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Me gustaba vivir en el Este, era más barato, los semáforos eran muchísimo más entrañables, se veían Travants y la gente que llevaba viviendo ahí desde siempre contaba historias increibles sobre colonias comunistas a las que les enviaban de pequeños. Además, en las tiendas de libros viejos, a poco que uno se descuidara, se encontraba hoces y martillos por todas partes. Nos gustaba lo diferente, lo kitch, lo DDR, las películas horteras y sesenteras que ponían en la Mdr.
Me gustaba Gagarin y sus paseos por el espacio. Le saludaba por las mañanas, agarrada a aquella Hercules vieja viejísima (mi afición por las bicis viejas creo que empezó entonces) que hacía mil ruidos pero volaba. Mein Fahrrad...das beste...
Gagarin, con su cara de metal, sus rasgos poderosos, me hacía pensar siempre en aquellos tiempos de astronautas, cuando el universo era un lugar insospechado y mágico, donde la fantasía recorría todas sus esquinas infinitas, las naves espaciales poblaban las pantallas de cine y televisión y los protagonistas del futuro eran aquellos hombres valientes con sus trajes espaciales.
Ahora, pensar en Yuri Gagarin me transporta a mi ciudad del Este que casi nunca visito, que he olvidado, aunque sus experiencias formen parte del molde de la María actual. En Erfurt aprendí que en cada lugar habitado uno construye una familia, que la comunicación no depende del idioma, que por muy lejos que nos vayamos, siempre acabamos siendo nosotros mismos.
Erfurt vio mi primera tortilla de patatas (y casi mi última), y mis mejores lentejas, me enseñó a bajarme de la bicicleta en marcha y a ir a la compra con mochila de acampada, a subir cinco pisos diarios sin ascensor y a quitarme los zapatos antes de entrar en casa. En Erfurt conocí a Fran y compartimos televisor, películas y amores de ida y vuelta. Descubrí también que, a veces, la distancia es el olvido y dejaron de gustarme los aeropuertos.
Pero pasó Erfurt y la maleta cargada de experiencias tuvo que dejar cosas por el camino para que siguieran entrando sueños. Me despedí de Gagarin un amanecer sin frío y comenzaron a diluirse todos los recuerdos.
Ya no era tiempo de astronautas.