jueves, 28 de mayo de 2009

El librero, Cortázar y la paloma.

Hasta aquel día el librero no soportaba a las palomas, ni le gustaban especialmente los libros de Cortázar. Hasta aquel día, el día que se le coló en la tienda una paloma. Fue una mañana de bochorno, y vino atraída por el aire fresco de su aparato de aire acondicionado. Esa fue la primera coincidencia.

Había estado toda la semana esperando a que vinieran a arreglarlo y justo el día anterior habían llamado a última hora para decir que se pasarían a primera si no había ningún problema. No, no lo había y llegaron, justo después de abrir, dos hombres con una escalera y una caja de herramientas. Espero que no tarden mucho, pero tardaron. Lo llenaron todo de polvo y para cuando el librero consiguió adecentarlo ya era casi mediodía. No había vendido ningún libro todavía, aunque al menos ya no hacía calor dentro de la tienda.

Entonces se coló la paloma. No la vió entrar por la puerta pero escuchó su aleteo cerca del almacen. Se asomó y la vio allí, en el pasillo de guías de viajes, justo delante de una portada con la plaza de San Marcos de Venecia. Te gusta, ¿verdad?, pues ¿qué te parece si sales de mi tienda y te vas volando hasta el Gran Canal?

Pero solo consiguió asustarla y que se marchara hasta la sección de biografías. Bueno, pensó el librero contemplando la sonrisa forzada de José Mari en la portada, si has de hacerlo en algún sitio mejor ahí.

Justo entonces entró ella. Miraba ensmismada las mesas de exposición, sin buscar nada concreto, revoloteando entre los libros de bolsillo y las novedades editoriales. Cogió una edición barata de McCarthy, la dejó. Hojeó un libro de relatos de Scott Fitzgerald, se paró a leer la primera página, sonrió y lo guardó bajó el brazo. Siguió paseando entre los pasillos, parándose a cada rato.

Mientras tanto la paloma había desaparecido de la sección de las biografías y el librero había decidido no confíar en su (mala) suerte y esperar, a pesar de todo, que la paloma no espantara a la única compradora del día. Se dirigió hasta el mostrador y empezó a etiquetar los últimos libros que le habían traído y que entre el lío del aire acondicionado y el de la paloma no había organizado.

Cuando la chica vio que lo que habían llegado eran los "Papeles inesperados "de Cortázar sonrió emocionada. ¿Ya está en venta? Me lo llevo. Y la sonrisa que se le pintó en la cara se le antojó al librero la más bella que había visto nunca.
La observó alejarse con el libro entre las manos y suspiró.

En ese momento apareció en su campo de visión la maldita paloma. ¿Por qué tú te quedas y ella se va? No me digas que no es injusto. Y mientras hablaba mentalmente con la paloma le propuso un trato: traémela de vuelta y te dejaré que vivas entre mis libros.

A punto estaba de empezar a cerrar la tienda cuando oyó a su espalda el sonido de las puertas corredizas abriéndose. Verás, no sé como decirte esto- y de nuevo la sonrisa más bella del mundo- pero hay una cagada de paloma en la parte de atrás del libro. ¿Me lo cambiarías por otro?

Y la paloma lectora se quedó en la librería para siempre.

martes, 26 de mayo de 2009

las ciudades que no me aman



Podría ser el título de la cuarta parte de la trilogía Millenium, pero es la historia de mi vida. Ciudades a las que me entrego en cuerpo y en bicicleta y que a cambio me desairan continuamente, a sabiendas que volveré a ellas, como una droga, como un antiguo amor, como una piedra que ponemos siempre en nuestro camino para tropezar con ella una y otra vez.

Pero yo no aprendo y me empeño. No tiro la toalla y sigo insistiendo aunque una voz dentro de mí me susurra: no te quiere, no te quiere, no lo intentes. Mi último fracaso ciudadano fue exactamente hace una semana. Me pilló con el rostro inquieto, la hormona revolucionada, y acorralada por las horas de mi destiempo (nueva acepción que me acabo de inventar: el no tiempo que tengo últimamente). Me pilló de improviso en una terraza de una ciudad que tal vez me quiera, pero a la que no siempre correspondo.

Y dolió. Dolió el desamor como duele siempre. Y vino el rencor como ocurre a veces. Me sorprendió en mi adoración febril, en esa ciega devoción que yo creía eterna. Me dejó pensativa. Perdida.

Pensé en nosotros. En nuestra relación de años, construida con breves romances pasajeros, con pinceladas llenas de cerveza, con largos paseos bajo los árboles amarillos de tu otoño brillante. Pensé en aquel invierno en que lo dejé todo, agarré mi maleta y me instalé en tu casa, a tus pies, dispuesta a quedarme ahí la vida entera. En lo duro que fue al principio. En lo difícil que me lo pusiste después. En lo triste del abandono y lo triste del reencuentro y lo bello del volver a volver.

Y ahora, otra oportunidad perdida. Otro desengaño. Ciudad malvada que no me ama.

No quiero volver a verte.
He dejado de echarte de menos.
Me he curado a base de resentimiento.


Pero siempre supe que no era verdad. Que volvería.
Otra vez he mirado billetes, he cuadrado fechas.
He pensado ciudad maldita, ciudad talismán:
si no tenemos futuro déjame al menos disfrutar de tu presente.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Revelación

A la sílfide...



No me digas que no. No lo digas porque no es verdad y tú lo sabes. Y si no lo sabes déjame que te lo cuente. Yo estaba ahí observándote de cerca. Pero aunque no hubiera estado lo habría sabido. Soy así, sé las cosas que sé y las que imagino. Las que fueron y las que podrían haber sido.

En tu caso fue y ahí estábamos.
Empezaba un verano de esa manera en que solo los veranos de la juventud empiezan. Con la piel oscura y tersa, los ojos brillantes, la raya pintada, la sonrisa eterna. Empezaba un verano por las sandalias de nuestros pies, los collares de semillas, las mariposas. Empezaba un verano y era de noche, noche de farra y vino. En algún momento el reloj de tu muñeca se paró y embriagada por la posibilidad de un beso, tú te cansaste de esperar y decidiste ir un poco más lejos. Y a dónde llegaste sólo tú sabes.

De repente recordaste lo que habías sido, las sensaciones dormidas y esas ganas de recorrer la ciudad. De pararse en cada esquina mientras el resto de casas esperaba un amanecer tardío. De robarle horas al sueño y beberlas con hielo, bien fresquitas, al abrigo de un abrazo. De repente supiste que tus manos no eran torpes, que tu corazón no estaba muerto, que tus ojos no se habían olvidado de mirar.

Fue una revelación, no lo niegues.
No me digas que no.
No lo digas porque no es verdad y tú lo sabes.
Lo sabes.

Y por eso sonríes...

lunes, 18 de mayo de 2009

Hagamos un trato, Mario



Hagamos un trato, Mario.
Tú te vas, sí, te vas.
Pero nosotros nos quedamos con tu poesía.

martes, 12 de mayo de 2009

los pingüinos

Los pingüinos salen por las esquinas de esta oficina enmoquetada y gris. Llegó el verano y sonríen. Saben que a partir de ahora en la oficina hará más frío que nunca. Las mujeres se quejarán y los hombres gruñirán diciendo que sigue haciendo demasiado calor, que nos pongamos una chaqueta. Lo que nos pondremos es malísimas y entonces llegarán las bajas y la oficina trabajará a medio gas, pero no hay jefes lo suficientemente competentes para ver eso.

Los pingüinos salen por las esquinas de la oficina y se sorprenden al verme otra vez aquí. ¿Pero tú no te ibas? Y yo les digo que sí, que me iba, pero que entonces llegó la crisis y la gente comenzó a tirarse de los rascacielos, a rascar el cielo como rascamos el bolsillo, ese cielo que creíamos haber tocado en algún momento, tan boyante como parecía nuestra economía. Ellos me miran con cara de circunstancias, preguntándose si esa crisis de la que hablo afectará también al consumo de aire acondicionado, poniendo en peligro así su existencia, pingüinos oficinistas en la ciudad de Madrid.

Yo les tranquilizo con una sonrisa y les digo que no. Que recortarán sueldos, recortarán presupuestos, no renovarán el material, nos harán escribir en una hojita los números de teléfono a los que llamamos y nos preguntarán en cada momento por qué...

Pero el aire acondicionado seguirá a mil por hora, como una guerra de género, una guerra general en la que las mujeres pasan frío y los hombres, no será la menopausia, no paran de pasar calor.

Ellos ríen la ocurrencia, tranquilos al saberse a salvo. Yo les pregunto qué hacen aquí y no en Groelandia y ellos me llaman ignorante. Marcella, los pingüinos solo están en el polo sur.



Yo me quedo con la copla aunque me da igual. En este momento lo mismo sería Groenlandia que la Antártida o que esta oficina gris.

martes, 5 de mayo de 2009

Plantón


En días como este se me escapan los reproches y solo me apetece decirte que me he plantado.
Que he dejado pasar los trenes mientras te esperaba.
Que al ver que no llegabas he recorrido uno a uno todos los bares de esta ciudad.
Que te he buscado en el fondo de cada botellín de cerveza vacío y solo he visto mi imagen borrosa llamándote a gritos.
Que he preguntado, que he implorado, que he seguido a otros que me dijeron que sí. Que me dijeron que aquí.

Pero "aquí" tampoco estabas.

Y al volver a la estación me han dicho que no tuve bastante paciencia.
Que no supe esperar.
Que llegaste y no me encontraste pero que regresarás seguro.
Y es lo que toca otra vez. Esperar.

Yo me siento de nuevo en el banco de siempre y contemplo las vías. Y me obligo a sonreír pensando que estás a punto de volver a por mí.
Me lo dicen todos.
Ya llegará. Todo llegará.

Pero pasa el tiempo y no es verdad.
No llegas y me canso.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas