miércoles, 15 de julio de 2009

El café Gaudí



Te espero en el Café Gaudí. Rakija, dejamos las maletas y luego fiesta. Ganas de verte.
Y cuando baja del avión y lee el mensaje piensa en el tiempo que hace desde la última vez que pisó Belgrado, en si esos casi 5 años habrán servido para mejorar las cosas. Luego piensa en ella, para un taxi y le indica como puede al conductor la manera de llegar hasta el café. Hace calor en Belgrado pero todo sigue pareciéndole bastante gris. Luego aparece el Danubio frente a sus ojos, y se da cuenta de que difícilmente podrá sacudirse de dentro esa región sin fortuna del mundo.

A medida que se internan por las calles del centro se olvida de la ciudad y se concentra en ella. ¿Cómo estará?

Se habían conocido en Pristina una primavera extraña. La ciudad dormitaba después de los últimos enfrentamientos de 2004. Hacían falta dos o tres vasos de Rakija para que la gente confiará en ti, te hablara de sus miserias, de sus espranzas. Había tanto por hacer y tanta incomprensión. Ella formaba parte de un programa de voluntariado que trabajaba con niños y él estaba como parte de un plan empresarial de recuperación de redes eléctricas. La conexión fue inmediata.

Se veían por las tardes y se tiraban horas hablando sobre la situación del país, el nacionalismo serbio, el nacionalismo kosovar, lo que debía o no debía hacerse en La Haya con Milosevic. Luego salían a algún pub y bailaban canciones balcánicas. Al final del verano, antes de volver, decidieron viajar por la zona. Conocieron las islas croatas, se enamoraron de la nostalgia de Sarajevo y les apasionó la complejidad de Belgrado. Una noche salieron a la Akademia, el local que había sido uno de los más punteros de Europa durante los ochenta y que como casi todo, guardaba un aire decadente y triste que conmovía. Entre cerveza y cerveza él la susurró cuánto la quería y ella le abrazó pero no dijo nada y siguieron bailando hasta el amanecer.

Ahora van a volver a verse y es extraño. Paga al taxista y carga la mochila. Ella está sentada al fondo del bar, con el pelo más corto y la mirada más alegre. Se abrazan en el Café Gaudí, se ponen al día de sus vidas, se escapan de fiesta y acaban bailando canciones balcánicas hasta el amanecer. Los cinco días pasan volando. En el aeropuerto, justo antes de la despedida, él sabe que no hará falta susurrarla cuánto la quiere.
Los dos lo saben.
Siempre se querrán en Belgrado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

Hola
hace mil meses que no veo este blog
aun me acuerdo de tus historias
yo haria un libro...
y es mas
si tengo suerte lo dejare en las manos de mi papa
puede que me lo imprima y lo leere en las noches
seria formidable
=D
muchso saludos
y abrazos cordiales
Valeria,Chile

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La parte niña del vestido a rayas