viernes, 9 de diciembre de 2011

Día de fiesta


Todo lo que quedó de ayer fue media botella de vino y apenas un par de golosinas compradas en el chino de abajo. También una cama deshecha, cristales rotos de una botella destrozada y un silencio sepulcral como de mañana de domingo.

No se escuchaban ya viejas canciones italianas, ni el sonido metálico de nuestros besos de vino, cuando ahogábamos un grito de placer, un baile de pasos perdidos, un montón de palabras no dichas. Nunca estuvimos desnudos del todo y sin embargo nos vestimos y nos desvestimos una y otra vez. Luego dejamos que el equilibrio abrazara nuestra balanza, nos acurrucamos en el sofá, soñamos con un mundo perfecto e irreal en que ninguno creíamos y nos dimos al placer de la piel. Recorrerla sorteando una a una cada pequeña imperfección, cada lunar como una estrella, cada cicatriz como un abismo.

Hoy es día de fiesta, pensé y tú negaste con la cabeza. No para mí y te marchaste ronroneando con el pelo polvoriento y la sonrisa cansada. Tu mirada, a pesar del sueño, era como tú, risueña. Nada que ver con la sombra negra que a veces, sin saber por qué, te nubla la vista de repente. Es como si un demonio se interpusiera entre tú y el mundo y aunque sea invisible y propio se vuelte tan palpable y real como la piel rugosa de tu espalda.

He recogido la casa después de la fiesta de ayer. Lentamente, como se despereza un gato he ido poco a poco borrando las huellas de la noche anterior. No fue fiesta exactamente lo que aquí tuvimos, quizá un encuentro, una aventura, una búsqueda, algo con lo que olvidar que no somos capaces de olvidar, que seguimos día a día arrastrando fantasmas. No una fiesta. Eso no. Otra cosa.

Solo cuando mi cama se ha quedado vacía la casa se ha convertido en mi hogar desangelado. He recogido la ropa, he cambiado las sábanas, he fregado los cacharros, he metido mi cuerpo gastado y humeante en una ducha caliene que me ha limpiado por fuera. He encendido una vela, he abierto un documento en blanco. He vuelto a la cama.

Me he despertado por segunda vez con hambre y frío. He recorrido descalza los pasillos de la casa y solo he encontrado media  botella de vino y la bolsa casi vacía de golosinas. Dos corazones de melocotón y fresa son el único resquicio de aquella orgía de azúcar, regaliz y vino.
Dos corazones abandonados. Muy propio.

Brillaba Madrid al otro lado de la ventana.
Me he salido a beber unas cañas.

5 comentarios:

RGAlmazán dijo...

Como siempre, querida, bello relato muy bien escrito que me llega.
Besos

Salud y República

Elena dijo...

me encanta!

gemotiLIA dijo...

Bello, casi tanto como tú!!!

Carol dijo...

Eres una artista!!...siempre emocionando..

H.O. dijo...

Acaso no es el amor un fantasma? que perseguimos, que nos persigue... que a veces se queda con nosotros, solo para que un dia, al retirar la sabana que lo cubre, descubramos (bobos) que debajo solo hay aire.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas