miércoles, 30 de abril de 2008

HOY


De pronto hay una compuerta que no se abre. No me deja decir ni mu. Estoy callada, aterrada, pensando en si mis musas se habrán ido también de puente, si volverán...

Maldigo el sol y el cansancio, y ese continuo correr de un lado para otro.
Maldigo tener tantas cosas de las que hablar que ni siquiera sé que decir y por eso me quedo petrificada a la espera de musas en periodo vacacional, de pájaros que me revolotean en silencio.
Maldigo el eco en mi cabeza. Retumba y nada tiene sentido y hoy no vale poner la astenia primaveral de excusa.

No hay excusa, ni hay nostalgia, por eso no me vuelve Berlín, no me atormenta México y no me da la gana hablar de amor. Y me quedo sin recursos porque tampoco quiero hablar de política, ni de Zaplana, ni del escalofriante caso que salpica hoy todas las portadas.

Hoy, no quiero hablar de nada.
Ni ser mediocre.
Así que me callo...

y disfrutamos este silencio
(y este puente...)

viernes, 25 de abril de 2008

olvidando calles


Ayer, vía messenger...

Frauke dice: Das Bar heisst Matilde, en Graefenstr, te suena?
María dice: Matilde? No, no me suena

Y mientras, María piensa en la Graefenstr, eso sí que le suena, pero es incapaz de recordar por donde cae, joder, la Graefenstr. Así que se resigna y lo mira en Berlin.de y ahí descubre con horror que la Graefenstr está por la zona de Admirall Brücke, uno de sus rincones favoritos de Berlin, y no sólo eso, descubre que la Graefenstr es la calle del local de la mujer oronda que hace el mejor falafel del mundo…

María dice: Graefenstr? Donde esos falafel tan ricos?
Frauke dice: echt? Sie sind aber ekig
María dice: ekig???aber sie sind die Beste…

Y claro que son die Beste, pero a Frauke le horrorizan…como explicarle que aún hay tardes en que sueña con irse a comer uno de esos falafel hechos con calma, con amor, por esa mujer mayor con pañuelo en la cabeza.

Que injusto, María sueña falafel y no puede comerlo. Y Frauke en Berlín no quiere hacerlo. Se lo dice y Frauke le manda uno de esos abrazos icónicos e internáuticos que aunque no dan calor, reconfortan.

Frauke dice: Komm nach Berlin

Y María afirma, sí, tal vez en junio, tal vez en septiembre, porque está empezando a olvidar el nombre de las calles, a sustituirlas por otras, por San Marcos, por Pelayo, por San Bartolomé, por Prim o Barquillo.

Hace justo unos días María leía una noticia en el periódico sobre una calle de Berlín, la Kochstrasse, que iba a cambiar su nombre por la de un líder alemán del 68. Kochstrasse, otra calle, mierda, que le suena muchísimo, por la que sin duda ha pasado un millón de veces con la bicicleta. Kochstrasse, claro, la calle del Checkpoint Charlie, María, claro, viniendo de Oranien, hacia el centro, Kochstrasse, claro.

Mientras lo pensaba iba en el metro camino al cole. Eran las 4 y media de la tarde. Cuando salió en la parada de Fuencarral, increíblemente, había una quietud y un silencio difícil de hallar en esta ciudad. Así que pudo oírlo, otra vez, como antes, como siempre. Era Berlín que le susurraba, que la llamaba, como cada día desde que hace 6 años pisó por primera vez sus calles, cuyos nombres hoy olvida.

Pero la realidad aplastante es otra. María se tapa los oídos y sigue su camino.
Soñando, tal vez, falafel.

jueves, 24 de abril de 2008

Cansancio

He dormido 8 horas pero el despertador ha herido el silencio con tal brutalidad que apenas he podido moverme.
No
me
obedece
el
cuerpo,

la cabeza sí, piensa, recuerda- otra vez fantasmas-, me anima a seguir adelante.

N o p u e d o, susurro sin moverme un milímetro.
Tienes que poder

y en efecto puedo. Pero voy
l e n t a,
l e n t a.

Llego tarde otra vez y me pesan los brazos, cómo si fueran de plomo y yo pluma. Es cansancio, es mucha, tanta, pereza. No quiero hacer nada. No en el trabajo, no, no quiero hacer nada fuera, no quiero esta tarde potencial, con potenciales delincuentes en mi clase de 6º, con potenciales cervezas, potenciales conversaciones y sonrisas, polvos potenciales.
Cómo explicarlo: no tengo potencia hoy. Estoy cansada y no sé por qué.



Escucho Coldplay que es la antítesis a este día de sol.
El tiempo no acompaña, mierda.
Chris Martin, por suerte, sí.

martes, 22 de abril de 2008

Fantasmas

La noche volvió para atormentarme el día. Una vez más y van tres. No se escapa, vuelven los fantasmas y se cuelan en mis sueños y a mí me entran todas las nostalgias, todas las tristezas. Toda la mala leche guardada y que nunca saqué, todas las palabras que nunca supe decir y que acabaron convertidas en pensamientos inconexos sobrevolando el subconsciente. Todos vuelven pero ninguno se queda conmigo. La cama se llena de vacío cuando suena el despertador y sólo la sensación de desasosiego y devastación se viene al trabajo conmigo. El resto, esos rostros a los que dediqué mis pensamientos, a través de los que quise mirar hacia un futuro incierto, se diluyen con el sol del amanecer.

Se sienten amenazados ante la posibilidad de algo nuevo. Por eso se agarran al sueño, como los fantasmas a las sábanas blancas, para no volverse invisibles, para no desaparecer del todo, para recordarme que no se debe renunciar aún a lo que nunca tuvimos. Que hay que seguir intentándolo.

Pero no me da la gana.
Y mi subconsciente
que
diga
misa.

viernes, 18 de abril de 2008

Amor a primera vista

Ni Lara ni Dani creían en el amor a primera vista, pero cuando se conocieron en aquella fiesta de despedida de una amiga en común, que se iba con un proyecto de investigación a Groenlandia, los dos sintieron que algo raro estaba pasando. Pero como, ni Lara, ni Dani, creían en el amor a primera vista, ninguno hizo caso a aquella intuición. Era demasiado complicado. Dani, que tenía pareja desde hace años, pasaba por una fuerte crisis y a tanto llegó la cosa que meses después acabaron por dejarlo. Lara, por su parte, se había convertido en una escéptica del amor desde que la persona que más había querido en su vida, se había marchado una mañana de sol sin dar explicación alguna.

Por eso, aunque aquello era amor a primera vista, no había duda alguna, ni Lara ni Dani, se dieron cuenta y, simplemente, lo dejaron pasar, como pasó también aquel invierno, y después la primavera, y otra verano más. La amiga en común volvió en otoño de Groenlandia y volvieron a encontrarse. Cuando se vieron, a Lara el escepticismo se le había ido poco a poco diluyendo, convirtiéndose en una independencia feliz, con la que convivía sin problemas, y Dani, que había sufrido el desamor después de la ruptura, curaba cicatrices a base de amores de una noche. Ni uno, ni otro se habían dado cuenta hasta ese momento, pero había pasado un año desde aquel flechazo no reconocido y sin encontrarse, habían estado buscándose cada día. Pensándose a cada poco. Recordando nombres y caras. Cada detalle a pesar de sólo haberse visto una vez.

- Te cortaste el pelo
- Sí y le cambié el color
- Estás más guapa.

Y ninguno sabía por qué, sin conocerse apenas nada, creían saberlo todo del otro, no sabían por qué aún sabiéndolo, querían seguir investigando. Por eso no sorprendió que acabaran aquella noche compartiendo cama, besos y soledades. Pero como no creían en el amor a primera vista, y aquella especie de obsesión que compartían era, ante todo, ridícula, Dani cogió sus zapatos de madrugada y se marchó de aquella casa. Lara siguió disfrutando de su independencia, a pesar de aquel zumbido en el oído que no llegaba a descifrar, y Dani, a quien ya no le sangraba ninguna herida, decidió volver a dar una oportunidad al amor, pero se equivocó de rubia.

Casualidad y Cupido, cansados de que negaran lo evidente, les dirigieron, otro año más, por calles distintas, les llevaron a fiestas diferentes, les hicieron subirse a metros en direcciones contrarias, o llegar con retraso al mismo sitio. Pero Destino, que no estaba dispuesto a que ni Casualidad ni Cupido, le estropearan los planes, decidió sacarlos de esa ciudad de desencuentros y llevarlos lejos de allí.

Era muy de mañana en San Cristóbal de las Casas y Lara leía una novela, en un pequeño café frente a Revolución, mientras esperaba a que dos amigas llegaran de Oaxaca en el camión de las 12. Aquel zumbido no se había parado pero de tanto oírlo, Lara había acabado por no oírlo, aunque estaba ahí.

Destino, cansado de aquella pareja descreída, había hecho que Dani, que confundido, seguía buscando rubias incorrectas, perdiera el camión que llegaba hasta Tapachula, justo en la frontera con Guatemala. Era la última oportunidad que les daba. Si no funcionaba, aquel amor a primera vista moriría para siempre...

¿pero, decidme, conocéis a alguien que haya conseguido alguna vez burlar al Destino?


martes, 15 de abril de 2008

Lo que realmente me gustaría...



Lo que realmente me gustaría no es llenarme de felicidades y de besos dos o tres días. Ni recorrer la cama o la ciudad enredada en tus manos. Ni siquiera contigo, ni siquiera tú. Lo que realmente quiero no se sacia en momentos circulares con personajes nocturnos, ni intensos, ni verdades vacías. A quien pretendo engañar. No me sirve, aunque no me duela, aunque pueda, incluso, que me haga bien. Lo que realmente me gustaría no es dibujarte en cada palabra bonita que me escribes, ni imaginarte recorriendo en pedales calles anchas y oscuras, ni cogiendo aviones y leyendo con ganas, mientras revoloteas y me revoloteas. Ni siquiera contigo, ni siquiera tú. Lo que realmente me gustaría va más allá de que grites mi nombre por la calle mientras voy en bicicleta por Malasaña, y decidas tomarte una cerveza conmigo en el bar de la esquina. Ni imaginarlo contigo, ni imaginarlo tú.


Lo que realmente me gustaría es esperarte cada tarde en un banco de Gran Vía, viendo pasar la gente, y soñando con el momento exacto en que apareces y me sonríes. Desayunar cada sábado en mi balcón, compartiendo páginas de periódicos, tostadas de pan, trozos de boca, rayos de sol. Plantarnos delante de un mapa del mundo y elegir al azar un destino al que marcharnos en una fecha cualquiera, aunque luego nunca llegue. Lo que realmente me gustaría es esconderme en tu abrazo las tardes de lluvia y llegar a casa y prepararte un té caliente mientras te cambias de ropa. Tumbarnos en la cama y sin decir nada, dejar que nuestros mundos encajen. Construir de la nada un castillo, en medio de una ciudad que vibra ajena a nosotros, y llenarlo, y llenarte, de flores y amaneceres.

jueves, 10 de abril de 2008

Entonces, de repente, la lluvia...

Desde dónde estaba tumbada, podía ver la ventana. El cielo devoraba la ciudad y la oscuridad se colaba por cada rincón hasta metérsele dentro. Ella también estaba oscura aquel día, en aquella habitación de hotelucho, con pintura descascarillada, cortinas de flores, y moqueta sucia. Sonaba la ducha. Quién en la ducha. Quién. Siempre esa misma sensación de desasosiego mientras esperaba el final de un romance clandestino de apenas unas horas. No es que le quisiera, pero podría quererle, podría haberle querido. Cómo hace un rato, cuando se había regalado entera, cuando, juntos, se habían entregado a las felicidades con toda la fuerza con que dos desconocidos pueden amarse en una cama eterna. En la noche todo y en el día nada, una mañana gris y atormentada.

No quería salir, no quería dejar aquel oasis, no quería volver. A las calles desiertas, a las manos vacías, a las miradas perdidas, a las palabras sin pronunciar. No quería, aunque la magia había desvelado ya todos sus trucos, aunque la ducha sonaba en el baño y la realidad esperaba en su ropa interior tirada en el suelo.

La soledad, ¿era eso? Aquella ventana, aquellos nubarrones, aquel amor intenso y rápido. Y seguir. Y sobreponerse. Y limpiarse de esos besos. Y saberse dueña exclusiva de todos sus rincones.

Entonces, de repente, la lluvia...

martes, 8 de abril de 2008

Huellas sobre la arena


Toda la Meseta y toda la Castilla que recorren mi sangre y mi árbol genealógico me han hecho amiga del amarillo, de los campos lisos de horizonte eterno, de los atardeceres rosas en carreteras sin fin, como sin fin parecían aquellos largos veranos de la infancia. Por eso, quizá, porque la sangre siempre tira, añoro los inviernos fríos, esas manos que se quedan congeladas y sueñan con un buen consomé, con el calor de un brasero de cisco. Por eso, quizá, aprecio la lluvia, tan escasa, cuando llega, pero me aburro pronto si no sale el sol, ese sol perfecto de enero que no calienta, pero brilla y brilla y brilla.

Quizá la Meseta, y los veranos castellanos, y las iglesias de piedra, y las espigas de trigo, me han hecho inmune a la nostalgia marina, que tienen siempre aquellos que han nacido oyendo el susurro de las olas. Nunca echo de menos el mar, porque no recorre mi historia, ni mi sangre, ni la de mis antepasados, pero lo cierto, y cada vez más cierto, es que cuando veo el mar, que como los campos de cebada tampoco tiene fin, y huelo la sal, y siento la arena colándose entre los dedos, algo se me remueve dentro y se me llenan las ganas.

(Pero de vuelta a Madrid, lo que me falta no es el mar)
Tal vez el viento.
Los perros chapoteando felices en la orilla.
La marea que sube y arrastra y renueva y vuelve a su punto de partida.
Todas las ganas de poesía que se me aparecen viendo el cielo besar el agua.
Y sobre todo...
las huellas que dejo sobre la arena,
para que

me sigas,
para que

me encuentres.

Pero nadie sigue mis pasos y en Madrid no hay playas, ni campos de trigo por los que seguir abandonando huellas.
Y así nos pasa.
Que no nos encontramos.

lunes, 7 de abril de 2008

Aterrizar

Aterrizo en Barajas sobre la hora prevista. Apenas 55 minutos y de repente Madrid: gente corriendo por todas partes. Pienso, sin mirar el reloj, sin prisas, qué duro el lunes cuando una ha despertado en otra cama, en otro lugar, cuando ha cruzado el cielo y desde el ventanuco del avión ha visto el mar.

Y tarareo a Quique mientras miro, por otra ventana de otro transporte distinto, cómo avanzan las obras de los cuatro rascacielos de Chamartín.

No es fácil, me digo, aterrizar cuando las nubes son grises.




jueves, 3 de abril de 2008

Los felices años 20

No todos los cumpleaños son iguales. Marcos cumple años hoy y el pasar del tiempo sobre él me arrastra a mí de la mano, de una manera inevitable. De pronto se me agolpan los años y los momentos, y repaso todas las Marías que ya no hay en mí, todos esos 3 de abril, juntos o separados, que compartimos de una u otra manera, desde el momento en que el 3 de abril fue algo más que un simple día de primavera.

Marcos, mar en calma en que solía perderme, cumple 27 años y se acerca (y me acerca) al crack del 29 que alguna vez proyecté sobre papel reciclado, cuando aún se escribían cartas. Cumplía 20 años y yo quería quererle, pero él se hacía de rogar. Recuerdo haberle escrito sobre la vida venidera, sobre los felices años 20 que empezaban, el tiempo de la alegría, la libertad, la despreocupación absoluta. Ya vendría la crisis, la caída. Ya vendría la guerra en el 39.

Pero entonces, aquella primavera de mi mayoría de edad, él cumplía 20 y la vida se nos presentaba repleta de croquetas, lirios blancos, golosinas, tardes de césped en la facultad y viajes en tren. Yo aún no soñaba con Berlín, ni me dolía México, pero sí con él, en un tiempo en que no creíamos en el futuro, tan seguros como estábamos del presente.

Sin embargo, de repente, ya casi no recuerdo como era yo y todo me parece una eternidad y aquellos felices años 20 nada tienen que ver con fiestas de la primavera, con libros y bibliotecas, con comedores universitarios, con manifestaciones y sentadas. Son diferentes, inquietos, menos seguros. La libertad creció, pero también el miedo, las dudas, la responsabilidad. Supongo que aunque no creíamos en él, el futuro llegó y se convirtió en pasado. ¿Era eso y no aquellas ideas escritas sobre papel reciclado? (cuando aún se escribían cartas y de eso no hace tanto tiempo).

Ya casi no nos hacemos regalos, ni planeamos viajes, ni los 30 nos parecen el final del trayecto. Pero hay cosas que no cambian.
Es 3 de Abril, y cumplimos años.
Felicidades.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas