viernes, 31 de julio de 2009

ganas de matar


Cuando ella se marchó aquella mañana aciaga de principios de enero, él se quedó tumbado en su cama un día entero. No tuvo fuerzas para ir a trabajar, ni para inventar excusas. Permaneció acurrucado e inmóvil bajo el edredón de plumas, en aquella cama compartida, aquel barco sin rumbo que de repente era una balsa de náufragos a punto de encallar. Estuvo toda la mañana sintiendo su presencia, hablando con fantasmas, secándose las lágrimas con la manga de la chaqueta. Tratando de entender.

Al segundo día decidió poner en orden sus pensamientos, no pasar por alto los pequeños detalles, destruir para reconstruir a su manera y curarse así aquella herida abierta. Fue entonces cuando empezó a nacerle un rencor mezclado con melancolía: ella se había marchado sin cumplir ni una sola de todas sus promesas, se había marchado al fin.

Pero la conocía. Supo que volvería tarde o temprano y preparó la venganza.
Compró una caja de madera donde guardar los malos deseos, las posibles humillaciones, las ganas de matar. Y por fin, rebosante la caja, esperó.

Cuando llegó el momento cogió su caja de madera repleta de rencores y acudió al lugar indicado. Se sentó frente a ella en un café lleno de humo y cuando la tuvo ahí delante, dispuesta a encajar los golpes, se dio cuenta de que no podría hacerlo.

Porque sentado frente a ella en aquel café lleno de humo lo único en lo que podía pensar, era en rozar con sus dedos su barbilla puntiaguda, perderse en un beso.

Dejarse matar.

5 comentarios:

RGAlmazán dijo...

Que bello relato. La venganza se sirve en plato frío, menos cuando se vuelve al punto de partida.

Salud y República

Gemma dijo...

Olé y olé, que diría nuestro Nano.
Si es que...
Besillos

María a rayas dijo...

si es que ya lo dice el dicho, odiar a alguien es darle demasiada importancia...
un beso fuerte a los dos!!

Microalgo dijo...

Mmm... no se crea. Es cierto que es darle demasiada importancia, pero tal vez es que la tenga (aunque nos jorobe dársela). Yo hace tiempo que no lucho ya contra eso: si quier, quiero, y si odio, odio. Lo segundo no ocupa mucho tiempo de mi vida, pero tampoco pienso ignorarlo.

Y me paso por el epidídimo los libros de autoayuda que prohíben tener esas ganas de matar.

Un beso, wapetona. Gracias por leer en voz alta mi relato el otro día, en el Bremen. No era muy bueno, pero seguro que en tu voz sonaba bien.

Anónimo dijo...

Llego tarde al comentario de este relato,pero pienso, que hace más daño a la persona a la que va dedicada la venganza, el no perder ni un solo minuto de tu nueva vida en odiarle.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas