viernes, 7 de agosto de 2009

viernes negro escultura


Los coches se alejan por la carretera del sur.
Los aviones surcan el cielo en busca de playas exóticas.

No queda nadie en esta ciudad salvo tú, yo y un montón de turistas poco preparados para el calor denso que les espera. Solos tú y yo, salimos a redescubrir a esta ciudad desierto en un viernes de operación salida. En la calle Alcalá alguien corre a la caza de un autobús frigorífico que congele el sudor impregnado en su frente. El sol nos da una tregua, el viento terroso de África no. Mi mano se resbala en la tuya mientras cruzamos un paso de cebra en el que no nos aguardan coches. El hippy vagabundo que vive frente al Círculo de Bellas Artes escribe en su cuaderno, aposentado bajo la sombra de un árbol, viviendo una vida que a veces envidio. Sin vacaciones él también.

Subimos a un tejado donde respirar. Observamos la capa de contaminación bajo la que nos movemos, bajo la que soñamos futuros imposibles, bajo la que nos besamos sin compasión, olvidando el calor y la pastosidad de nuestras bocas. Desde arriba nosotros parecemos grandes y la ciudad una maqueta en miniatura. Las esculturas, negras de tanto sol, sobre los edificios nos saludan. Nos invitan pasear por las alturas con ellos y así lo hacemos. Recorremos cada fragmento de cielo de Madrid como si fuera la primera vez, notamos que se nos tuesta la piel, nos volvemos negro escultura y sin fuerzas elegimos un edificio en el que quedarnos vigilantes y absortos.

Cuando quiero darme cuenta hace tiempo que ha atardecido. Detrás de mi tú tampoco puedes moverte. Agosto, Madrid y su maleficio nos ha convertido en lo que somos ahora.

Dos figuras de bronce que desafían la gravedad y el aburrimiento en estas calles vacías.

7 comentarios:

RGAlmazán dijo...

María, cuando sea mayor quiero escribir como tú.
Un beso.

Salud y República

Gemma dijo...

Una vez más, bien hilado y resuelto.
(Y bien planteado). ;-P
Besos

Cecilia dijo...

Se siente el ambiente de esta ciudad "encantada" por el calor. Si sobrevives a él, el regusto que se te queda en la boca es más dulce que el de otras jornadas de mayor agitación callejera.

Anónimo dijo...

Woooow.

Querida Señorita a Rayas.

Simplemente decirle, que me ha encantado este relatillo.

Un saludete desde este Madrid caluroso.

Microalgo dijo...

Y bueno. No está tan mal ser de bronce cuando la temperatura está por debajo de la de fusión. Si se supera ésta, empiezan los problemas.

La buena compañía hace que refresque, ¿verdad?

Un besote.

Anónimo dijo...

Yo subí a esa azotea sintiendome pequeña y me hiciste volver a subir para que empezase a sentir que era grande que Madrid era una maqueta en miniatura....
Gracias

María a rayas dijo...

Hola a todos (a esos que se mantienen fijos en la blogosfera,que han vuelto o no se han ido de vacaciones...que anda que no está vacía la blogocosa eh?)

Rafa...me pongo colorada, gracias por el piropo, pero yo de mayor quiero cambiar tiempo por dinero, como tú, y disfrutar...

Mega-Gemma, nos vemos prontito, eh!! (te mando mail la próxima semana y te cuento!!)

Cecilia, ¿verdad que Madrid parece otra? Tiene un aire mágico, algo de vacío, pero también de propio (es más que nunca nuestra ciudad...)

señorito anónimo, me alegro que le haya gustado...

amor, gracias a tí, tonta, tú sabes por qué (jijiji). Sin tí esa azotea no habría tenido tanta emoción ;-)

un beso a todos

Cuento a la vista

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La parte niña del vestido a rayas