lunes, 31 de diciembre de 2012

Dosmiltrece



Al echar la calabaza al fuego para la cena de esta noche el aceite ha salpicado y me he quemado la muñeca. La piel chamuscada va arrugándose poco a poco mientras en la radio habla un hombre sin derechos en un estado de derecho. Saldrás esta noche a celebrar el año nuevo, pregunta la locutora y él, voz negra y nombre de personaje de cuento, contesta tímidamente que no, que no puede arriesgarse a que le pille la policía. Echo agua a mi muñeca y el frío, durante un instante alivia el dolor. Pero al cerrar el grifo sigue ahí, como la indignación que no cesa.

Este dosmildoce se me pega a la piel y se arruga como si fuera una quemadura. Y el futuro, ese trece en el que algunos afirman como si fuéramos idiotas que saldremos, se plantea tan nebuloso como hoy la ciudad desde el autobús de la EMT. Tu mejor viaje, tu mejor fiesta, tu mejor momento. Miraremos hacia atrás y ahí estará: la niebla.

Y en el interior, en lo más dentro, en eso personal e individual que solo vivo yo y yo y yo con quien se preste hay un sol culpable. Hace tiempo que nos volvimos radicales en los extremos y descubrimos que las cosas nunca son grises, que son blancas y negras al mismo tiempo. Este dosmildoce en que me envolvió la felicidad y la indignación. En el que todo se volvió perfecto mientras caminaba irremediablente hacia la más puta de las mierdas.

Es posible desear que todo permanezca y cambie al mismo tiempo.
Es posible.
Y eso será dosmiltrece.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas