. Yo te miro y no estás y ahora sí estás y no estás otra vez. De repente todo tu movimiento es lento y espasmódico, eres un robot que no piensa, no fluye sangre por tu cuerpo, sólo la música que es electricidad y movimiento. Te atraparon otras vidas posibles, la de la música, la de las letras de las canciones, la de la persona diferente que eres cuando giras tu cuerpo y desplazas tus caderas de izquierda a derecha.

Ríete mientras bailas. Ríete y baila.
Ya lo pensarás mañana.

domingo, 5 de julio de 2009

Siempre nos quedará el Bremen

Y eso se lo dicen mirándose a los ojos dos amantes a punto de la partida. Siempre nos quedará el Bremen, nena, y se ajusta su sombrero de tipo duro cinematográfico, lo habíamos perdidos pero lo recuperamos ayer. Y es entonces, en ese momento en que ella con su mirada asustada de mujer indecisa siente que aquello se acaba, cuando recibe de sus manos un libro:
CAMAROTE 503.
16 HISTORIAS DESDE EL BREMEN.

En ese momento llega el general Renault y el tipo duro, que ve como se le escapa la mujer de la mirada asustada, suelta aquello de:
Se que te gusta el vino, la literatura y las mujeres. El sábado 11 en el Ladrón de Tinta a las 20h habrá un poco de todo. ¿Te apuntas?

y seguro que lo hace, cómo no...porque el sábado 11 los chicos del Bremen (entre los que me incluyo) presentamos criatura literaria, una criatura extraña, con 16 cabezas y 16 corazones y una cueva en común. Porque además los chicos del Bremen celebramos que la literatura es un juego y un encuentro y que el mejor relato escrito es habernos conocido.

Porque puede ser el principio de una gran amistad y no lo sabrás si no vienes...
Te espero.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas