Qué es viajar. Qué es tomar un avión aparte de contaminar el cielo. Qué es este buscarnos en el otro para reivindicar lo nuestro. Qué aparte de llenar conversaciones. Enlazamos una ciudad con otra, un país con otro, una anécdota con otra. De tanto repetirlo, de tanto hacerlo, perdió su sentido. Cogemos de nuevo la maleta, un billete, un pasaporte y volamos. Salimos, escapamos y perdemos el norte o vamos hacia él o hacia dónde.
Y a nuestro regreso seguimos siendo extraños, ajenos a nosotros mismos, pero con otro lugar que tachar de la lista, otra anécdota que contar compartiendo una cerveza con un desconocido. Diremos yo estuve ahí y alguien nos mirará con envidia. O con indiferencia. No somos los lugares que visitamos por mucha moda low cost que haya. Como mucho, somos las ciudades que hicimos nuestras, las ciudades que nos vieron llorar, amar, soñar, gritar. Las que habitamos.
Pero ¿cuánto tiempo hace falta para convertir lo ajeno en propio?