Debe ser muy verde, pero ahora está helado. Un manto blanquecino difumina los colores. Cruzamos un río y luego otro. No sé qué hora es pero está amaneciendo. ¿Las siete? No recuerdo cuando me quedé dormida pero debió ser muy pronto. Cuando no hay sol y una ha terminado de compartir cena con dos personas en apenas un metro cuadrado y no funciona la luz junto a la cama, no hay nada mejor que cerrar los ojos y soñar. Me encanta que hayamos hecho este viaje en tren.
Frauke duerme en lo más alto de la litera y Suzana se bajó en Bratislava. Nuestro compartimento parece un submarino amarillo. Excepto por la ventana que nos trae de vuelta un sol redondo y rojizo que tiñe las nubes de rosa.
Rectifico. Los campos son azules. De un verde blanco casi azul. Todo es llano, muy llano. A lo lejos difuminadas y azules se ven unas montañas. Ya no cruzamos ningún río, sino que viajamos pegados a su orilla. Es un río tan ancho que parece un lago. Me pregunto si será el Danubio.
Traen el desayuno.
Debe quedar media hora.
Seguro que es el Danubio.
Felicidad...