lunes, 15 de diciembre de 2008

pimientos


Ella atendía cada viernes tras el puesto de frutas del mercado turco de Kreuzberg. Su rostro brillaba al igual que las manzanas acidas de verde ácido, las naranjas de piel rugosa, las berenjenas oscuras y resbaladizas y los racimos de uvas colgados alrededor de los postes. No perdía la sonrisa a pesar de las mujeronas de pañuelos sobre la cabeza y carritos de niños que a codazo limpio buscaban las mejores ofertas, las que ella tenía.

Él solía acudir a última hora, justo cuando los puestos bajaban los precios con el único fin de acabar las existencias. A esa hora podías llevarte cuatro kilos de naranjas por el precio por el que antes te podías llevar dos, o acabar con una lechuga de regalo por cada kilo de tomates. Podías también comprar Gözleme de espinaca y queso en alguno de los puestos y comerlo tranquilamente con una cerveza en el canal. Era mucho más que hacer la compra. Era un ritual.

Él, rubio, alto y rosado se fijó en sus ojos oscuros que sonreían una tarde de lluvia en que ella tenía como único objetivo acabar con los pimientos rojos al precio que fuera. Acabó comprando tres kilos, además de cuatro calabacines, una bolsa de mangos, un manojo de espárragos y media sandía en pleno mes de abril traída de a saber dónde. Cargado como una mula y calado hasta los huesos regresó a casa en su bicicleta sin cesta sin quitarse de la cabeza el rumor de su voz y el movimiento ligero de su cuerpo redondo.

Muchos kilos de pimientos después se atrevió a invitarla a dar una vuelta por el canal una vez que hubiera terminado de recoger el puesto y ella que ya le conocía como el chico transparente de los pimientos rojos no supo decirle que no. Era una tarde soleada de verano. Se sentaron en un banco sin saber muy bien cómo romper aquel incómodo silencio, y aunque ninguno quería recurrir al tema que les había unido fue imposible no hablar de frutas y verduras.

- ¿Sabes una cosa? Ni siquiera me gustan los pimientos.

Ella le miró divertida y comenzó a reírse.
Desde entonces sus silencios ya nunca más fueron incómodos.

7 comentarios:

Anita dijo...

Una excusa llena de color y vitaminas para saltar la barrera de la timidez. Bonito relato.

Muakks "coloraos como un pimiento"

Avan dijo...

Y yo pensando que me iba a llevar a mi a Nueva York.......aysss

Tiran más dos tetas...

NáN dijo...

Los pimientos le importaban un pimiento.
Pero se llevó a la chica.
¡Bravo!

Carlos Felipe dijo...

Me vino cierto olor de ayer, con sabor a frutas y sabor a mercado. Hoy los Carrefour o los Opencor no han robado estos ritos...
qué pena¡¡¡

María a rayas dijo...

Anita, cualquier excusa es valida si conseguimos arrancarnos la timidez...

Carlos Felipe...no tiene que ser un olor de ayer...habrá que volver a los mercados...(lo digo también por mi misma que en madrid nunca voy a ninguno...)

Jaja querido Nan, de hecho el relato cuenta el origen de esa expresión tan castellana de me importa un pimiento (que lo que quiero es llevarme a la chica...)
todo lo que te hayan contado antes mentira cochina...

Avan...jijiji...(hay implantes de todas formas eh...)

un beso a todos

Anónimo dijo...

Cara María,
el mercato "mayorista" de Huancayo es más bonito de lo de Kreuzberg, te lo digo por experiencia directa, vendrás a averiguar? ;)

besitos

María a rayas dijo...

el de Córdoba se llamaba Revolución y era una delicia. Olía a chiles secos y al fondo, muy al fondo, se ponían los carniceros y olía denso y feo. Había una parte con piñatas de mil colores y uno podía estar tiempo y tiempo hablando con los tenderos...

supongo que el de Huancayo es más parecido a ese que al de Berlín...

pero en la vieja Europa con algo nos tenemos que conformar...y en Kreuzberg al menos está el canal...

beso trasoceánico

Cuento a la vista

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La parte niña del vestido a rayas