miércoles, 27 de febrero de 2008

La misma hora

Se volvió loca. Así pasa a veces. Te mira, le miras y ya nada vuelve a ser como antes. Se te mete dentro, en tus noches, en tus días y no hay manera.
Así le paso a Ella. Le quiso. Despertaba por la mañana los primeros domingos y le observaba sin moverse, sin hacer nada que pudiera despertarlo y terminar con aquella visión perfecta: todas las líneas de su espalda. Le miraba y le miraba, sorprendida de sentir lo que sentía, de la suerte de esos dos cuerpos en esa cama de sábanas blancas, en esa habitación de paredes blancas y ventana azul. Le miraba y soñaba con las camas venideras, los futuros unidos en uno solo, la felicidad compartida a medias. El porvenir...

Hace poco me estremecí con la frase de una mujer que llamó a mi teléfono pidiendo ayuda. Una cosa son tus planes y otra lo que la vida hace con ellos. ¿y si soy yo? ¿y si mi futuro también se trunca? Miedo...

A Ella, como a la mujer que llamó a mi teléfono, la vida no le preguntó por sus planes y la dejó abandonada en la estación llevándose sus maletas repletas de felicidades. Y las líneas de su espalda dejaron de ser carreteras en las que perderse, perfectas y únicas. Se convirtieron en cadenas. Y la suerte de encontrarse se tornó desgracia. Y la ventana azul se cerró para siempre. Las paredes se volvieron negras. Se acabó el porvenir. Se esfumó como la polvora de la pistola que acabó con su vida. Se desgarró a pedazos, como hizo el cuchillo con su pulmón ennegrecido de tantas madrugadas despierta.

Y no era una sino cuatro. En diferentes horas de un mismo día. En diferentes horas que eran la misma. La hora de preguntarnos con horror que coño está pasando. En qué momento alguien tomó licencia para acabar con la belleza de las cosas amadas. Para hacernos tambalear. Todas nuestras creencias, todo el amor que hemos sentido, todas las espaldas que hemos mirado los primeros domingos.

Y la ira se torna tristeza.

lunes, 25 de febrero de 2008

Te vi...

Te ví...entre los charcos de Gran Vía. Tú con un chubasquero amarillo. Yo esperando para entrar en el cine. Saltabas como loca y a mí me hiciste enloquecer. Era un domingo gris pero tú lo iluminaste.

Y ella que lo lee el viernes en el EP3, no sabe si creerselo o no. No sabe si llamar o no. Tal vez sea un amigo haciendo la gracia. O no. Tal vez es el hombre de su vida. O un poema de Luis Montero. O una historia ficticia del blog de su compañera de piso. Tal vez sea verdad o tal vez sea mentira. Pero se mira en los charcos de Gran Vía y se dice, qué coño, voy a llamar, no pierdo nada. Porque el mensaje le encanta. Un domingo gris y tú lo iluminaste y al otro lado, quizá, alguien que la ilumine entera. Así que ella, que es valiente y dada a los excesos, marca el número en su móvil. Alguien responde al otro lado. Tiene una voz que huele a sal y a sur, que suena a guitarra desgarrada y a risa trasnochadora. No lo piensa. Quedamos. Sí. Dónde.

Plaza del Rey, otra tarde de lluvia. Ella se siente una heroína de cine mientras lo espera fumando junto a la estatua iluminada. Pasa un chico con un perro, pero no tiene ojos de sur, ni de sal, ni de guitarra o de risa. Todo podría salir mal, no es él, no viene, no llega bajo este cielo sin estrellas.

La heroína de cine se mira en los charcos, pelo mojado, rizos que se diluyen y ojos que esperan. Por una vez, se dice, elijo un final feliz, americano, apestoso y comercial. Pero feliz, por dios, que lo merezco.

Y en los charcos descubre una sombra y un escalofrío la recorre entera y ya no tiene dudas y ha llegado y la heroína sonríe,
feliz.
Como el final de la película.
Para Charo...en un lunes malo

miércoles, 20 de febrero de 2008

19 meses

No recuerdo por qué estábamos tan cansadas, ni por qué había televisión en casa de Laura Davi, pero tengo la imagen de nosotras cuatro tiradas en aquellas camas-sofás tan típicamente cordobesas viendo algo parecido a operación triunfo, versión México. Tan cansadas como para no reaccionar cuando un mensaje al celular nos avisó de que Fidel, ingresado, había delegado en su hermano. ¿Fidel? ¿Herrera Beltrán?

Tan sumidas en nuestro universo mexicano, en Córdoba no había más Fidel que nuestro gobernador, y ninguna noticia importante traspasaba esa frontera. Pero Fidel, ése que había delegado (momentáneamente), era Castro, era Cuba.

Agotábamos nuestros últimos días en el paraíso y nada más me importaba. Tal vez lo pensé durante un instante: tan cerca de Cuba... si se muere Fidel... y yo sin visitar La Habana... me va a dar algo. Pero eran los últimos días en el paraíso y yo sólo soñaba con exprimir los días, las horas, los minutos. Sólo soñaba con dejarme arrastrar de esa mano hasta el Parque, o tomarnos un licuado, o una chela en la Divina, o comer los tacos de Doña Rosa, o perdernos en la trova, besarnos bajo las palmeras y pasear por Córdoba, sabiendo que cada cosa era última y era única. Que no volvería nunca más.

Hoy Fidel aún no ha muerto y yo, lejos de Cuba, sigo sin haber visitado La Habana. Han pasado 19 meses, dicen los periódicos, fuera del paraíso y ya no me dejo arrastrar, ni bebo licuados, ni chelas, ni como tacos. Y Fidel, ahora, ya sólo hay uno, y teoricamente deja la política, y se abren nuevos tiempos, y quizá las cosas cambien. Y nadie sabe nada.

Y se acaba una época (algunos dicen que empezó a terminarse hace 19 meses).
Se acaba.
Y no sólo en Cuba.

domingo, 17 de febrero de 2008

los cuadros de la pared


Este viernes fui a una fiesta en casa de una amiga. Me sorprendió que en su habitación, entre zapatos, bolsos y libros, había fotos de besos. El beso de Klimt. El de Doisneau. Pensé en mi habitación y en los cuadros colgados en la pared. Yo tengo a Marcella, que busca. A Ameliè metida en su cama, ojeando el album del chico misterioso del que se ha enamorado.

Tengo al soldado que salta al otro lado del muro de Berlín. Que huye. Que escapa. Que va hacia otro lugar y me pregunto si tendrá algo que ver. Unos cuelgan besos (buscan besos) y yo cuelgo a ese soldado de Berlín Este que quiere salir corriendo y marcharse de ahi.

(y me pregunto si tendrá algo que ver)

jueves, 14 de febrero de 2008

un miércoles cualquiera

La disyuntiva era la siguiente: cortarme el pelo o irme de cañas por Lavapiés. Pero de mi oficina a casa no encontré ninguna peluquería así que bajo el pensamiento de "María, una puede cambiarse de pelo pero eso no cambia tu vida", acabé decidiéndome por las cañas en Lavapiés y ahí que me fui, bicicletilla y abrigo rojo, sudando la camiseta en otro de esos días en los que el ayuntamiento, en vez de recomendar no coger el coche por los índices de contaminación, llama a los transehuntes, que son los verdaderos causantes del cielo pastoso y gris de Madrid, a no hacer deporte al aire libre.

Asi que de cañas por Lavapiés, un miércoles cualquiera. Tres mujeres en el mejor momento de su vida, echando sapos y culebras por la boca y maldiciendo hombres y amores aparentemente felices. Hacemos planes que mañana es San Corte Inglés y mi barrio está lleno de parejas que pasean perros. Algo que nos relaje. Un Spa. Una cena alemana (que hace un año justo que me fui a vivir a Berlín, vamos a celebrarlo). Dar un paseo por el recién estrenado Caixaforum. Entrar en una tienda y probarnos un vestido de novia. Dios mío. Me siento en un capítulo de Sexo en Nueva York, pero sin glamour, sin Manolos y sin que se me vea el sujetador en el vestido de 2.000 dólares (que anda que hay que ser hortera).

¿Qué importa todo si nos reímos de la vida? Es un miércoles cualquiera y no me imagino un lugar ni una compañía mejor para disfrutar de nuestra soledad a tres bandas. Ni imagino un amor más perfecto que el que me une a las ciudades a las que me entrego en cuerpo y alma. A Berlín. A Córdoba, Veracruz. A Madrid. No hay amante mejor que ellas.

Abro el email esta mañana y encuentro una frase perfecta: la soledad es una alucinación María, nunca estarás sola en tu vida.

Claro que no. Nos amamos. Nos acompañamos.
En la noche oscura de este miércoles cualquiera.
En todas tus esquinas. En todas las mías.

domingo, 10 de febrero de 2008

El parque

El parque era de arena, tenía, recuerdo, un columpio extraño, que sólo he visto ahí, y tremendamente peligroso. Era circular, con un poste en medio, y además de girar (y marearte) corrias el riesgo de chocar con el poste si no estabas atento con los pies. Lo suyo era no montarse sola sino con más gente, para que equilibraran.
En el parque además había uno de esos aparatos en los que te subías y tenías que cruzar al otro lado colgada de los brazos. Era imposible, creo que en todos los años en los que fui nunca conseguí pasar al otro lado.

Este sábado volví al parque. Hacía años que no lo veía. Me llamo la atención que la Sierra de Gredos al fondo, y que tanta nieve y tantos picos no tuvieran un hueco en mis recuerdos.

(Cuando jugaba con mi primo Manuel... siempre pegado a un balón
Aquellos meses de julio que duraban años...cuando Indurain ganaba los tours
Los micromachines lanzados por el callejón al lado de casa de la abuela...
Las peleas
por la game boy...
Hundir la flota...

Las paellas en el río...)

Y el parque... que ahora no tiene arena, ni columpios abrecabezas, ni refuerzabrazos. Es todo aseptico, colorido y seguro. Hay un cartel fuera que prohibe... ¡comer pipas!

Es-toy-en-shock.
¿qué es un parque sin arena?
¿qué es un parque sin columpios de los que caerse?
¿qué es un banco de un parque sin una colección de cáscaras de pipas alrededor?

¿Tanto tiempo ha pasado?

miércoles, 6 de febrero de 2008

Historias de un vagón de cercanías

No lloraba pero estaba a punto. Con el cuerpo sobrecogido, los ojos muy abiertos y la boca sorprendida, sin atreverse a pasar las páginas de la novela. Me habría gustado saber qué libro era, pero lo llevaba forrado en periódico (gratuito) así que no me ha servido de nada alargar el cuello. Me he apoyado en la ventana y he mirado mi reflejo. Llevo pelo de leona, me pasa siempre que tengo el pelo recién lavado, que los rizos pierden fuerza y se me resbalan. Me olvidé de pintarme los labios, tengo ojeras. Es sólo Martes.

A la chica que se ha subido en Chamartín de repente le suena el teléfono. Afino el oído. Pero el tío de al lado lleva uno de esos malditos móviles-radio-casette y escucha reggeton y yo me quedo con las ganas, como siempre, de dirigirme a él con amabilidad forzada e insinuarle que se ponga unos cascos y deje de molestar a todo el vagón. Pero no lo hago y me pongo de mala leche porque soy incapaz de hacerlo. La chica sigue hablando por el móvil. Ríe.

De repente se sube uno de esos abuelitos entrañables que te llevarías a casa. Qué casualidad, conoce a la chica de la novela. ¿de qué? Se sientan juntos y empiezan a hablar. A ellos si les oigo porque están más cerca, y porque hablan alto, (él debe estar medio sordo). Pues sí, entiendo lo que dices querida, se lo digo yo a mi hijo, que los jóvenes de ahora valéis mucho y no tenéis tantas oportunidades. Intento concentrarme en el periódico, pero hoy entre los pelos de leona y el día gris, estoy revoltosa.

También me gusta la pareja del niño. Es tan lindo. Con los ojos grandes, la piel café y los rizos alborotados. Contrastan. Él y ella, y me gustan por eso. También porque él siempre juega con el niño mientras ella se apoya en su hombro y duerme.

Bueno Don Miguel, yo me bajo aquí, tenga un buen día. Guarda su libro forrado en periódico (gratuito) y se marcha. Cada vez queda menos y quedamos menos. Empiezo a recoger mis cosas, la bufanda, la bolsa de la comida, el periódico que digo yo que para qué y el abrigo.

El chico del Reggeton también se levanta. La chica del móvil colgó y mira por la ventana. Ella sigue dormida sobre su hombro y el niño de ojos grandes da palmas nervioso bajo la mirada intensa y aterciopelada de su padre. El abuelo sonríe complaciente y ojea un periódico manoseado y abandonado en el vagón...

No lo puedo remediar, no lo cambiaría por un coche.
Me encanta...

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas