lunes, 7 de noviembre de 2011

Debería hacerlo

Y si afuera no está lloviendo debería hacerlo. La oscuridad se va adueñando de la casa y nadie enciende las luces. Y el cuerpo no responde (debería hacerlo). Quiere dormir pero no duerme, y abro los ojos y voy desentrañando las formas azules de la mesa, de los libros, de la ropa acumulada en la silla. Debí dejar mi alma abandonada en la barra de un bar, beberme dos gin tonics o tres. Acumular tristezas y fracasos a lo largo del tiempo y sacarlos todos a pasear tal día como hoy.

La casa se llena de luces, el útero se encoge y se desprende y las piernas flojean. Y me pregunto qué es lo que provoca esta reacción de alergia a la vida, esta lluvia y esta desidia. Fui recogiendo piedras que guardé en un bolsillo y ahora se acumulan todas junto a mi puerta. No me dejan salir (deberían hacerlo).

Las calles de la ciudad más olvidada de la tierra lucen grandiosos su carteles electorales de colores brillantes. Yo espero un autobús que no pasa en la dirección correcta (o tal vez sea yo la que no esté en el sitio adecuado) y cuando llego a casa rompo un vaso. Los cristales se me clavan en la muñeca y sangro. Poco, casi nada. La sangre se me escapa por otro lado, los cristales se me clavan en otro punto. Quiero rendirme en el suelo de la cocina y llorar a borbotones, como la sangre de mis muñecas que no se escapa (debería hacerlo).

Tal vez así, tumbada y desbocada, echada a perder como esta tarde absurda, podría recoger todos los fragmentos y hacer que tuvieran sentido.
La lluvia, el cuerpo, las piedras, la sangre.


Debería hacerlo.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Sucumbir


Cómo entender que el mapa no está escrito y que sin embargo será él quién nos lleve a todas partes, quién nos indique nuestro destino, quién nos escriba el futuro. Cómo entender que ha llegado otro otoño, que las cosas son distintas y sin embargo todo sigue igual. Tan mortalmente aburrido como siempre. Tan extraño y tan familiar. Cómo entender que es uno más. Que es uno menos.

Quizá era más fácil ponerse el vestido a rayas, acurrucarse en el sofa y sentir el ronroneo blanco y peludo de un gato, como Marcella en su cuadro verde. Quizá era mejor mirar con resignación y nostalgia la vida, rodeada de botellas vacías y paredes llenas de viejas historias. Quizá era más fácil, pero no más feliz. No mejor.

Pero nadie nos dijo tal cosa aunque todos la creyéramos. Nadie nos dijo que ver amaneceres supondría después un  atardecer. Nadie nos advirtió que vestirse de luto y pintarse la sonrisa mientras fuera comienza un invierno sería algo tan complicado. Que arañar las horas, que hacer como si no pasara nada sería la única forma de sobrevivir a los días muertos (y a los días de muertos). 

Nadie dijo que lo desconocido era mejor. Solo que era más emocionante. Quizá embarcarse en días de tormenta acabó en naufragio. Pero quién dice, digo yo, que no mereció la pena llegar a una isla desierta mecida por un recuerdo de sol.

Nadie nos explicó que crecer era sentir nostalgia por salones oscuros de cortinas de encaje, de días de lluvia y manos que jamás te rozaron. Nadie nos dijo que crecer era ir perdiendo y ganando para perder otra vez.

Será que anochece pronto y no hay calefacción en esta casa vacía.
Será que todo parecía fácil y ahora parece difícil.
Será que hemos sucumbido.
Tocado y hundido.
Una vez más.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas