Esta noche otra vida posible ha venido a buscarme. Comenzaba un otoño frío, los taxis eran amarillos y los edificios tenían cristales relucientes y tocaban el cielo. Yo llevaba el pelo muy corto, muy corto, y de un rubio platino a lo corresponsal de Asia-Pacífico de TVE. Aguien tocaba un saxofón. Parecía feliz.
Luego he despertado en una habitación con plantas y persianas de madera y afuera sonaban los mosquitos de una selva de asfalto y orín. Un sol de diez de la mañana me saludaba a las nueve y yo he hecho lo propio con el frutero que descargaba naranjas. Todo estaba en calma, la ciudad.
El sol en el tren me ha hecho cerrar los ojos y escuchar la conversación adolescente de dos estudiantes de primer año, con las carpetas apretadas contra el pecho. Luego otra vida posible se ha colado en mi ordenador. Otra ciudad que es un amante y es una estación fría, y un parque lleno de naranja y de niños rubios de mejillas sonrojadas. Pero no me he sentido triste.
Saliendo de la oficina he pensado en la magia y en los que no creen en ella y le he echado la culpa de todo a Jean Pierre Jeunet. Las chicas de ahora soñamos con ser Ameliés urbanas esperando una vespa que nos lleve a recorrer la ciudad. Escuchando un acordeón en el metro mientras contemplamos las paredes repletas de mensajes en clave dirigidos sólo a nosotras. Buscando un beso y un gato. Una camiseta a rayas. París.
Pero los hombres no llenan la ciudad de mensajes en clave ni se enamoran de Ameliés con medias de colores.
O sí, sí lo hacen.
(En todas y cada una de mis vidas posibles)
Luego he despertado en una habitación con plantas y persianas de madera y afuera sonaban los mosquitos de una selva de asfalto y orín. Un sol de diez de la mañana me saludaba a las nueve y yo he hecho lo propio con el frutero que descargaba naranjas. Todo estaba en calma, la ciudad.
El sol en el tren me ha hecho cerrar los ojos y escuchar la conversación adolescente de dos estudiantes de primer año, con las carpetas apretadas contra el pecho. Luego otra vida posible se ha colado en mi ordenador. Otra ciudad que es un amante y es una estación fría, y un parque lleno de naranja y de niños rubios de mejillas sonrojadas. Pero no me he sentido triste.
Saliendo de la oficina he pensado en la magia y en los que no creen en ella y le he echado la culpa de todo a Jean Pierre Jeunet. Las chicas de ahora soñamos con ser Ameliés urbanas esperando una vespa que nos lleve a recorrer la ciudad. Escuchando un acordeón en el metro mientras contemplamos las paredes repletas de mensajes en clave dirigidos sólo a nosotras. Buscando un beso y un gato. Una camiseta a rayas. París.

O sí, sí lo hacen.
(En todas y cada una de mis vidas posibles)