lunes, 25 de julio de 2011

Otra vez Venecia




Te asomas al Gran Canal y el viento húmedo y denso de la bella Venecia te golpea en la cara. La misma sensación, el mismo cosquilleo. Casi, casi igual. Han pasado 35 años y cada una de esas personas que fuiste parece escurrirse por los canales de la ciudad hundida. Te miras las manos y las cicatrices, las líneas y las arrugas te recuerdan al que fuiste aquella primera vez. Al que fue y se fue. Al que ya no serás.

A muchos kilómetros, yo recibo tu mensaje y sonrío con nostalgia. Te imagino viendo tu reflejo difuso en el agua turbia de los canales y preguntándote dónde se fueron aquellos años, dónde quedó el chico barbudo recién casado que daba clases en un colegio de Barcelona. Te imagino admirando la fachada del palacio ducal y buscando entre sus columnas el secreto de la inmortal Venecia. Te imagino contándole al resto, como tantas veces me contaste a mí, que aquel puente blanco se llamaba de los suspiros por los condenados a muerte que lo cruzaban justo antes de subir al patíbulo.

Yo entretanto estoy sentada en alguna esquina de Sol. El asfalto está caliente, como la ciudad el verano que se llenó de dignidad y de sueños. Tengo casi los mismos años que tú tenías entonces, el mismo pelo rebelde,  las mismas orejas, la misma sonrisa, la misma mirada soñadora y triste. Pasarán también 35 años, me pregunto, y como en un suspiro llegará otra vez Venecia. Volveremos un día a las plazas, gritaremos de nuevo y contaremos compungidas batallitas de cuando cambiamos el mundo, de aquella primavera inquieta, de aquellos tiempos en los que, sin darnos cuenta, hacíamos la revolución.

Luego marchamos al Congreso y olvido Venecia. Gritamos consignas, jaleamos fuerte, nos asustan los policías con sus miradas de hielo (aunque no digamos nada). Al final nos entretenemos en procedimientos, en decisiones, en consensos y disensos, en no se oye coge el megáfono. Llega el cansancio.

Estamos cansados, poníais en el mensaje. Y es que ya lo dice Toñi siempre: hacer turismo cansa.


Hacer la revolución también.
Pero no por eso dejáremos de hacerla. 


jueves, 21 de julio de 2011

Estos días...

Pasaron sin querer los meses. Como siempre desde que dejamos de ser niños, el verano nos pilló de imprevisto. Hubo quien cumplió treinta. Hubo una desmemoria histórica que cumplió 75 veranos de tragedia. Hubo quien cumplió un sueño. Hubo sueños rotos también.

Entre tanto, el vestido a rayas se quedó mudo, como un vestido sin color, como una raya sin superficie. No estábamos a lo que estábamos. No estábamos. Quizá guardé las historias en cajas, como el resto de los recuerdos, de los tres años de Marías. Como la sombra de amores contrariados, como la cama en la que no fui feliz. Abandonada en un lugar que ya no es propio.

Así que me mudé de casa, casi de mundo. Escribí un cuento, planeé una huida, arreglé mi bici, me compré otro ordenador y seguí esperando.

Pero mis cambios eran los más pequeños. Los menos importantes.

La ciudad entera se llenó de flores, de ideas, de palabras. Las plazas alzaron sus manos y gritamos fuerte, tan en silencio que nuestra imagen dio la vuelta al mundo. El sol nos alcanzó a todos, tan fuerte que su brillo me hizo llorar de alegría, de emoción, de esperanza. Fuimos uno y fuimos todos. Comenzó la revolución.



Y así seguimos. Convirtiendo esta ciudad vertical en un lugar horizontal donde cabemos todos.
Esta vez sí que es el futuro,
acechando,
incordiando,
esperando.

Caminando por el asfalto caliente de este país que despierta.
Dispuesto a recuperar lo que es nuestro.

Así que ya sabes.
Estos días búscame en Sol.
Prometo ponerme el vestido a rayas.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas