viernes, 3 de diciembre de 2010

frío


Corríamos y dejábamos que las suelas gastadas de nuestras botas resbalaran por la nieve convertida en hielo. Yo me reía como una niña y a ti se te escapaban las ganas. Corríamos para dejar atrás el frío y refugiarnos en el calor de un bar. ¿Una cerveza? Preferiría un glühwein, pero no había así que acabamos besando la cerveza primero, nuestras bocas después. ¿Nos vamos? Y una casa sin muebles nos esperaba a la vuelta de la esquina. Mis manos estaba frías y recorrían tu piel caliente y transparente. No había radiador suficiente para aquel invierno.

Quizá nos encontramos antes, me dijiste mientras situábamos las coordenadas en nuestra biografía. Quizá te desesperaste conmigo junto a la máquina de la cafetería de la facultad. Siempre tardaba siglos en encontrar las monedas. Quizá nos subimos al mismo ascensor. Tú te bajarías en la cuarta planta y yo iría a la última. Llegaría tarde. Seguro. Quizá te sentaste delante de mi en el salón de actos durante alguna proyección y me hiciste gruñir porque no me dejabas ver nada. Quizá viste mi cartel de intercambio pero no le hiciste caso, como si supieras que aquel no era el momento del encuento. 

Luego llegó el silencio y tu respiración. De repente no conseguía recordar los otros besos y acechada por el olvido me dio por perderme en la nostalgia. Y qué que nada fuera como antes. Tampoco yo lo era. Dormí soñando con nieve. Todo era blanco y había una carrera de trineos y tú no eras tú. Tenía que conseguir llegar pero no llegaba y cuando me desperté tu cuerpo pesaba cien kilos y yo no podía respirar. Me voy a casa, pensé, pero tú me acariciaste con ternura y me dejé perder.

Al día siguiente la ciudad relucía. El día no era gris sino plateado y el blanco hacía brillar tu pelo y la punta roja de mi nariz congelada. Yo suspiraba por lo que sabía que nunca sería, aunque me dolía más aquello que casi fue y que deseé de verdad. Tú, que nada podías saber de todo aquello, me diste un beso suave en la boca y te marchaste corriendo y me dejaste ahí con el café a punto de enfríarse y una maraña de recuerdos que nada tenían que ver contigo.

Otra vez las cicatrices mal cerradas.
O un corazón demasiado frío.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

!Me gustaaaaaa¡. Hay que soltar lastre para empezar de nuevo.

sansopey dijo...

llegará el momento en que la maraña de recuerdos mal cicatrizados se barra de golpe...
o que dejen de sentirse como cicatrices. sin que remuevan.
llegará.

María a rayas dijo...

Peyton...todo depende de qué usemos para la herida. No es lo mismo alcohol que agua oxigenada o betadine. Ese es el problema, que a veces nos curamos con el producto equivocado...pero llegará (a veces incluso las cicatrices se curan solas...)

Soltar lastre, sí...viajar ligero de equipaje...

besos!!!

Anónimo dijo...

Sé como se siente... ando cargada de equipaje. Justo vi un episodia de Cómo conocí a vuestra madre, donde hablaban sobre como todas las personas venimos cargando nuestro equipaje...

María a rayas dijo...

Ese capítulo está muy bien, yo también lo vi...

equipaje, cicatrices...llamemoslo como queramos, todos sabemos como pesa (o duele)

beso trasocéanico...

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas