viernes, 24 de septiembre de 2010

viento en la cara

He recorrido media ciudad subida a una bici. Tan rápida que al parar todo el calor se me ha salido fuera y los rizos se me han retorcido en la frente y gotas de sudor se han dedicado a recorrer mi espalda, mi escote borroso, mi cara desencajada. Luego al volver, el viento en la cara ha convertido el calor en frío, la decepción en energía y pedaleando he mirado al cielo. Anochecía y sobre las nubes rosas la torre de la televisión gris me saludaba con su antena blanquiroja, tan esbelta y delicada como siempre.

Y de repente, así tan fácil, me he dado cuenta de que estaba aquí.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El regalo de Frauke

Como si hubiera sido mi cumpleaños, ayer me regalaron dos cosas. El cuaderno de notas (de viaje) sobre el que escribo esto (y que guardaba una carta de amor y morriña que no encontré hasta hoy) y una pequeña maleta de cartón con animales. Yo creo que es una fiambrera para meter el bocata del recreo, pero Frauke dice que no, que es un maletín donde guardar ideas para hacer mi estancia en Berlín lo más productiva y creativa posible. Frauke cree en mi mucho más que yo misma. Confía en que haga lo que he venido a hacer y mucho más.

En Berlín hace hoy un sol espléndido, un calor suave, una brisa ligera. He salido con la bici buscando el parque y lo he encontrado mucho más verde de lo que lo recordaba. Hay cosas que han cambiado: si Fran siguiera viviendo en el mismo edificio (en la misma ciudad) habría tenido que contratar Internet porque han cerrado el bar de modernos al que le robábamos la conexión. Su edificio, además, es ahora blanco, Las bicicletas siguen amarradas al mismo palo, y no sé que hacer con ellas. Si dejarlas ahí, como un monumento a ese tiempo que compartimos en la ciudad del muro, o romper las cadenas y llevarlas al desgüace. Todo está lleno de graffitis. Eso no ha cambiado, pero intuyo que mi mirada sí. Berlín es feo, pero está tan lleno de vida a una hora cualquiera de un día cualquiera que me pregunto hasta cuando durará esta vida bohemia. Esta ciudad al sol. 

El regalo de Frauke está todavía vacío pero pronto se llenará. Berlín es una musa coqueta y seductora que intuyes más que conoces. Por un momento pienso en que cojones hago aqui, sola, pero enseguida ocurre algo: una bici con cesta que pasa a mi lado, una pareja rubia que arrastra un carrito con un niño rubio dentro, una guardería que abre sus puertas, el viento haciendo sonar con fuerza una sinfonía de árboles, y entonces todo tiene sentido. Hay un motivo. Una maleta verde con jirafas, monos, leones y cebras a la espera de ideas, de experiencias, de palabras. 

Muchas palabras y una ciudad.

Suficiente

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Enumeración (posesiones II)



Tengo un llavero sin llaves, expectante, guardando una casa sin cara y sin dirección. Un futuro incierto, una ciudad bella, el recuerdo del roce ardiente del asfalto de Gran Vía en mis dedos una noche en blanco. Tengo el murmullo de mi calle, los geranios secos, el desagüe de mi ducha atascado, la estantería sin libros, maletas por doquier. Tengo el regusto de la soja y el wasabi y una amiga con planes y un contrato indefinido. Tengo el mareo del vino blanco, los rizos deshechos, una invitación de boda sobre la cama.

Tengo un sueño neoyorquino vestido de colores, una hermana pequeña en guerra consigo misma y una hermana mayor en paz con el mundo. Tengo la lágrima fácil y el cuerpo cansado. Tengo una lista de personas a añorar cuando me vaya, una lista de abrazos en los que perderme cuando vuelva y otra lista de asuntos pendientes que trato de tachar cuanto antes.

Tengo un buen presentimiento, una noche de bicentenario, una bicicleta amarrada frente a una casa muy lejos de aquí, dos pares de gafas y dos ojos miopes, las uñas recién cortadas. Tengo un dolor de cabeza permanente y una inquietud y una esperanza y un poquito de miedo.

Tengo una ciudad que me espera y otra que me esperará seguro.
Tengo un plan y un billete de avión.

Lo tengo todo.


jueves, 9 de septiembre de 2010

Hacer un crucigrama


El chico espera en el sofá y mientras hace un crucigrama. Sabe que vendrás, que llegarás tarde pero no importará porque te sentarás a su lado en el sofá y susurrarás a los peatones en cien idiomas y les dirás eso de nuestras telas son las mejores. No me extraña, mira que alfombras, mira que calidad. Regateando puedes conseguirlo por poco. Pero eso no lo dirás, claro.

El chico espera en el sofá y hace mientras un crucigrama. Al otro lado del cristal invisible que suponen las cuatro patas de ese sofá desde el que gobierna la calle, el chico piensa en la 2 vertical, en el significado de la definición, en si estará incorrecta la 6 horizontal porque así no tiene ningún sentido. Esperará, hasta que llegues, esperará siempre. Para eso está cómodo, viendo pasar la gente y la ciudad, las historias, los turistas con la cámara de fotos en el pecho. El futuro que también pasa, sentado en ese sofá.

No resuelve el crucigrama y tú no llegas. Tal vez te perdiste. Tal vez decidiste no volver. Tal vez eres ese 2 vertical que no coincide con nada. Tal vez él sea el 6 horizontal. Incorrecto. Totalmente confundido. No llegas y aparta de su lado el periódico.

¿Acaso te perdiste en ese laberinto de letras?

miércoles, 1 de septiembre de 2010

incomprensible

Somos hijos de mil batallas, herederos de una historia construida a base de conquistas, de victorias, de imperios, de reinos, de colonias, de pueblos que se levantaron en armas, heroicamente, luchando cuerpo a cuerpo para defender su patria, su familia, su vida o algo tan burdo y tan variable como las propias creencias. Somos hijos de los galones que prendían a sus chaquetas los generales mientras empuñaban armas cada vez más sofisticadas, cada vez más perfectas, incluso bellas, como si la belleza también se burlara de nosotros habitando en las cosas más terribles. Somos hijos de las mujeres violadas, de los hombres masacrados, de la ciudades devastadas, de la mirada indiferente de aquellos a que miraron a otro lado. Somos retoños nacidos del odio, de la unión entre pueblos que posibilitó el propio odio, de la desunión que causó después. Somos hijos del odio y solo a veces fruto del amor. Somos herederos de una cultura violenta, de una vida construida a partir de la muerte. Somos hijos de la guerra.

Y sin embargo no sabemos nada de ella. Sabemos fechas, sabemos cifras, sabemos nombres. Pero poco más. No tenemos ni idea de quién, de por qué llega, de por qué toca, de para qué sirve. No podemos entenderla. Es incomprensible. Pero existe, como la nada después del universo, como los agujeros negros. Por mucho que seamos incapaces de comprenderlos, de visualizarlos, de imaginarlos. Existe. Es real. La guerra de la que somos hijos. Aunque por muchas vueltas que le demos, por muchos agujeros de metralla oradando las paredes de cemento de las ciudades viejas, por muchas tumbas limpias y brillantes, por muchos reporteros que se hayan jugado el tipo, por mucho que creamos entenderlo, no podemos.

Es incomprensible...

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas