miércoles, 24 de septiembre de 2008

Tiempo de astronautas

La Yuri Gagarin Ring era una calle de Erfurt que rodeaba todo el centro. Estaba cerca de la casa a la que me mudé cuando dejé la residencia y cada vez que iba en bici a la universidad pasaba junto al busto del cosmonauta que estaba frente a un enorme edificio comunista que tenía, precisamente, el nombre de este héroe del espacio: Yuri, Yuri Gagarin.

Me gustaba vivir en el Este, era más barato, los semáforos eran muchísimo más entrañables, se veían Travants y la gente que llevaba viviendo ahí desde siempre contaba historias increibles sobre colonias comunistas a las que les enviaban de pequeños. Además, en las tiendas de libros viejos, a poco que uno se descuidara, se encontraba hoces y martillos por todas partes. Nos gustaba lo diferente, lo kitch, lo DDR, las películas horteras y sesenteras que ponían en la Mdr.

Me gustaba Gagarin y sus paseos por el espacio. Le saludaba por las mañanas, agarrada a aquella Hercules vieja viejísima (mi afición por las bicis viejas creo que empezó entonces) que hacía mil ruidos pero volaba. Mein Fahrrad...das beste...

Gagarin, con su cara de metal, sus rasgos poderosos, me hacía pensar siempre en aquellos tiempos de astronautas, cuando el universo era un lugar insospechado y mágico, donde la fantasía recorría todas sus esquinas infinitas, las naves espaciales poblaban las pantallas de cine y televisión y los protagonistas del futuro eran aquellos hombres valientes con sus trajes espaciales.

Ahora, pensar en Yuri Gagarin me transporta a mi ciudad del Este que casi nunca visito, que he olvidado, aunque sus experiencias formen parte del molde de la María actual. En Erfurt aprendí que en cada lugar habitado uno construye una familia, que la comunicación no depende del idioma, que por muy lejos que nos vayamos, siempre acabamos siendo nosotros mismos.

Erfurt vio mi primera tortilla de patatas (y casi mi última), y mis mejores lentejas, me enseñó a bajarme de la bicicleta en marcha y a ir a la compra con mochila de acampada, a subir cinco pisos diarios sin ascensor y a quitarme los zapatos antes de entrar en casa. En Erfurt conocí a Fran y compartimos televisor, películas y amores de ida y vuelta. Descubrí también que, a veces, la distancia es el olvido y dejaron de gustarme los aeropuertos.

Pero pasó Erfurt y la maleta cargada de experiencias tuvo que dejar cosas por el camino para que siguieran entrando sueños. Me despedí de Gagarin un amanecer sin frío y comenzaron a diluirse todos los recuerdos.

Ya no era tiempo de astronautas.

10 comentarios:

Anita dijo...

Bonitos recuerdos de tu ciudad del Este...

Ayer estuve viendo una bicicleta en un centro comercial pero aun no me decidí,jajja.Pero ahora que lo pienso, me has dado la idea de reformar una antigua q tengo de mi tia con las ruedas grandotas y con cesta delante. Es muy años 60. jajja. Lo estoy pensando.

Bonito post, Maria.

Anabel Rodríguez dijo...

Cuantas vivencias guardas querida Marcella en tus bicis, tus mochilas, en tu memoria. Cuantos recuerdos que brotan, aunque tu pretendas tenerlos diluidos. Creo que has conseguido crearte un hogar en cada lugar al que has viajado.
Me gusta leerte, es como si te escuchara hablar, aunque nunca nos hayamos visto.
Besos

Álvaro Dorian Gray dijo...

Me has hecho viajar a cualquier país "del Este" que solo yo tengo en mi cabeza...
Saludos y salud

María a rayas dijo...

Anita, ni lo dudes...a por esa bici con cestaaa!!!

Anabel...ya me escucharas hablar....algún día, no?

Álvaro...viajar, viajar...aunque a veces no nos movamos de la silla...

besos a todos
María

Anónimo dijo...

hace cuanto que no andas en bicicleta por un pueblo, por un camino.?

María a rayas dijo...

ufff...hace mucho...esto de ir en bici por ciudad no es igual de emocionante...
y tú, hace cuanto????

Bonita del Norte dijo...

Maria... hablando de Berlín... te acuerdas el día de la noche en blanco? instituto Goethe... se va de viaje y curso a berlin un mes la amiga de mi becaria... muuu fuerte... le ha tocado... que penita nuestros papelitos estaban pegados a los suyos... cachis!!!

Anónimo dijo...

Nunca deja de ser tiempo de astronautas.

Siempre hay un hueco para pasear bajo las estrellas, con el mundo luminoso asomando debajo de los pies y con la sensación de flotar en todo momento aunque se este al ras del suelo. Al final, la altura es lo menos importante.

Clovis dijo...

Me has hecho recordar algunas cosas... Gracias!

Anónimo dijo...

Guiño ;)

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas