Se volvió loca. Así pasa a veces. Te mira, le miras y ya nada vuelve a ser como antes. Se te mete dentro, en tus noches, en tus días y no hay manera.
Así le paso a Ella. Le quiso. Despertaba por la mañana los primeros domingos y le observaba sin moverse, sin hacer nada que pudiera despertarlo y terminar con aquella visión perfecta: todas las líneas de su espalda. Le miraba y le miraba, sorprendida de sentir lo que sentía, de la suerte de esos dos cuerpos en esa cama de sábanas blancas, en esa habitación de paredes blancas y ventana azul. Le miraba y soñaba con las camas venideras, los futuros unidos en uno solo, la felicidad compartida a medias. El porvenir...
Hace poco me estremecí con la frase de una mujer que llamó a mi teléfono pidiendo ayuda. Una cosa son tus planes y otra lo que la vida hace con ellos. ¿y si soy yo? ¿y si mi futuro también se trunca? Miedo...
A Ella, como a la mujer que llamó a mi teléfono, la vida no le preguntó por sus planes y la dejó abandonada en la estación llevándose sus maletas repletas de felicidades. Y las líneas de su espalda dejaron de ser carreteras en las que perderse, perfectas y únicas. Se convirtieron en cadenas. Y la suerte de encontrarse se tornó desgracia. Y la ventana azul se cerró para siempre. Las paredes se volvieron negras. Se acabó el porvenir. Se esfumó como la polvora de la pistola que acabó con su vida. Se desgarró a pedazos, como hizo el cuchillo con su pulmón ennegrecido de tantas madrugadas despierta.
Y no era una sino cuatro. En diferentes horas de un mismo día. En diferentes horas que eran la misma. La hora de preguntarnos con horror que coño está pasando. En qué momento alguien tomó licencia para acabar con la belleza de las cosas amadas. Para hacernos tambalear. Todas nuestras creencias, todo el amor que hemos sentido, todas las espaldas que hemos mirado los primeros domingos.
Así le paso a Ella. Le quiso. Despertaba por la mañana los primeros domingos y le observaba sin moverse, sin hacer nada que pudiera despertarlo y terminar con aquella visión perfecta: todas las líneas de su espalda. Le miraba y le miraba, sorprendida de sentir lo que sentía, de la suerte de esos dos cuerpos en esa cama de sábanas blancas, en esa habitación de paredes blancas y ventana azul. Le miraba y soñaba con las camas venideras, los futuros unidos en uno solo, la felicidad compartida a medias. El porvenir...
Hace poco me estremecí con la frase de una mujer que llamó a mi teléfono pidiendo ayuda. Una cosa son tus planes y otra lo que la vida hace con ellos. ¿y si soy yo? ¿y si mi futuro también se trunca? Miedo...
A Ella, como a la mujer que llamó a mi teléfono, la vida no le preguntó por sus planes y la dejó abandonada en la estación llevándose sus maletas repletas de felicidades. Y las líneas de su espalda dejaron de ser carreteras en las que perderse, perfectas y únicas. Se convirtieron en cadenas. Y la suerte de encontrarse se tornó desgracia. Y la ventana azul se cerró para siempre. Las paredes se volvieron negras. Se acabó el porvenir. Se esfumó como la polvora de la pistola que acabó con su vida. Se desgarró a pedazos, como hizo el cuchillo con su pulmón ennegrecido de tantas madrugadas despierta.
Y la ira se torna tristeza.